jueves, 26 de diciembre de 2013

La Hidro de Güímar

por Melchor Padilla

“Ayer, como oportunamente se había anunciado, se efectuó en Güímar la inauguración de la central eléctrica que en dicho pintoresco y progresivo valle ha montado la sociedad anónima «Hidroeléctrica de Güímar» El acto se celebró con toda solemnidad y en medio del mayor entusiasmo por parte de los directores y organizadores de la importante empresa, entusiasmo al que se sumó el pueblo entero, para el que fue el de ayer un gran día de imperecedero recuerdo”

Así comenzaba el diario El Progreso del 8 de abril de 1929, la crónica de la inauguración de la que hoy se conoce como la Hidro de Güímar, uno de los escasos ejemplares de hidroeléctricas existentes en las islas. Aparte de la que hoy nos ocupa, también podemos destacar otra en La Orotava, una en La Gomera (Monforte) y dos en La Palma (Hidroeléctricas de Argual y Tazacorte, y Rifu-El Mulato).

La Sociedad Hidroeléctrica de Güímar fue promovida por el entonces joven alcalde del municipio sureño, Tomás Cruz García, en 1920, pero por dificultades de acuerdo con los regantes de la comunidad de Ríos y Badajoz, cuyas aguas iba a utilizar, no fue hasta 1928 cuando la citada comunidad cedió, mediante escritura, de forma gratuita y a perpetuidad la fuerza motriz del agua de las captaciones orientadas al regadío del valle de Güímar provenientes de las perforaciones de galería en los cabeceros de los barrancos de Badajoz (Güímar) y Añavingo (Arafo). Se constituyó una sociedad anónima mediante la emisión de tres mil acciones de 50 pesetas de las que se cubrieron inmediatamente 2600, quedando el resto en cartera. El dos por ciento de las acciones se entregó a “Ríos y Badajoz”

La Hidro se localiza en el interfluvio que separa los barrancos de Badajoz y del Río, a unos 675 metros de altitud en un farallón rocoso situado encima de la zona conocida como La Degollada, a unos tres kilómetros del centro urbano de Güímar. Al lugar se accede por un antiguo camino que parte del barrio de San Juan, existiendo un segundo ramal que nace en el Barranco de Badajoz.


Fue diseñada por el ingeniero Rafael de Villa y Calzadilla, y el material hidráulico y eléctrico, así como su montaje, se encargó a la casa alemana Siemens Schukert. El agua caía a través de un salto entubado de casi doscientos metros de altura, con un caudal de agua de 60 litros por segundo que a través de una turbina J.M. Voight, asimismo de fabricación alemana, a mil revoluciones por minuto permitía el funcionamiento de un grupo de 125 kW de potencia nominal, conectado a un alternador de 100 kva a 1.000 r.p.m., con tensión de salida a 5.000 V y a 50 Hz. En cuanto al edificio de la central, fue construido por los ingenieros Juan Haesy y Carlos Moenck.


En ese mismo año la central comienza a dar servicio por la noche al municipio güimarero y desde comienzos de la década de los treinta la distribución se amplía al vecino municipio de Arafo por los principales barrios cercanos (San Juan, Vera, Tasagaya), con unos 6,5 km de redes. El aumento de la demanda frente a la disminución de caudales de las galerías obligó a la compañía a instalar en 1951 un grupo diesel de 120 HP a 600 r.p.m. con alternador de 75 kva. Este aumento de potencia se reveló insuficiente y a fines de los cincuenta comenzaron los problemas de suministro que obligaron a la conexión y prestación de potencia adicional a mediados de la siguiente década. Por último, en 1972 la sociedad y las redes de distribución se integraron en UNELCO.

En la actualidad el edificio de la Hidro está compuesto por dos cuerpos ortogonales adosados. El primero consta de dos plantas y azotea, existiendo varios vanos que se abren en tres de sus fachadas. En la segunda planta de la fachada principal aún se localizan los bornes de anclaje del tendido eléctrico (ya desaparecido) que abastecía de electricidad a las localidades del Valle. El segundo cuerpo, de una sola planta y cubierta a dos aguas de uralita, cuenta con dos ventanales que se abren en la fachada sur. En el interior se conserva la maquinaria -grupo diesel, alternador, etc.- que en los últimos años de funcionamiento generaba la energía eléctrica. Más abajo, quedan los cubos de distribución del agua para los regadíos.


En 2007, por decreto del Gobierno de Canarias, de 20 de noviembre, “la Hidro” es declarada Bien de Interés Cultural, con categoría de Sitio Histórico. La delimitación del ámbito de protección se justifica por la necesidad de preservar una edificación de interés histórico relacionada con un sistema de obtención de energía poco frecuente en el Archipiélago.

Sería interesante que por parte de las autoridades competentes se tratara de poner en uso didáctico para el alumnado de nuestros centros uno de los pocos ejemplares de central hidroeléctrica que existieron en nuestra isla.

NOTA: Mi agradecimiento a Rafael Cedrés por proporcionarme las imágenes en blanco y negro que aparecen en el artículo.

martes, 10 de diciembre de 2013

Graffitis fuera del circuito oficial

por Charo Borges Velázquez

Inicio esta crónica de hoy, reconociendo mi gran debilidad por una manifestación artística, controvertida, rechazada y perseguida. Estas muestras de "arte de la calle" las descubrí después de haber hecho la carrera de Bellas Artes y desde el primer momento captaron toda mi atención. Mi primer contacto con ellas fue a través de la preparación de los temas dedicados a la Historia del Arte contemporáneo, que formaban parte del cuestionario de oposiciones a las plazas de profesores de Dibujo. Fue todo un hallazgo y mi fascinación por ellas no tiene fin. Cuando visito cualquier ciudad, dentro y fuera de nuestro país, mi mirada busca graffitis dónde quiera que vaya. Por eso, en esta capital sigo buscando y descubriendo los de siempre y los recientes. 

