miércoles, 9 de julio de 2014

La Romería de San Benito: manifestación popular del folclore canario. (I)

por Carlos García 


En el calendario popular, el de los pueblos, persisten tradicio­nes y costumbres que se repiten año tras año  que definen y diferencian las labores agrícolas en momen­tos distin­tos. En plena primavera, al comienzo del verano, tiempo de recogida de las cose­chas, las comunidades rurales acostumbran realizar fiestas que fundamentalmente mantienen un predominio lúdico, aunque sin olvidar el substrato religioso que gira en torno al agradeci­miento de algún santo o devoción, y sobre el que se basan una serie de ritos y manifestaciones folklóricas. El caso de la Romería de San Benito Abad, en la ciudad de La Laguna, es uno de los muchos y diversos que existen en nuestra pequeña, pero variopinta geografía insular, y que sirve como excusa para desarrollar un sin fin de elementos folklóricos. Admitamos que una manifestación festera que tiene más de 480 años tiene un arraigo popular fuertemente enrai­zado desde sus comienzos, cosa no muy habitual entre las pervivencias culturales de nuestro archipiélago.

Es cierto que la fiesta de San Benito, tal y como la conocemos hoy, tiene tan solo una existencia que deriva de 1947 en que da comienzo la romería moderna, y no como erróneamente siempre se ha venido diciendo en 1948 como informa, con datos irrefutables Julio Torres.  Pero también es cierto que la romería, ­que la fiesta con su comienzo religioso de agradecimiento al santo, tiene su primer origen en 1532 cuando se elige a San Benito Abad, fundador de la orden benedictina, como protector y abogado de los campos y cosechas laguneras por parte de los labradores de la primera ciudad de Tenerife. Históricamente no conocemos la razón por la que San Benito fue elegido patrón de los labradores de La Laguna. Sí sabemos que fue un golpe de suerte el que influyó para tal decisión, pero no el por qué de haber introducido su nombre entre los distintos santos para ser sorteado, existiendo santos como San Isidro que ya ejercían de patrones y benefactores del gremio campesino. Incluso fue tan extraña su elección que, según cuentan las cróni­cas, fue necesario extraer de la urna donde se encontraban las papeletas con los nombres de los santos en cuestión, en tres ocasio­nes diferentes el nombre del elegido, saliendo en las tres San Benito, siendo incuestionable desde ese momento su designación. 

San Benito de Nursia, fundador de la Orden monacal Benedicti­na, allá por el siglo VI, introdujo por vez primera su famoso lema de “ora et labora” en sus abadías y prioratos, dándole así un contexto diferente a la vida religiosa, imponiendo a sus monjes, junto con el rezo, la obligación de trabajar la tierra, de labrarla. Creo que éste es el nexo de unión que relaciona a la ciudad de La Laguna con su patrón San Benito. Ciudad eminentemente agrícola que debía protegerse bajo la intersección de un santo que supiera de labradores, de sequías y de cosechas. Pero sin olvidar nunca su condición de ciudad de conventos, de religiosidad histórica, de obispado y recoletas iglesias.  
   
Los orígenes de las romerías.- Antiguamente se denominaban romeros a los que iban a Roma, de donde deriva luego el término ir en romería .De igual modo, a los que acudían a Santiago de Compostela, se les denominaba peregrinos, e incluso a los que caminaban rumbo a la ciudad santa de Jerusalén se les llamaba palmeros. Por tanto el viaje que se hace a una ermita o santuario para agradecer favores a un santo o a una virgen, casi siempre patrones de la zona, se conoce como romería. Esta afluencia de personas de forma colectiva termina siempre de manera festiva y lúdica, con cantes y bailes donde lo religioso y lo festivo se confunde en un solo cuerpo.

