miércoles, 26 de septiembre de 2012

Las casas terreras de Santa Cruz

Hoy presentamos en nuestra sección de "Artistas invitados" un artículo de Charo Borges Velázquez que en el tiempo de su colaboración en el digital Loquepasaentenerife.com dejó una interesantísima muestra de su preocupación por los temas de nuestro patrimonio cultural y medioambiental. Dichos artículos pueden ser leídos en su blog Paseando por la ciudad. Hoy, pues, les ofrecemos un pormenorizado e interesante trabajo sobre las que fueron las viviendas más humildes de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife: las casas terreras.


Esta crónica no pretende hacer un estudio histórico de esta modalidad de vivienda tan frecuente en nuestras islas. Nada más lejos. Lo que me lleva a emprenderla es la curiosidad de haber comprobado, desde hace mucho tiempo, la lenta desaparición o la transformación de muchas de ellas, en el ámbito capitalino, y el deseo de dar a conocer una buena muestra de las que siguen existiendo en distintos puntos del mismo. En definitiva, centrarme en su estética, estado de conservación y lugar de ubicación.

Aunque haga unas brevísimas referencias a su historia, - inevitables, por otra parte -, sólo me mueve el gusto por hacerles partícipes de la admiración que siempre he sentido por estos otrora humildes inmuebles y, en esta época de colmenas y rascacielos de última generación, objeto de deseo de muchos que, cuando lo consiguen, hacen de ellas verdaderas joyas para vivir de un modo más humano. Hechas, pues, las procedentes aclaraciones iniciales, permítanme meterme, de lleno, en harina.

Estas peculiares edificaciones de un solo piso, junto con las cuevas, las chozas y las viviendas de alto y bajo, constituyen las cuatro estructuras habitables más frecuentes en el ámbito rural canario. Pero, a pesar de su origen, con el paso del tiempose fueron integrando en núcleos poblacionales más cercanos a las costas del Archipiélago y se convirtieron en el modesto domicilio familiar de muchos pescadores y trabajadores de los muelles. Este fenómeno se dio en casi todos los litorales isleños y Santa Cruz de Tenerife no iba a ser una excepción. El siglo XIX y los principios del XX son los testigos de la construcción de estas estructuras cúbicas o prismáticas,erigidas sobre un solar de forma rectangular o cuadrada, aunque algún investigador las data en siglos anteriores.

Hoy, con un trabajo de campo sustentado en la ayuda inestimable de una pequeña cámara digital, he podido descubrir en torno a unas trescientas viviendas de aquellos tiempos, en los lugares más dispares y distantes posible. Muchas, magníficamente conservadas en sus rasgos más característicos y, otras, con pequeñas y grandes variantes sujetas, probablemente, al gusto y capacidad adquisitiva de sus propietarios. Unas cuantas, se venden. Otras, están deshabitadas y, a lo mejor, en espera de algún proceso judicial que impide su venta o su derrumbamiento para edificar, en el mismo sitio, una mole de varios pisos. Esta finalidad o la conversión en vivienda de alto y bajo son las causas más frecuentes de la desaparición de muchas de ellas, a medida que la ciudad va creciendo. También me lleva este trabajo gráfico a encuadrar, en dos grandes grupos, el tipo de casa terrera que aún pervive por estos lares. Uno es el de la inmensa mayoría: construidas a ras de las aceras y con su fachada arrancando directamente de éstas. El otro, lo constituye una minoría: las que cuentan con un pequeño jardín entre la acera y la propia fachada e, incluso, algunas con dos o tres escalones para acceder, desde ese jardín, a la entrada de la vivienda. Éstas últimas están localizadas en un único lugar del territorio capitalino.