El origen del graffiti lo sitúa la Historia en las antiquísimas incisiones, esgrafiados y pintadas que, con sus nombres, hacían los romanos en muros, columnas y paredes. Los investigadores han ido descubriendo inscripciones en latín vulgar, con consignas políticas, declaraciones de amor, insultos y hasta caricaturas y dibujos diversos, sobre todo, en lugares protegidos de la erosión, como cuevas santuarios o catacumbas. Los muros de cárceles y mazmorras también fueron objeto de estas manifestaciones gráficas. 


Y de la incisión y el esgrafiado romanos al aerosol o spray moderno. Es en los años 60 del pasado siglo XX, donde surge este artilugio, sustituto de los rudimentarios instrumentos del pasado. Nueva York es la capital del graffiti que, por medio de las firmas o tags de los artistas más representativos que, además, acompañaban su nombre con un número - generalmente, el de sus domicilios -, se va apoderando de las paredes y muros más escondidos. En los 70, surgen los artistas más agresivos y furibundos, que vuelcan su fuerza graffitera en los vagones del Metro de Nueva York. La proliferación de firmas que dañaban todo tipo de mobiliario urbano, llevó a la persecución de quienes lo practicaban y el graffiti neoyorquino se fue haciendo, cada vez, más subterráneo, para volver de nuevo a la superficie cuando esa feroz persecución se concentró en el ferrocarril suburbano.


Es en los 80, cuando España surge con potencia y personalidad propia, dentro de Europa. La "movida" madrileña se deja sentir con firmas acompañadas de unas puntas de flecha, realizadas primero con rotuladores y después, con spray. Incluso, hay quien se atreve a decir que ese distintivo nació por estas tierras isleñas, aunque siempre estará la duda de si fueron "flecheros" madrileños los que las trajeron aquí o "flecheros" canarios los que las exportaron a la capital del reino. El hecho objetivo es que por esta ciudad abunda este grafismo genuinamente español. 


Hecha esta brevísima reseña sobre una manifestación gráfica tan cambiante, prolífica, vital y diversa, quiero centrar mi entrada de hoy en graffitis que van desde lo más básico de la expresión escrita - que son las firmas o tags -, hasta lo más elaborado. Éstos últimos son los que representan objetos figurativos y más reconocibles, y responden a composiciones de gran calidad artística y técnica, incluyendo a aquellos más eclécticos que combinan la firma y los objetos, en un mismo espacio. Pero no es mi intención llevarles por itinerarios graffiteros bendecidos por la oficialidad y que, según los puristas y entendidos del tema, atentan contra el origen mismo de esta "escritura" rebelde y transgresora. Mi deseo es invitarles a descubrir rincones y zonas que quedan fuera de lo que se ha dado en llamar "El Wall of Fame Tour, de Santa Cruz" o, lo que es lo mismo y en versión bastante libre, " El recorrido por las paredes de la fama". Comienza en el cuadrilátero de la Plaza de Europa, junto al edificio de Hacienda. Continúa por las canchas de la barriada de Tío Pino, Camino del Hierro y junto al túnel de Somosierra. Se prolonga por los muros del Parque Viera y Clavijo, que están en la calle San Sebastián, frente al estadio Heliodoro Rodríguez López y acaba en las canchas de la Casa Pisaca, en el corazón del barrio de El Toscal. 


Los que he localizado como ejemplos de lo que existe fuera de ese "protegido" circuito, podemos contemplarlos en los alrededores de la Cruz del Señor, en calles altas de Villa Ascensión, en las interiores de Vistabella, en el tramo alto de la Avenida Islas Canarias, en el barrio de Salud Bajo en la frontera de éste con Salud Alto o en las paredes más escondidas del Parque Bulevar. Detrás de todos ellos, hay auténticos creadores, llenos de imaginación, de dominio del dibujo, de las proporciones y del espacio.

Con un control perfecto del uso del spray, y con mucho oficio. Además, contribuyen a dar vida e interés visual a muros anodinos, que si no fueran cubiertos por este "arte de la calle", pasarían a formar parte de una visión más pobre y descuidada de la ciudad. Otra consideración me merece lo que se ha dado en llamar "pintada" y que viene a ser aquel graffiti desconsiderado e incívico. Falto, en la inmensa mayoría de los casos, de una mínima calidad, y que lo único que consigue es afear y deteriorar nuestro mobiliario urbano, nuestras fachadas y monumentos y, en general, todo lo que forma parte de la respuesta visual, de cualquier ciudad, a la mirada cotidiana de los que viven en ella o la visitan temporalmente. 

Si tiene que haber un refuerzo fotográfico, para cada una de las entradas de un blog con pretensiones eminentemente visuales y estéticas, la de hoy lo exige con creces. La plantilla elegida para la estructura del blog sólo admite un determinado número de imágenes, pero éste podría doblarse o triplicarse con todas las que he ido almacenando a lo largo de un cierto tiempo, aunque creo que las seleccionadas manifiestan, con rotundidad, el porqué de mi debilidad y admiración por este despectivamente llamado "arte callejero" y que yo prefiero llamar "arte urbano" o "arte de la calle".

NOTA: Pueden leer más artículos de Charo Borges en su blog Paseando por mi ciudad.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Un viaje a la escuela de otros tiempos

por Melchor Padilla

A José Santos Puerto, que fue profesor de Teoría e Historia de la Educación de la Facultad de Educación de la ULL y uno de los promotores de este museo, in memoriam.



Si, como piensan algunos, nuestra patria verdadera está en la infancia, entrar en este recinto es como volver del exilio al que nos ha obligado el paso del tiempo. En el edificio principal del campus central de la Universidad de La Laguna, se encuentra el Museo de la Educación de la ULL. Allí, en un espacio demasiado reducido para la gran cantidad de objetos que exhibe, podemos contemplar los muebles, objetos, libros, juegos, juguetes, colorines que en otros tiempos formaron parte del ambiente cotidiano de muchas generaciones de niños canarios.