El comienzo de la romería lagunera tiene su origen en la procesión que a San Benito se le hacía en su ermita, hecho recogido ya en el año antes mencionado y que luego las ordenanzas de 1540 obligan realizar. Estas primitivas procesiones que apenas se alejaban de los alrededores de la ermita, son los humildes comienzos que darán paso, con los años, a una manifestación de fiesta popular que los propios campesinos, los romeros, acudiendo desde los distintos pagos de la ciudad, e incluso de otros, a lomos de sus bestias de transportes, o sobre los medios de transportes de entonces, las carretas y carros, en compañía de sus ganados, tributa homenaje de agradecimiento al patrón implorando su bendición y favores. En éste contexto es de suponer que las expresiones de alegría y fiesta estén representadas por los bailes, las canciones, las comidas y viandas, que en definitiva conforman  los elementos que dan lugar a una participación popular, cada vez más grande, y que termina por consolidarse en las costumbres de los habitantes del lugar. 


Es por tanto nuestra romería una celebración festiva que tiene su origen en una sociedad rural, en una sociedad labradora, en este caso de La Laguna, que es la receptora y propagadora de una supervi­ven­cia, del mantenimiento de algunas tradiciones del pasado. Porque casi siempre el estrato popular de la población, mucho más que el aristo­crático o el acomodado, es el verdadero caldo de cultivo donde germina y crece, donde se conservan todas las  manifestaciones tradicionales y folklóricas de un sector. De aquí es de donde, probablemente, derive la estructura que hoy conocemos de la romería, constituyendo un cortejo popular, con las carretas, como viejos medios de transportes, con las parrandas, o grupos de romeros que caminan hacia la ermita cantando y divirtién­dose como corresponde a un día de fiesta, vestidos a la usanza tradicional, haciendo uso de la gastronomía local, y acompañándose de sus ganados en pos de obtener un beneficio sobrenatural del santo patrón o para pagar una promesa de algo recibido.

Las fiestas primitivas.- Mucho antes de comenzar las romerías organizadas, con la intervención de una comisión para tal efecto y como veremos más adelante, las fiestas de San Benito tuvieron un fuerte arraigo popular entre los vecinos y parroquianos del lugar. Fueron fiestas de barrio, modestas pero mantenidas por los lugareños con un orgullo que sirvió como base para su consolidación posterior, y se nombran como de las mas importantes que tiene La Laguna junto con las del Corpus y la del Santísimo Cristo en Septiembre. Así por ejemplo en la primera veintena de siglo, la fiesta de San Benito ofrecía en la noche de su víspera la aparición de un pequeño des­file que se realizaba desde la propia plaza de la ermita con la aparición de una pareja de gigantes hechos de cañas y papel, de los que sa­lían, como escupidos, cohetes y fuegos de artifi­cios de sus pechos o brazos, cohetes que confeccio­naba Cho Juan “el foguetero”­, aquel que tenía su taller artesanal en la calle del  Adelantado, en pleno barrio. Se hacían carreras de sortijas en bicicletas, con las que se obtenían las preciadas cintas de colores; se montaban en la pequeña plaza ventorrillos, puestos de turroneras, juegos de ruletas, etc., que eran la admiración de todos, chicos y grandes; y por supuesto se hacía lo más importante de la fiesta que era la procesión.

La procesión del santo se realizaba saliendo de la ermita y bajando en un trayecto de recorrido muy corto, por la antigua calle de la Empedrada, hoy calle Marqués de Celada, tras cruzar por el callejón de la Cordera, antes llamada de la Encantada, retornaba a su lugar subiendo por la del Adelantado, nombre que recuerda los prime­ros solares que Fernández de Lugo utilizó para su vivienda transi­toria a comienzos de la ciudad. Incluso este trayecto viario, la calle de la Empedrada y su comienzo del Adelantado, llegó a denomi­narse en algún momento como calle de San Benito, sin duda referen­ciando al trayecto  que lleva a la ermita.

