por Agustín Pallarés Padilla
El castillo de Guanapay, también llamado de Santa Bárbara, se alza, como es bien sabido, en lo alto del volcán de ese nombre en el municipio de Teguise. Fue el antecedente de esta fortaleza una simple torre cuadrada, que es la que aún puede verse sobresaliendo en medio del edificio actual, torre que fue hecha construir en las primeras décadas del siglo XVI por Sancho de Herrera, quien heredó el señorío de Lanzarote en 1503 a la muerte de su madre Inés Peraza, la señora propietaria.
La finalidad de esta torre fue la de servir de puesto
de vigía con que prevenir cualquier desembarco furtivo y servir al mismo tiempo
de refugio elemental al señor de la isla y sus deudos más allegados en casos de
emergencia.
Unos años después de 1551 en que fue atacada la isla
por el corsario francés François le Clerc, más conocido por ‘Jambe de Bois’
(Pata de Palo), el señor de la isla entonces, Agustín de Herrera y Rojas, nieto
del anterior, vista la escasa eficacia de la torre como refugio para la
gente, la rodeó de un cuerpo exterior consistente en una gruesa muralla
romboidal, adosados a la cual por el interior se acondicionaron diversos
aposentos con techo corrido que hacía de plataforma o plaza de armas, quedando
así convertida la primitiva torre en una fortaleza que ofrecía mucha más
seguridad como lugar de refugio, si bien aún insuficiente, dependiendo
naturalmente su eficacia de la magnitud de las fuerzas invasoras.
En 1569, durante el ataque a la isla del pirata
berberisco Calafat, y a pesar de las deficiencias de que aún adolecía después
de las ampliaciones que se acaban de explicar, pudo el castillo cumplir al
menos con su función protectora para parte de la población pese al considerable
número de atacantes desembarcados, que ascendía a unos seiscientos hombres.
Apenas dos años más tarde, en 1571 por lo tanto, con
ocasión de la irrupción del pirata Dogalí, de igual procedencia que el
anterior, más conocido bajo el cognomento de ‘El Turquillo’, pudo el conde don
Agustín refugiarse de nuevo con sus milicias y lo más granado de la sociedad
lanzaroteña en el castillo, si bien le fue imposible impedir que los invasores
camparan a sus anchas por la isla cometiendo toda clase de atropellos y
expolios, logrando esclavizar a un centenar de lanzaroteños.
Esta racha de ataques piráticos sufridos por Lanzarote
en la mitad postrera del siglo XVI alcanzó su máxima expresión en 1586. Fue,
efectivamente, en este año cuando se produjo el sonado desembarco del célebre
pirata argelino Morato Arráez, quien con su poderosa tropa de más de mil
hombres trasportados en siete galeras, después de rendir la fortaleza de
Arrecife y saquear la capital Teguise puso sitio al castillo, en el que se
hallaban refugiadas unas quinientas personas. No obstante, pese a su manifiesta
inferioridad numérica, las tropas isleñas pudieron repeler en primera instancia
los furibundos ataques de que fueron objeto por parte de los piratas,
produciéndose bajas por ambos bandos. Entre las de los insulares se contó,
entre las más relevantes, la del propio alcalde de la fortaleza, Pedro de
Cabrera Leme.
Durante el agobiante sitio a que fue sometido el
castillo en esta ocasión cabe resaltar la valentía y arrojo de que hicieron
gala dos jóvenes moriscas llamadas Ana Cabrera y Juana Pérez, ya que al lograr
los atacantes prender fuego a la puerta de entrada del castillo jugaron estas
dos mujeres un destacado protagonismo al lograr apagar el fuego y tapar el
hueco de la puerta con cascotes de unas garitas del castillo que pudieron
desmantelar.