En primer lugar nos llama la atención la minuciosa reconstrucción de dos aulas que corresponden a dos momentos de la historia de nuestra educación. La primera es una escuela de los años cincuenta y sesenta. Sobre una tarima la mesa del maestro con globo terráqueo, a su lado un sorprendente mapa de África de antes de la descolonización y, alineados delante de aquella, los pupitres dobles de madera oscura con los pizarrines que en aquellos tiempos de autarquía y escasez sustituían al escaso y caro papel. Vemos en algún pupitre el tintero y la pluma con los que se enseñaba entonces el arte de escribir bien, la caligrafía.

En una estantería nos encontramos los cacharros para preparar la leche en polvo americana, proveniente del Plan Marshall, que se repartía a los niños y las niñas de la época para completar su deficiente alimentación. También unas botellas de vino dulce Sansón, que se suministraba -también en las casas- a las criaturas, pues se creía que “daba sangre”. En otros armarios aparecen proyectores, gramófonos y otros medios didácticos de aquellos años. En la pared, cerca de una lámina que servía para explicar Historia Sagrada, la permanente presencia del crucifijo y, cómo no, del retrato de Franco.

El otro espacio está dedicado a la escuela de los años setenta. Los pupitres de madera han desaparecido y podemos ver los de tubo de hierro y contrachapado que se utilizaban en aquellos años. Aparecen también las nuevas aplicaciones audiovisuales, que comenzaron a utilizarse de forma masiva en las escuelas de entonces: proyectores de cine, de diapositivas y los primeros aparatos de vídeo. Queremos destacar, asimismo, la presencia de las multicopistas, algunas muy antiguas, que son un auténtico símbolo del auge de los movimientos de renovación pedagógica de esos tiempos.

El museo también cuenta entre sus fondos con una interesante colección de fotografías, relacionadas con la vida escolar y la profesión docente, donada por centros y particulares.
Por último, en el centro de la sala y separando estos dos espacios, podemos ver un escudo de una escuela nacional mixta del Ministerio de la Instrucción Pública de la II República, un título de maestro de aquella época y una bandera republicana, como permanente homenaje al mayor y más logrado esfuerzo a favor de la enseñanza pública, truncado por la guerra civil y la dictadura franquista.

Este museo tiene sus orígenes en el trabajo incansable de un grupo de profesores de la Facultad de Educación de nuestra universidad: Ana Vega, José Santos y Luis Feliciano que, desde 1998, se empeñaron en crear un espacio en torno al cual se pudieran llevar a cabo los objetivos de recuperar y conservar aquellos materiales y documentos relacionados con el pasado educativo canario, mantener la memoria de las instituciones y personas relacionadas con el desarrollo de la educación, apoyar la investigación sobre el pasado de nuestra educación y promover foros de debate interdisciplinares, reuniones científicas, exposiciones y congresos sobre la educación en las islas.

Nos cuenta la profesora Vega que, para conseguir los muebles y objetos que iban a constituir el museo, iniciaron desde el principio una búsqueda sistemática por todas las instituciones escolares de la isla y fuera de ella, de aquellos materiales antiguos que los centros todavía conservaban. Trabajo difícil, pues no era raro llegar a un colegio y que les dijeran que todo el material que se consideraba obsoleto había sido tirado hacía poco tiempo.

Aunque el proyecto inicial del museo contaba con poder utilizar un espacio de unos 120 metros cuadrados divididos en distintos espacios como sala de exposiciones, seminario de trabajo e investigación y almacén, apenas cuenta en la actualidad con una sala única de unos sesenta metros cuadrados a todas luces insuficiente y cuya existencia depende del previsto traslado del rectorado al edificio del campus central, donde se encuentra en la actualidad el museo. Debemos hacer constar que para el funcionamiento del museo solo se cuenta con una pequeña subvención del Vicerrectorado de Extensión Universitaria, por lo que sería deseable que las autoridades regionales, insulares o municipales se preocuparan por apoyar esta interesante iniciativa, pues en la actualidad sigue funcionando gracias al trabajo voluntario de un grupo de profesores y de alumnos becarios. Estos últimos se encargan del cuidado y la vigilancia del local en las horas en que se abre al público y de coordinar las cada vez más frecuentes visitas de escolares, todo ello como parte de sus actividades prácticas convalidables por créditos de libre elección.


Otra interesante actividad del museo es su presencia en la red a través de una página web que quiere convertirse en un espacio museístico virtual, así como la creación de un perfil en Facebook.
No queremos terminar sin hacer un doble llamamiento. Por una parte a las autoridades competentes para que apoyen esta labor que sobrevive -como ocurre tantas veces en educación- gracias al voluntarismo de los profesores y a la entusiasta colaboración del alumnado. Por otra, a los particulares, sobre todo relacionados con la tarea educativa, que posean algún tipo de material suceptible de ser dado a conocer. No duden en ponerse en contacto con los responsables de esta importante iniciativa.

Nuestra memoria histórica lo agradecerá.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Castillos de Lanzarote: Guanapay

por Agustín Pallarés Padilla


El castillo de Guanapay, también llamado de Santa Bárbara, se alza, como es bien sabido, en lo alto del volcán de ese nombre en el municipio de Teguise. Fue el antecedente de esta fortaleza una simple torre cuadrada, que es la que aún puede verse sobresaliendo en medio del edificio actual, torre que fue hecha construir en las primeras décadas del siglo XVI por Sancho de Herrera, quien heredó el señorío de Lanzarote en 1503 a la muerte de su madre Inés Peraza, la señora propietaria.
La finalidad de esta torre fue la de servir de puesto de vigía con que prevenir cualquier desembarco furtivo y servir al mismo tiempo de refugio elemental al señor de la isla y sus deudos más allegados en casos de emergencia.

Unos años después de 1551 en que fue atacada la isla por el corsario francés François le Clerc, más conocido por ‘Jambe de Bois’ (Pata de Palo), el señor de la isla entonces, Agustín de Herrera y Rojas, nieto del anterior, vista la escasa eficacia de la torre como refugio para la gente, la rodeó de un cuerpo exterior consistente en una gruesa muralla romboidal, adosados a la cual por el interior se acondicionaron diversos aposentos con techo corrido que hacía de plataforma o plaza de armas, quedando así convertida la primitiva torre en una fortaleza que ofrecía mucha más seguridad como lugar de refugio, si bien aún insuficiente, dependiendo naturalmente su eficacia de la magnitud de las fuerzas invasoras.