Sin embargo, todas muestran elementos muy parecidos en su frente y en su interior. En el paramento frontal, lo frecuente es que tengan una, dos o tres ventanas repartidas a los lados de la puerta, siendo todos estos huecos, rectangulares y amplios. Por lo general, tanto unas como otra, están enmarcadas, en su lado superior y en la parte más alta de los laterales, con adornosque, justo en la mitad, muestran interesantes salientes inspirados, a veces, en los capiteles de las columnas griegas y romanas clásicas, aunque la mayoría es de formas más libres y sencillas a base de elementos florales y curvilíneos. Sobre estos huecos suelen ofrecer una cornisa que recorre la fachada a todo lo ancho, y también con variados aspectos. Por encima de este saliente aparece el muro que la cierra y que se corresponde con el antepecho de la amplia azotea que ocupa toda la zona superior de la casa. Ese muro presenta diversas respuestas: desde artísticas balaustradas a todo lo ancho, pasando por las que se alternan con paramento cerrado, hasta los que son sólo una sencilla pared corrida. Las más antiguas suelen ser las más modestas, presentando sólo la puerta y una ventana, y sin ninguna clase de aditamento ornamental. Algunas están deshabitadas y en espera de su derribo para edificar una mole de varios pisos

El apartado del color también ofrece una enorme variedad: desde los sobrios tonos armoniosos y apastelados hasta los contrastes atrevidos y muy vivos. Las puertas suelen ser de madera y, en las casas más cuidadas, con cuarterones y barnizadas o pintadas, a juego, con los matices de la fachada; en la carpintería de las ventanas, se aplica el mismo criterio. Hoy, muchas han sido sustituidas por las más prácticas y duraderas de metal coloreado. Nuestro clima templado propicia, sobre todo en verano, la existencia de la polilla en la mayoría de las maderas y esto hace que terminen picándose y haya que suplirlas por nuevos materiales. La distribución interior responde, asimismo, a un esquema básico que se repite: un largo pasillo que se inicia en la puerta de entrada a la casa y que acaba en un generoso patio que ocupa todo el fondo o queda en un lateral de la edificación. A ese pasillo se abren las distintas estancias que están ventiladas e iluminadas gracias al tragaluz que se corresponde con la superficie del patio. Una escalera que parte de ese mismo espacio permite el acceso a la azotea. Normalmente, el tragaluz aparece cubierto con algún material transparente o traslúcido para evitar la entrada de lluvia en la vivienda y facilitar la iluminación natural.

Para completar esta información, paso a pormenorizar los núcleos donde he encontrado un mayor número de ellas o dónde se ubican algunos ejemplares dignos de reseñar por su peculiaridad. Por lógica, dada su condición de ser marinero y pescador, en el barrio de San Andrés existe una variada muestra de estas antiguas viviendas, aunque pocas están habitadas. Podemos encuadrarlas en el nivel de las más modestas, por sus rasgos definitorios, aunque muchas aportaron la singularidad de estar rematadas por tejados y no por azoteas.

El dibujo a pluma que forma parte de las imágenes, realizado por D. Manuel Sánchez, ilustre acuarelista lagunero, en los primeros años 60, da fe de esta particularidad y, hoy, aún se conserva alguna. Otra característica actual es que algunas aparecen pintadas en blanco con franjas azul celeste, colores muy propios de lugares junto al mar. En aquel otro barrio que también tuvo sabor a sal y olor a yodo marino, El Toscal, la calle de Santiago nos ofrece la conocida Ciudadela, con modestas casas con puerta y una única ventana, bien conservadas, de poca altura, con una techumbre corrida que las cubre a todas, y pintadas con vivos colores contrastados. La mayoría está deshabitada y el conjunto ha sido declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por el ayuntamiento capitalino. También los pasajes de Pisaca y de Ravina muestran ejemplares muy cuidados y que siguen siendo vivienda de muchos de sus vecinos. 