Finalmente, comprendiendo el conde que les iba a ser
imposible evitar la toma del castillo por los asaltantes, decidió abandonarlo,
y aprovechando la oscuridad de la noche durante un descuido de los sitiadores,
huyeron todos en busca de un mejor refugio, corriendo cuantos pudieron en demanda
sobre todo de la famosa Cueva de los Verdes, el más inexpugnables de los
baluartes naturales de la isla.
Una vez tomado el castillo por los argelinos lo
sometieron al fuego y a la destrucción por cuantos medios pudieron, dejándolo
prácticamente inservible. Pasados dos años de esta terrible intervención
pirática, o sea en 1588, el célebre genealogista sevillano Gonzalo Argote de
Molina, residente a la sazón en Lanzarote por haberse casado unos pocos días
antes del ataque de Morato Arráez con una hija del conde, y ausente su suegro
de la isla en aquellos momentos, emprendió por indicación del Capitán General
de Canarias Luis de la Cueva y Benavides, cumpliendo éste a su vez órdenes del
monarca Felipe II, la reparación de los desperfectos sufridos por la fortaleza
a manos de los piratas.
Cuando en 1591 el presupuesto prevenido por Argote de
Molina para dichas obras se hallaba gastado en más de la mitad llegó a la isla
el Capitán General de Canarias trayendo consigo al ingeniero italiano Leonardo
Torriani, que se encontraba al servicio de la corona, quien fue puesto por
aquella máxima autoridad archipelágica al frente de la parte de las obras que
quedaban por ejecutar según el remanente del presupuesto ofrecido por Argote,
si bien, y esto hay que tenerlo bien presente para deshacer entuertos
historiográficos, ajustándose estrictamente a los planos y proyectos de
construcción que habían sido dispuestos previamente por el Capitán General, es
decir, que en absoluto se llevaron a efecto, como algunos han venido dando por
hecho hasta ahora, las directrices y recomendaciones que el técnico italiano
expone en su conocida obra Descripción e historia del reino de las Islas
Canarias.
Existe a este respecto un documento clave que demuestra lo que acabo de decir. Se trata de una carta de pago otorgada por Argote de Molina en la que se dice, hablando del dinero a invertir en los trabajos de reparación del castillo, que “se han gastado y distribuido en la dicha obra guardando las órdenes y trazas –entiéndase ‘trazados’ y ‘planos’– que su señoría del señor Presidente dejó al dicho Leonardo Torriani para la fábrica del dicho castillo”.
No se sabe cuál fue la magnitud de esas obras, pero
por lo que se puede colegir de la subsiguiente historia del castillo no
pudieron ser muy importantes, y debieron circunscribirse a reparar sólo parte
de los desperfectos que Morato Arráez había ocasionado en su intervención en la
isla. Prueba de que no se repararon todos los daños hechos a la fábrica del
edificio entonces es que en 27 de mayo de 1606 expidió Felipe II una real
cédula conminando a los señores de Lanzarote a reparar los castillos de la isla
dado el estado de indefensión en que los había dejado Morato Arráez en 1586.
Casi medio siglo más tarde, en 1654, el entonces
Capitán General de Canarias Alonso Dávila y Guzmán hace reparar la plataforma y
los alojamientos del castillo, amén de construir el puente levadizo con la
meseta escalonada que sirve de apoyo al mismo, obras que realizó el oficial de
cantero Antonio Pacheco. Hasta entonces la puerta de entrada, abierta a una
altura de casi cuatro metros del suelo exterior, se alcanzaba mediante una
simple escalera de mano.
Dos años después, en 1556, el mismo operario Antonio
Pacheco, por encargo del Sargento Mayor Ambrosio de Ribera, atendiendo esta
máxima autoridad militar de la isla órdenes recibidas de la superioridad, añade
a la fortaleza los dos baluartes en punta de los ángulos laterales del edificio.
En 1687 se llevaron también a cabo unas importantes
reformas. En ese año contrata el señor de la isla, Juan Francisco Duque de
Estrada, a un maestro albañil, del que se sabe que se llamaba Juan Luis, para
realizar dichas obras, que se terminaron unos pocos años después. Consistieron
las mismas en el enlosado de la plaza de armas y la remodelación de las
habitaciones ya existentes, así como la construcción de otras nuevas,
dotándolas a todas de techo abovedado y piso enlosado.