En 1569, durante el ataque a la isla del pirata berberisco Calafat, y a pesar de las deficiencias de que aún adolecía después de las ampliaciones que se acaban de explicar, pudo el castillo cumplir al menos con su función protectora para parte de la población pese al considerable número de atacantes desembarcados, que ascendía a unos seiscientos hombres.

Apenas dos años más tarde, en 1571 por lo tanto, con ocasión de la irrupción del pirata Dogalí, de igual procedencia que el anterior, más conocido bajo el cognomento de ‘El Turquillo’, pudo el conde don Agustín refugiarse de nuevo con sus milicias y lo más granado de la sociedad lanzaroteña en el castillo, si bien le fue imposible impedir que los invasores camparan a sus anchas por la isla cometiendo toda clase de atropellos y expolios, logrando esclavizar a un centenar de lanzaroteños.

Esta racha de ataques piráticos sufridos por Lanzarote en la mitad postrera del siglo XVI alcanzó su máxima expresión en 1586. Fue, efectivamente, en este año cuando se produjo el sonado desembarco del célebre pirata argelino Morato Arráez, quien con su poderosa tropa de más de mil hombres trasportados en siete galeras, después de rendir la fortaleza de Arrecife y saquear la capital Teguise puso sitio al castillo, en el que se hallaban refugiadas unas quinientas personas. No obstante, pese a su manifiesta inferioridad numérica, las tropas isleñas pudieron repeler en primera instancia los furibundos ataques de que fueron objeto por parte de los piratas, produciéndose bajas por ambos bandos. Entre las de los insulares se contó, entre las más relevantes, la del propio alcalde de la fortaleza, Pedro de Cabrera Leme.

Durante el agobiante sitio a que fue sometido el castillo en esta ocasión cabe resaltar la valentía y arrojo de que hicieron gala dos jóvenes moriscas llamadas Ana Cabrera y Juana Pérez, ya que al lograr los atacantes prender fuego a la puerta de entrada del castillo jugaron estas dos mujeres un destacado protagonismo al lograr apagar el fuego y tapar el hueco de la puerta con cascotes de unas garitas del castillo que pudieron desmantelar.

Finalmente, comprendiendo el conde que les iba a ser imposible evitar la toma del castillo por los asaltantes, decidió abandonarlo, y aprovechando la oscuridad de la noche durante un descuido de los sitiadores, huyeron todos en busca de un mejor refugio, corriendo cuantos pudieron en demanda sobre todo de la famosa Cueva de los Verdes, el más inexpugnables de los baluartes naturales de la isla.

Una vez tomado el castillo por los argelinos lo sometieron al fuego y a la destrucción por cuantos medios pudieron, dejándolo prácticamente inservible. Pasados dos años de esta terrible intervención pirática, o sea en 1588, el célebre genealogista sevillano Gonzalo Argote de Molina, residente a la sazón en Lanzarote por haberse casado unos pocos días antes del ataque de Morato Arráez con una hija del conde, y ausente su suegro de la isla en aquellos momentos, emprendió por indicación del Capitán General de Canarias Luis de la Cueva y Benavides, cumpliendo éste a su vez órdenes del monarca Felipe II, la reparación de los desperfectos sufridos por la fortaleza a manos de los piratas.

Cuando en 1591 el presupuesto prevenido por Argote de Molina para dichas obras se hallaba gastado en más de la mitad llegó a la isla el Capitán General de Canarias trayendo consigo al ingeniero italiano Leonardo Torriani, que se encontraba al servicio de la corona, quien fue puesto por aquella máxima autoridad archipelágica al frente de la parte de las obras que quedaban por ejecutar según el remanente del presupuesto ofrecido por Argote, si bien, y esto hay que tenerlo bien presente para deshacer entuertos historiográficos, ajustándose estrictamente a los planos y proyectos de construcción que habían sido dispuestos previamente por el Capitán General, es decir, que en absoluto se llevaron a efecto, como algunos han venido dando por hecho hasta ahora, las directrices y recomendaciones que el técnico italiano expone en su conocida obra Descripción e historia del reino de las Islas Canarias.

Existe a este respecto un documento clave que demuestra lo que acabo de decir. Se trata de una carta de pago otorgada por Argote de Molina en la que se dice, hablando del dinero a invertir en los trabajos de reparación del castillo, que “se han gastado y distribuido en la dicha obra guardando las órdenes y trazas –entiéndase ‘trazados’ y ‘planos’– que su señoría del señor Presidente dejó al dicho Leonardo Torriani para la fábrica del dicho castillo”.

No se sabe cuál fue la magnitud de esas obras, pero por lo que se puede colegir de la subsiguiente historia del castillo no pudieron ser muy importantes, y debieron circunscribirse a reparar sólo parte de los desperfectos que Morato Arráez había ocasionado en su intervención en la isla. Prueba de que no se repararon todos los daños hechos a la fábrica del edificio entonces es que en 27 de mayo de 1606 expidió Felipe II una real cédula conminando a los señores de Lanzarote a reparar los castillos de la isla dado el estado de indefensión en que los había dejado Morato Arráez en 1586.
Casi medio siglo más tarde, en 1654, el entonces Capitán General de Canarias Alonso Dávila y Guzmán hace reparar la plataforma y los alojamientos del castillo, amén de construir el puente levadizo con la meseta escalonada que sirve de apoyo al mismo, obras que realizó el oficial de cantero Antonio Pacheco. Hasta entonces la puerta de entrada, abierta a una altura de casi cuatro metros del suelo exterior, se alcanzaba mediante una simple escalera de mano.