En éste recuerdo hay que mencionar que la procesión, como acto más importante de las fiestas, se acompañaba por el párroco de la Concepción, tal y como ocurre en la primera romería de 1947 en la que asisten los vecinos con sus ganados, que acudían en busca de la bendición y protección del santo patrón. Las calles a su paso eran engalanadas de pétalos de flores, con alfombras de hojas verdes y girasoles, y los estallidos de los cohetes se confundían con el bullicio, gritos y ajijides de los habitantes del barrio y los de la villa de arriba que acudían. Documentos solicitando ayuda económica al Ayuntamiento, aportados por Julio Torres y localizados en los archivos municipales, avalan esta fecha de manera irrefutableY poco más daba de sí este acto festero, que se reducía a lo expuesto, pero que con el paso de los años iba a dar lugar al nacimiento de una fiesta mucho más importante.

Nacimiento de la primera comisión de fiesta.-   La romería de San Benito, tal y como hoy la conocemos,  se gestó por una serie de laguneros que con su empeño y trabajo hicieron posible,  la primera “romería moderna” de ésta fiesta lagunera tan entrañable. Ha venido manteniéndose  en el recuerdo popular, y así lo corrobora doña Dolores Padrón, que recuerda de sus años jóvenes, siendo aún novia de D. Antonio Hernández Arrón, su asistencia a las procesiones de San Benito tal y como antes he definido. El que fuera luego su marido fue uno de los verdaderos artífices y gestores de la revitalización y resurgimiento de lo que sería desde entonces, la romería de San Benito, aunque antes ya otros, como Virgilio Martín, a la sazón concejal de La Laguna, y primer presidente de la romería, motivaron el comienzo de la misma.

D. Antonio Hernández Arrón, hijo de un conocido lagunero, D. Cirilo Hernández, mayordomo de la ermita de San Benito, en compañía de un grupo importante de jóvenes de la Villa de Arriba, entusiastas en las tradiciones canarias, recordando entre ellos a Cipriano Hernández, Juan Ferrera, Juan y Luis Marrero ( hermanos),a Eliseo Izquierdo, Isidro Gutiérrez, Antonio del Rosario, Juan Ríos Tejera, ­Juan Ríos del Castillo, Manuel Gutiérrez, Juan Hernández, Antonio Padrón y algunos otros de feliz memoria, fueron los que dieron comienzo, los devotos vecinos que organizaron la  romería ya estructurada. A­demás la ayuda muy valiosa de Andrés Rosa, que también fue mayordomo de la ermita, y la de Virgilio Martín, sin obviar la presencia de Ángel Álvarez de Ar­mas, panadero, que fue un destacado partici­pante e impulsor en la organización primige­nia. No olvido tampoco el entusiasmo y colabora­ción de Doña Luisa Machado que formó parte de la organización, y que además colaboró personalmente participando en las obras de teatro tradicional que hacía junto a Ángel Álvarez, en sus memorables recreaciones de diálogos campesinos, en el papel de Seña Rita o Mariquilla. Todas estas personas, laguneros de bien, son los verdaderos protagonistas que organizan definitivamente y sacan a la calle la romería entendi­da como la actual en los años siguientes. Se reunían, a decir de Eliseo Izquierdo, en El Comercio, tiendas de ultramarinos, propiedad de Don Cirilo en la parte alta del barrio.

Aquella primera romería contó tan solo con seis carretas, con cuatro rondallas o parrandas, una del propio barrio, otra de la Punta y una de Taco, tres o cuatro grupos de danzas, la de San Diego y la de San Benito, mucho ganado e incluso con algunos camellos que, al pasar casualmente por el lugar cargados de cardos, fueron incorporados a la comitiva a petición de Manuel Hernández Gutiérrez, hecho que con el tiempo se transforma en costumbre y tradición pues, la presencia de éstos  fueron siempre emblemáticas en San Benito. También hubo balie organizado por un vecino de la zona conocido por Juan en unos salones de su propiedad. Para mayor lucimiento de la rome­ría, las carre­tas fueron llena­das con niños del barrio. Su trayecto no pasó de la iglesia de la Concepción retornando desde allí a la ermita.