Por contra, en la de Tribulaciones se mantiene en pie en torno a una decena, tapiadas y en un estado deplorable, la mayoría.En ella, desemboca el Callejón del Señor de las Tribulaciones, que alberga otra de las ciudadelas de El Toscal, aunque su aspecto dista mucho de la de Santiago. Todas ellas constituyen el conjunto más genuino y antiguo de la capital. A medida que se asciende por la ciudad, la situación observada en El Toscal se advierte en las que se van descubriendo, aunque sean posteriores a las de aquel barrio. De Este a Oeste y de Norte a Sur, podemos sorprendernos con la presencia de muchas casas terreras en el mismo margen de una misma vía o alternadas entre construcciones de mayor altura. Estas comprobaciones llevan a concluir que aquel primer asentamiento en las inmediaciones marinas dio lugar a una expansión por todo el espacio urbanita, que hizo que se convirtiera en el inmueble más solicitado de aquellos 50 o 60 primeros años del siglo XX. 

Los documentos gráficos que existen sobre cómo era esta capital, entonces, son una prueba inequívoca de su abundante presencia en las calles y barrios de la época, y como imagen muy significativa, la de la Rambla de Pulido, en su confluencia con la Plaza de La Paz, captada en 1924. En El barrio de Salamanca, en calles como Isla de La Gomera o Prosperidad, se observan las más auténticas y mejor conservadas de aquellas cuyas fachadas parten directamente de las aceras. Llama la atención, en la segunda de las reseñadas, la existencia del Pasaje de Agulo, muy diferente a los que posee el barrio de El Toscal. En las de Manuel Verdugo, Obispo Pérez Cáceres o Veremundo Perera están las más interesantes del barrio del Urugüay, con sólo siete calles que le hacen ser el más pequeño y uno de los más antiguos rincones del municipio capitalino. Su rasgo distintivo, - y que las hace únicas -, son los cuidados jardines que las anteceden. Más arriba, en el barrio de El Perú, en las empinadísimas calles de Juan Rumeu García y Rafael Arocha Guillama, descubrimos seis o siete de modestas facturas.

Ya cerca de la Vuelta de los Pájaros, aparece un curioso reducto en la calle Francisco Pizarro, donde todas sus viviendas lo son, aunque alguna de construcción más tardía. Otra zona más alejada, la constituye Vistabella que, en sus calles Asiria y Beril, conserva cinco casas al más puro estilo de las del barrio de Salamanca, aunque alguna en estado semirruinoso. Mención aparte queremos hacer a otra suerte de casas terreras existentes en el barrio de La Salud Bajo. Fueron edificadas en torno a los años 60, en calles que, en su mayoría, desembocan en la Avenida de Venezuela, eje principal a partir del cual se fue construyendo el que, a mediados de los 70, sería el distrito más poblado de esta capital. Son viviendas de menor altura y con puertas y ventanas bastante más pequeñas que las de sus hermanas mayores y elementos decorativos más geométricos.

Desconozco si el Ayuntamiento de Santa Cruz posee algún censo y normativa sobre este tipo de construcciones y, si no los tiene, sería una buena referencia, para hacerlo, lo que dice el lúcido historiador lagunero, D. Álvaro Santana Acuña, en una entrevista publicada en el digital loquepasaetenerife.com, con respecto a las terreras de la vecina ciudad de La Laguna, que "Respetando al máximo su arquitectura única, las casas terreras deshabitadas o en ruinas pueden ser transformadas en salas de estudio, salones de gimnasia, un Museo de la casa terrera, puntos de cercanía de la biblioteca municipal, locales de usos múltiples para el disfrute de vecinos y asociaciones. Sería una inversión menos costosa que la restauración de un palacio y, sobre todo, más útil para la vida diaria de los ciudadanos." 

Hago mías sus sensatas palabras y espero que algún día y antes de que desaparezcan las que aún tenemos en esta otra población del área metropolitana, alguna corporación municipal tenga la cordura y sensibilidad suficientes como para poner en marcha ideas que permitan conservar, a pesar del paso de los años, estos trocitos de la historia más sencilla y doméstica de esta capital. Sería un buen legado para los que vienen detrás.

















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