Dos años después, en 1556, el mismo operario Antonio Pacheco, por encargo del Sargento Mayor Ambrosio de Ribera, atendiendo esta máxima autoridad militar de la isla órdenes recibidas de la superioridad, añade a la fortaleza los dos baluartes en punta de los ángulos laterales del edificio.
En 1687 se llevaron también a cabo unas importantes reformas. En ese año contrata el señor de la isla, Juan Francisco Duque de Estrada, a un maestro albañil, del que se sabe que se llamaba Juan Luis, para realizar dichas obras, que se terminaron unos pocos años después. Consistieron las mismas en el enlosado de la plaza de armas y la remodelación de las habitaciones ya existentes, así como la construcción de otras nuevas, dotándolas a todas de techo abovedado y piso enlosado.
Así, con alguna que otra modificación o mejora de menor cuantía, se mantuvo el castillo muchos años.

Más de dos siglos después, en 1899, fue habilitado como palomar militar, función que cumplió hasta 1913. El sargento del destacamento de soldados que lo custodiaba, Federico Ferreira, era, por cierto, abuelo del conocido independentista canario contemporáneo Antonio Cubillo Ferreira.

En 1981 sufrió un serio revés la estética del fuerte en lo que a la disposición de su interior respecta al realizarse unas desafortunadas obras por un ingeniero dependiente de la Dirección General de Bellas Artes que supusieron un lamentable cambio en el aspecto secular del castillo al introducirse modificaciones que nada tenían que ver con la disposición interior tradicional del edificio. Menos mal que las malhadadas innovaciones fueron corregidas años después devolviéndolo, más o menos, a su conocido estado primitivo, aplacándose con ello el malestar que su ejecución había causado en la opinión pública.

En 1990, una vez rectificados los desacertados cambios introducidos en 1981, recuperándose con ello los techos abovedados y demás características arquitectónicas que el edificio tenía antes interiormente, se acondiciona e inaugura el castillo como Museo del Emigrante, proyecto en el que han tenido mucho que ver Chani de la Hoz y el investigador teguiseño Francisco Hernández Delgado. El Museo del Emigrante que albergaba fue trasladado al Archivo Histórico en La Villa de Teguise y se instaló en su lugar el Museo de la Piratería en 2011.

NOTA: Pueden leer otros artículos del autor en su blog Prehistoria, Historia y Toponimia de Lanzarote

Nuestra amiga Margarita Gallardo nos envía unas imágenes del castillo obtenidas por ella que incorporamos. ¡Gracias, amiga!




miércoles, 30 de octubre de 2013

A propósito de una fotografía antigua

por Melchor Padilla

A Juan Antonio Báez, José Manuel Febles y al resto de alumnos componentes del Club de Investigación Histórica Pérez Minik para que continúen con el mismo entusiamo y tesón su tarea de rescate de nuestro patrimonio. 


Hace unos días me llegó a través de Facebook una antigua fotografía, fechada hacia 1904 o 1906, que habían encontrado, indagando en la red, dos miembros del Club de Investigación Pérez Minik formado por alumnos del instituto de La Laguna que lleva el mismo nombre. La foto, subida por el profesor Agustín Miranda, planteaba la duda de su ubicación exacta. Se produjo un intenso debate pues no es una fotografía conocida. Este artículo quiere ser un resumen del proceso de identificación del lugar donde se obtuvo la fotografía.


Describamos la imagen: A la derecha un grupo de cuatro mujeres, vestidas de blanco y portando cestos en la cabeza, pasa ante un grupo de casas que se elevan apenas sobre un talud. En la última casa podemos apreciar la presencia de una pequeña espadaña, lo que nos hace suponer que se trata de una ermita. En la calle, frente a la ermita, un carro viene en dirección contraria a la marcha de las mujeres. En la calle apreciamos también los postes del tendido eléctrico del antiguo tranvía que nos dan a entender que la imagen ha sido tomada en algún lugar del recorrido entre Santa Cruz y Tacoronte. En primer plano lo que parece un muro o quizás una atarjea y un gran tanque donde algunas mujeres llenan sus barriles de agua de abasto público. Tras el tanque y adosado a la pared de la primera casa, un calvario con las características tres cruces. Al fondo se insinua el inicio de una pendiente bordeada de árboles. 

Pensamos desde el principio que se trataba de la plaza de San Cristóbal de La Laguna, más conocida ahora como la plaza de la Milagrosa por la estatua de la Virgen que la preside desde principios de los años sesenta. Desde antiguo los laguneros han conocido ese lugar como el Tanque Abajo.

Esta es una vista de la plaza en la actualidad tomada desde el mismo lugar. Como se puede apreciar los cambios han sido radicales. ¿Por qué, pues, insistimos en que se trata del mismo lugar?


La presencia del tendido eléctrico del tranvía nos situa la imagen en el recorrido que este hacía. Descartamos el tramo Santa Cruz- La Laguna por la inclinación del terreno; Tacoronte tampoco puede ser, pues si recorremos todo el trayecto del tranvía desde La Laguna hasta la plaza de Tacoronte, donde estaba la estación, no hay ninguna capilla ni un conjunto de casas como el de la imagen. Las casas podrían haberlas derribado, pero habría quedado documentación de la desaparición de una iglesia si esta se hubiera producido.

En el recorrido del tranvía encontramos sólo tres templos. Veamos los dos primeros, que son el de San Benito y el de San Lázaro, ambos en La Laguna. La ermita de San Benito no puede ser pues está orientada de forma casi paralela a la ruta del tranvía mientras que en nuestra fotografía la iglesia aparece perpendicular a la carretera. Con San Lázaro ocurre lo mismo con la orientación pero además la iglesía quedaría a la izquierda de la imágen y muy alejada de los raíles y la carretera.

Sólo nos queda una última iglesia en el trayecto del tranvía y no es otra que la ermita de San Cristóbal en la plaza del mismo nombre de La Laguna, más conocida como La Milagrosa. Y es precisamente aquí donde creemos se obtuvo la fotografía que tratamos de ubicar. La imagen fue tomada, según creo, desde la esquina que hay cerca del arranque de la calle de Santo Domingo muy cerca de dónde se encuentra hoy una estación de servicio de combustible. 