Nos cuenta Eliseo Izquierdo que, en 1952, fue a quién se le ocurrió realizar la Fiesta de la Copla con el premio de la Espiga de Oro, encargando al orfebre Rafael Trujillo la elaboración de aquel símbolo. El primer ganador fue Sebastián Padrón Acosta  con una copla hoy popularmente conocida, logrando el galardón presidiendo el jurado Amaro Lefranc. Pero al no haber finalizado el artesano la misma, realizada en plata y bañada en oro, se le entregó en un estuche una espiga de trigo verdadera hasta que, posteriormente, se le entregó la verdadera que, a su vez, donó a las joyas de la Virgen de Candelaria donde hoy se encuentra. Sebastián Padrón, muy enfermo en la ocasión, no pudo recoger su premio que le fue llevado a su domicilio donde falleció pocos días después. Dice la copla: “Si subes a La Laguna, entra en el Cristo a rezar, para que Dios de perdone, lo que me has hecho penar”.

Esta revisión y actualización de las fiestas fue muy importan­te y trascendente para la continuación de las mismas, ya que por desgracia, la devoción y lucimiento de las antiguas fiestas habían decrecido a consecuencia de una serie de vicisitudes, como la de la utilización de la ermita como sede de enfermos de la epidemia de fiebre amarilla en 1862, o su posterior pertenencia a la jurisdic­ción militar que usó el recinto como cuadras de caballos hasta el año 1898 en que fue devuelta y reabierta al culto. Todas estas causas motivaron el que los vecinos y fieles de­bilitaran su devoción que estuvo a punto de desaparecer, y desde entonces las fiestas no tuvieron el lucimiento de antaño, debiendo transcurrir el tiempo para que las fiestas de San Benito fueran nuevamente de las principales de la ciudad, hasta la llegada de éstos promotores que la revitalizan extraordinariamente.

Tras el éxito de la primera romería que sirvió a modo de ensayo y como precedente el regocijo vivido por los habitantes de la Villa de Arriba, no fue posible dejar de organizarla en años venideros, hasta el punto de ir ganando cada año transcurrido en categoría e importancia, pasando de una fiesta de barrio a romería insular y más tarde a regional. En aras de enaltecer esta fiesta popular, fiesta de un barrio en las afueras del casco urbano, los promotores tuvieron la feliz idea de recabar ayuda a las familias nobles de La Laguna, incluyendo en los primeros momentos a hijas de aquellas para que formaran parte como Romeras Mayores, idea afortunada para el patrocinio económico que necesitaba el evento. Así, una de las primeras familias laguneras que acudieron en ayuda de los organizadores fue la se Monteverde-Ascanio, sumándo­se pronto otras de gran abolengo y solera. Lo mismo ocurrió con D.Manuel Cerviá Cabrera, Magistrado del Tribunal Supremo, hijo de Tenerife, que aportó ayudas inestimables a la romería lagunera, motivo por el que ostentó la Presidencia de Honor de la misma.

Como ejemplo del rápido e importante auge que obtuvo la fiesta, solo un año después, en 1949, el programa de festejos que se celebró en junio tenía un “Pregón anunciador” que dio paso años mas tarde al pregón radiofónico que se hacía en Radio Club, la “proce­sión de la víspera”,”diana floreada”,”misa y función religio­sa”, “b­endición del ganado”,”fiesta de exaltación regional” que se convertirá luego en la Fiesta de la Copla donde se falla el certa­men mas presti­gioso de coplas, la Espiga de Oro,”carreras ciclis­tas, fútbol y luchas cana­rias”,”concierto musical” y por supuesto “la romería” que ya hizo un trayecto por toda la ciudad, bajando por San Agustín y subiendo por La Carrera. Y todo ello en tan solo un año de organi­zación.

NOTA: Las imágenes fotográficas que ilustran este artículo son del fotógrafo lagunero Agustín Guerra y han sido cedidas para su publicación por su hijo Gerardo Guerra. El autor quiere agradecer la deferencia.

SEGUNDA PARTE

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