Así, con alguna que otra modificación o mejora de
menor cuantía, se mantuvo el castillo muchos años.
Más de dos siglos después, en 1899, fue habilitado
como palomar militar, función que cumplió hasta 1913. El sargento del
destacamento de soldados que lo custodiaba, Federico Ferreira, era, por cierto,
abuelo del conocido independentista canario contemporáneo Antonio Cubillo
Ferreira.
En 1981 sufrió un serio revés la estética del fuerte
en lo que a la disposición de su interior respecta al realizarse unas
desafortunadas obras por un ingeniero dependiente de la Dirección General de
Bellas Artes que supusieron un lamentable cambio en el aspecto secular del
castillo al introducirse modificaciones que nada tenían que ver con la
disposición interior tradicional del edificio. Menos mal que las malhadadas
innovaciones fueron corregidas años después devolviéndolo, más o menos, a su
conocido estado primitivo, aplacándose con ello el malestar que su ejecución
había causado en la opinión pública.
En 1990, una vez rectificados los desacertados cambios
introducidos en 1981, recuperándose con ello los techos abovedados y demás
características arquitectónicas que el edificio tenía antes interiormente, se
acondiciona e inaugura el castillo como Museo del Emigrante, proyecto en el que
han tenido mucho que ver Chani de la Hoz y el investigador teguiseño Francisco
Hernández Delgado. El Museo del Emigrante que albergaba fue trasladado al Archivo Histórico en La Villa de Teguise y se instaló en su lugar el Museo de la Piratería en 2011.
NOTA: Pueden leer otros artículos del autor en su blog Prehistoria, Historia y Toponimia de Lanzarote
Nuestra amiga Margarita Gallardo nos envía unas imágenes del castillo obtenidas por ella que incorporamos. ¡Gracias, amiga!
NOTA: Pueden leer otros artículos del autor en su blog Prehistoria, Historia y Toponimia de Lanzarote
Nuestra amiga Margarita Gallardo nos envía unas imágenes del castillo obtenidas por ella que incorporamos. ¡Gracias, amiga!
Con todos mis respetos, hay varios puntos que podrían discutirse, como por ejemplo el nombre, el Castillo, se llama Santa Barbara, situado en lo alto de la montaña de Guanapay, no se porque, siempre cambiamos los nombres a las cosas, por ejemplo en La Villa de Teguise, La Plaza frente a la Iglesia siempre la conocí, como la Plaza de San Miguel, como recoge el grabado de las campanas, y se ha pasado a llamar Plaza de la Constitución, no se que dcirles a nuestro visitantes cuando preguntan por ambas, cuando les digo que es la misma se me quedan mirando con asombro, no lo interprete como una recriminación sino como una puntualización con todos mis respetos, otro punto a destacar, es que aunque sean las fotos en blanco y negro, se nota que han sido, modificadas, quiero decir, que se les ha quitado el color, para hacer de estas fotos excepto una, fotos antiguas,pero le delatan las antenas en lo que nosotros hemos llamado, la Caja del castillo.y Yo que jugue de pequeño allí, despues de las obras de reconstrucción, esas formas abobedadas dejan mucho que decir, creo recordar que los calabozos, eran circulares, y con orificios hacia el techo, y algunos de los habitaculos eran cuadrados, por cierto, tambien existía lo que llamábamos, la cueva de la Reina, La reina que se fugó del Castillo, según la leyenda, haciendo un túnel que llegaba hasta la carretera, justo frente a lo que hoy es el centro de Salud. Hay muchas cosas, que lamentablemente se desechan, y se quitan de la historia, y creo que el Sr. Francisco Hdez Delgado, es uno de ellos. Muchas gracias y perdone mi atrevimiento.
ResponderEliminar