Los elementos fundamentales para identificar el lugar son dos el pilar o tanque que dió tradicionalmente nombre a la plaza y la ermita. Veamos el primero:


El pilar de San Cristóbal, o Tanque Abajo, es tan antiguo que fue mandado construir por el Ayuntamiento en 1530 en el barranquillo situado por debajo de la plaza San Miguel, hoy del Adelantado, pues debía recoger las aguas sobrantes de la pila de esa plaza. También se acordó edificar otro pilar próximo destinado a alberca para lavaderos públicos. En el mapa de Torriani de 1588 aparece claramente el pilar de San Cristóbal. Estuvo presente en la plaza hasta la remodelación de esta en 1959.

El otro elemento a considerar es la ermita. Fue fundada hacia 1525 por el regidor y teniente de gobernador de origen catalán Antón Joven o Jovel y a lo largo de su historia sufrió varias remodelaciones, sobre todo la que a mitad del siglo XIX se hizo para acortar la nave y así poder alinear su fachada con las del resto de las casas colindantes. En 1922-1923 se le hace la última reforma dotándola de la fachada que hoy podemos contemplar. En 1899, Juan Villalta, sargento de la Sección Topográfica de ingenieros elabora un plano de la Ciudad y alrededores de La Laguna donde podemos apreciar que, en fechas muy próximas a la implantación del tranvía, todavía existía el tanque y que la iglesia apenas sobresalía de la línea de fachadas, como refleja la fotografía que estamos comentando. Aparecen incluso los arbolitos que se insinúan en la fotografía. Alejandro Carracedo ubicó mediante un icono el lugar desde donde presumiblemente se obtuvo la imagen.

Otro detalle que corrobora nuestra teoría de que la imagen se obtuvo en la plaza de San Cristóbal es que las casas aparecen sobre un pequeño talud levantado por encima de la carretera. La misma inclinación aparece en otra fotografía - y gran documento de carácter social- obtenida en esas mismas fechas en la misma plaza pero en dirección contraria, hacia el casco de La Laguna. A la derecha podemos apreciar, de nuevo, el concurrido lugar donde se hallaba el tanque. 

Creo que los argumentos y la documentación aportada corroboran la teoría que expusimos al principio de que se trata de una de las primeras imágenes de ese rincón de La Laguna en el que podemos constatar la presencia del tanque que desde tiempo inmemorial le dió nombre.

NOTA: Este trabajo no podría haberse llevado a cabo sin los que intervinieron en la solución de la propuesta que hizo Agustín Miranda. Especialmente he de nombrar a Rafael Cedrés y Alejandro Carracedo.

Comparación entre el plano de 1899 y la actualidad.

La plaza antes de su remodelación a finales de los años 50, durante una procesión
´automovilística de San Cristóbal. A la derecha, tras la imagen del santo,
se vislumbra el tanque. Foto cortesía de Miguel Bravo. 
Otra vista similar a la de la cabecera. Lleva el título " Entrada por la Cruz de Piedra. Abrevadero y tranvía. 1915." Publicada en la revista Gaceta de Canarias Año 1982. Fue subida al grupo de Facebook Fotos Antiguas de Tenerife por Antonio Barbero García.

Nuestro amigo Carlos García, que sabe mucho de las calles y plazas de La Laguna nos proporciona esta otra vista de la plaza en la que según el mismo dice 'casi, casi se ve el tanque'



Otro buen amigo, Fernando Caballero Guimerá nos ha enviado un nuevo hallazgo fotográfico de nuestro Tanque Abajo. En la imagen se puede apreciar con claridad el tanque que servía de abrevadero de ganado. ¡Gracias por compartir esta maravilla!




sábado, 5 de octubre de 2013

Fielatos en la memoria

por Melchor Padilla


En la Vuelta de los Pájaros de Santa Cruz de Tenerife, en la zona de Villa Benítez, se levanta un pequeño edificio con tejado a dos aguas que es, desde 1973, sede del Centro de Inicativas y Turismo de ese municipio. Si nos acercamos a su fachada podemos apreciar un letrero de azulejos que pone CIT Fielato y la fecha de 1900. Fue construído en ese tiempo como almacén de material del primer tranvía de la isla. Más tarde, en los años veinte, comenzó a cumplir las funciones de fielato.

¿Qué quiere decir esa palabra? Es el nombre de unas oficinas municipales que se establecieron en toda España a la entrada de los grandes núcleos de población desde mediados del siglo XIX. Su función era cobrar los impuestos sobre algunos artículos de consumo. El término procede del fiel o balanza que se usaba para pesar los productos y así aplicar la tasa correspondiente.

De esta manera, se cobraban arbitrios sobre el vino, los aguardientes, aceite, carne y pescado. Constituía una actividad de suma importancia para los ayuntamientos, pues dependiendo de la localidad podía llegar a suponer entre un 50 y 70% del total de los ingresos municipales. En cada una de las oficinas, estos celosos aduaneros locales paraban a todas las personas que pretendían entrar a la población para inspeccionar si traían alguna mercancía susceptible de pago de tasas. Daba lo mismo que fueran a pie, en montura, en carro, coche, guagua e incluso en tranvía: todo el mundo debía detenerse ante la autoridad fiscal.

En el artículo "Las lecheras y el fielato", publicado en el periódico El Día, Francisco Ayala describe a la perfección el ambiente en el que debían discurrir estas operaciones aduaneras. Como podemos imaginar, los atascos eran monumentales a ciertas horas y también había una enorme picaresca a fin de evitar el pago de los consumos. Las campesinas trataban de esconder las gallinas o los conejos debajo de las faldas a fin de escapar del control del fielatero, lo que ocasionó no pocas situaciones curiosas. En ocasiones, los estudiantes que viajaban en tranvía, comenzaban a imitar el cacareo de las aves cuando entraba el fielatero a inspeccionar. Asimismo, como cuenta el periodista tinerfeño Gilberto Alemán en su libro Crónicas del callejón, algunos trataban de pasar mercancías como vino o aguardiente cruzando campo a través para evitar el control en el fielato. Esta actividad de contrabando era duramente perseguida por la Guardia Civil.

Fielatos de Valle de Guerra y de Los Morales de Arico.
En la edición del 14 de junio de 1955 del desaparecido diario deportivo Aire Libre se cuenta una anécdota sobre este afán por soslayar el control de los aduaneros. La transcribimos literalmente:
"Dos avispados quisieron aprovechar el gran movimiento rodado del día del Corpus para traerse de Las Canteras un cerdo y pasar sin contratiempos por el Fielato. Dicho y hecho. Llegaron al Fielato al mismo tiempo que media docena de coches. Pusiéronse en fila y previamente colocaron al cerdo en el asiento trasero, en medio de ambos, con un sombrero calado hasta el hocico. Les llegó el turno: ¡Nada! ¡Adiós, buenas noches! Salieron disparados, camino de Santa Cruz. Al arrancar, un fielatero, en confianza, dijo a un compañero: -¿Te fijaste? ¡Fuerte cara de cochino tenía el del sombrero!"
Barrio del Fielato de Arafo
Los fielatos desaparecieron a principio de los años sesenta, pero las personas mayores recuerdan todavía dónde se encontraban. En Santa Cruz, hay una zona conocida como el Fielato de los Melones, en la confluencia de Las Ramblas y de la avenida Francisco La Roche. También se recuerda el del Puente de Zurita, precursor del de Villa Benítez. En La Laguna, los más importantes eran el de Gracia y el de la Concepción. Además, ha quedado una huella muy grande de los fielatos en la toponimia de la isla. Así, en Valle de Guerra había uno donde se cruzan la carretera del Boquerón y la de Tacoronte a Tejina. Un barrio cercano de esta misma población recibe el nombre de El Consumo. En Güímar y en Granadilla se conservan también como nombres de lugares. En Arafo ha pervivido el recuerdo de esta actividad como topónimo de una zona: el barrio de El Fielato. En Arico, en Los Morales, existe todavía la casa donde se ubicaba la oficina de consumos.

Todos estos enclaves han quedado como memoria de una actividad fiscal que los ciudadanos de aquellos tiempos, en los que se pasaba mucha necesidad, soportaban con pocas ganas. No hay más que ver su impacto en el folclore, como en aquella polka que comienza diciendo:

"Una señora formal 
compró un conejo barato 
y al pasar por el fielato 
lo escondió en el delantal".

El resto no es difícil de imaginar. Tiempos aquellos…

viernes, 20 de septiembre de 2013

El crimen de Mr. James William Morris

por Bernardo Cabo Ramón

Hoy nos honramos en acoger un artículo que fue publicado en julio de 2012. Su autor es Bernardo Cabo Ramón a quien quiero agradecer su deferencia al permitirme compartirlo en nuestras páginas. Aquellos lectores interesados pueden seguir sus trabajos en su excelente blog PUERTO DE LA CRUZ, SUS GENTES Y SUS COSAS


En 1.873 llega al Puerto de la Cruz un joven de nombre James Williams Crighton Morris Wilson nacido en 1.849, soltero, hijo de John Morris natural de Londres y de Mary Wilson natural de Escocia. Había llegado a Las Palmas en 1872 trabajando en la empresa de su tío político Thomas Miller. Posteriormente fue enviado como hombre de confianza y cajero a la sucursal que dicha empresa tenia en el Puerto de la Cruz bajo la dirección de Peter Spencer Reid, establecido en el Puerto de la Cruz desde 1.865. La llave de la caja fuerte, siempre la lleva consigo colgando en la cadena junto a su reloj de oro, en sus paseos por calles y plazas la hacía girar ostentosamente para los que siempre le observaban, como lo había observado Manuel Brito Rodríguez pensado que esa llave guardaba mucho dinero en la caja de la entidad comercial.

Al parecer Manuel Brito Rodríguez, de 38 años de edad y carpintero de profesión, casado y con cuatro hijos que alimentar, con la intención de viajar a Cuba para probar fortuna allí, traza su plan y se lo presenta a su amigo Pedro Armas López, de 45 años de edad, mampostero de profesión casado y con hijos, persona de cierta solvencia económica, pero con un tren de vida que estaba muy por encima de sus posibilidades, de tal manera que los excesivos gastos y ciertas desgracias personales le dejaron en una situación económica precaria, rozando la miseria. Manuel Brito Rodríguez, le prometió a su cómplice repartir el botín en partes iguales. La conducta de ambos hombres hasta esa fecha había sido intachable, por lo que no tenían antecedentes penales. 

Conocedores de las andanzas y aventuras amorosas de Mr. Morris le tienden una trampa, diciéndole que una mujer guapa y hermosa le aguardaría al atardecer en las inmediaciones de la playa del castillo de San Felipe, debajo del Cementerio de San Carlos donde hoy día están las piscinas Municipales, era lunes 25 de Noviembre de 1.878 y la tarde, nublada, fría y oscura. Puesto el plan en marcha, uno de ellos se disfrazó de mujer y se ocultó, mientras que el otro se encargó de llevar a la víctima hasta el lugar señalado, eran las siete y media aproximadamente cuando fue asaltado y apuñalándole hasta dejarlo muerto, los objetos que se declaran robados al asesinado fueron un reloj de oro, una leontina de oro, un guarda-pelo de oro, y un revólver y las tan codiciadas llaves de la caja fuerte, luego se dirigieron a la firma comercial, que estaba situada en la Calle del Sol, hoy de Dr. Ingram y Castaño hoy Nieves Ravelo. El robo fue descubierto el día siguiente martes, los empleados encontraron la caja abierta los papeles regados por el suelo y la ausencia de Mr. Morris, que siempre era muy puntual al trabajo, el robo ascendía a 22.638 reales de vellón, cantidad que nunca fue recuperada.

La otra parte del plan de Manuel y Pedro era hacer desaparecer el cuerpo de la víctima, de madrugada llegaron al lugar del crimen y trasladan el cadáver hasta el cementerio de San Carlos, y lo introdujeron en la tumba que previamente habían elegido, la de Doña María de la guerra y Hoyo, Marquesa de San Andrés, Vizcondesa del Buen Paso que había fallecido en 1853. Con el nerviosismo y las prisas agrietaron la lápida, por lo que había de ser una buena pista.

Unos días después del crimen, coincidiendo con el entierro de la niña Rosalia Eulalia Martín García fallecida de neumonía el día 28 de noviembre con dos años y nueve meses, hija de José Martín Bravo y Andrea García Hernández, naturales del Realejo Alto y con residencia en la Calzada de Martíanez del Puerto de la Cruz. Al no portar los padres de la niña la licencia municipal, el sepulturero se negó a proceder al enterramiento hasta no tener la licencia del Juez Municipal D. Luis González de Chaves, mientra los asistentes esperaba el trámite del papeleo y entre los acompañantes había un joven ciego llamado Juan García Olivera, quien guiado por su olfato percibió olor a putrefacción, hecho que comunico al sepulturero. Este acompañado de otras personas , descubrió que la pestilencia procedía del sepulcro de la Marquesa de San Andrés, observando además que por una grieta de la losa del sepulcro entraban y salían moscas verdes, lo que era rarísimo teniendo en cuenta que la Marquesa había fallecido hacía veinticinco años. El hecho se puso en conocimiento del Alcalde D. Tomas Zamora Gorrín, que se personó en el lugar y a las dos y media de la tarde se presento el Juez quien autorizó la apertura de la pesada losa se halló el cadáver descompuesto de un hombre boca abajo, con la cabeza cubierta por la levita que vestía, la pierna izquierda recogida y enseñando parte de la espalda, donde se apreciaba manchas de sangre, una vez extraído el cadáver, se vio que era Mr. Morris.

Efectuaron su autopsia los doctores Pedro Cruzat Escardo y Miguel Buenaventura Espinosa quienes concluyeron que la muerte de Mr. Morris había tenido lugar de sesenta a ochenta horas antes y que su aspecto externo destacaba el abotargamiento del cuello y cara del cadáver, se apreciaba la salida anormal del ojo izquierdo fuera de su órbita , y ello junto con la forma y tamaño de la lengua inyectada y gruesa, tres o cuatro centímetros fuera de los labios, síntomas claros de que fue sometido a estrangulación antes de ser muerto por apuñalamiento, presentaba varias heridas , una transversal de izquierda a derecha en la región frontal de tres centímetros de extensión que llegaba hasta el hueso, y una herida sobre la ceja izquierda. Habían otras heridas más, una de ellas en dirección a las venas yugulares, tres en la región pectoral izquierda , por una de las cuales aparecía sustancia pulmonar, así como otras tres hechas en la parte delantera, además de un corte superficial en la espalda . El aspecto de las heridas permitía afirmar que debieron ser hechas con un instrumento cortante y punzante a la vez, tal como un cuchillo estrecho, puñal, daga u otra arma análoga. El informe de la autopsia era contundente y afirmaba que Mr. Morris murió violentamente, después de su autopsia fue sepultado en el Cementerio protestante de esta Ciudad ya que su religión era anglicana.

La justicia comenzó sus averiguaciones, Mr. Morris había sido visto entre la Calle San Juan y Quintana, otros aseguraban haberle visto cruzar la Plaza del Charco y la calle de San Felipe. Fueron detenidas en un principio como sospechosas seis personas, cuatro hombres y dos mujeres, Pedro Armas López, Manuel Brito Rodríguez, Manuel Armas Bethencourt hijo de Pedro, Estanislao Castro, Dominga Cruz Castro y Francisca Carballo.


Se cree que alguien envío un anónimo a las autoridades señalando a Pedro Armas López, que vivía en la calle de la Hoya, éste terminó acusando a su cómplice Manuel Brito Rodríguez que vivía en la ranilla. Durante la instrucción del sumario fueron puestos presos en la cárcel de La Orotava, donde por indicación del Juez fueron sometidos por el alcaide de la prisión Juan Peña, a un riguroso régimen de incomunicación. Por quejas, entre ellas del cónsul ingles por falta de seguridad en la cárcel de La Orotava por conatos de evasión de los presos. El 26 mayo de 1880 fueron trasladados a la prisión de Santa Cruz de Tenerife. El día 30 de de junio de 1881 fueron conducidos nuevamente por un Capitán, un subalterno y cuarenta hombres a la Cárcel de La Orotava. El día 1 de junio a las seis y media de la mañana fueron trasladados al Puerto de la Cruz por dos coches de caballos fuertemente custodiados por fuerzas armadas de la Guardia Provincial hasta el antiguo Convento de Nuestra Señora de las Nieves donde les fue leída íntegramente la sentencia del Tribunal Supremo, este mismo día por la tarde se procedió a la construcción del cadalso que fue levantada en la explanada entre el Cementerio de San Carlos y el castillo de San Felipe cerca del lugar donde murió Mr. Morris.

A las ocho menos diez de la mañana del día 2 de Julio de 1.881 salieron los reos de la capilla del Convento de Nuestra Señora de las Nieves hacia el patíbulo en un carro, acompañados del Alguacil, el Escribano, los Sacerdotes que les asistieron y la fuerza pública que les dio escolta, para ser ejecutados por el procedimiento del garrote vil. El verdugo se había desplazado expresamente desde Sevilla para llevar a cabo la ejecución ya que tenía jurisdicción sobre los reos a ajusticiar en Canarias, una vez terminada la ejecución intervinieron los médicos cirujanos Manuel Pestano Guzmán y Pedro Cruzat Escardó, quienes reconocieron a los ajusticiados y posteriormente pasaron a declarar ante el Juez sobre si eran o no cadáveres.

El público que asistió a la ejecución fue obligado como medida ejemplar, dado que la colonia inglesa era muy influyente en el Puerto de la Cruz, mientras las campanas de la iglesia no cesaron de tocar. Los reos fueron enterrados en el Cementerio de San Carlos sin pompas fúnebres y sin acompañamiento de sus familiares.