por Bernardo Cabo Ramón
Hoy nos honramos en acoger un artículo que fue publicado en julio de 2012. Su autor es Bernardo Cabo Ramón a quien quiero agradecer su deferencia al permitirme compartirlo en nuestras páginas. Aquellos lectores interesados pueden seguir sus trabajos en su excelente blog PUERTO DE LA CRUZ, SUS GENTES Y SUS COSAS
Al parecer Manuel Brito Rodríguez, de 38 años de edad y carpintero de profesión, casado y con cuatro hijos que alimentar, con la intención de viajar a Cuba para probar fortuna allí, traza su plan y se lo presenta a su amigo Pedro Armas López, de 45 años de edad, mampostero de profesión casado y con hijos, persona de cierta solvencia económica, pero con un tren de vida que estaba muy por encima de sus posibilidades, de tal manera que los excesivos gastos y ciertas desgracias personales le dejaron en una situación económica precaria, rozando la miseria. Manuel Brito Rodríguez, le prometió a su cómplice repartir el botín en partes iguales. La conducta de ambos hombres hasta esa fecha había sido intachable, por lo que no tenían antecedentes penales.
Conocedores de las andanzas y aventuras amorosas de
Mr. Morris le tienden una trampa, diciéndole que una mujer guapa y hermosa le
aguardaría al atardecer en las inmediaciones de la playa del castillo de San
Felipe, debajo del Cementerio de San Carlos donde hoy día están las piscinas
Municipales, era lunes 25 de Noviembre de 1.878 y la tarde, nublada, fría y
oscura. Puesto el plan en marcha, uno de ellos se disfrazó de mujer y se
ocultó, mientras que el otro se encargó de llevar a la víctima hasta el lugar señalado,
eran las siete y media aproximadamente cuando fue asaltado y apuñalándole hasta
dejarlo muerto, los objetos que se declaran robados al asesinado fueron un
reloj de oro, una leontina de oro, un guarda-pelo de oro, y un revólver y las
tan codiciadas llaves de la caja fuerte, luego se dirigieron a la firma
comercial, que estaba situada en la Calle del Sol, hoy de Dr. Ingram y Castaño
hoy Nieves Ravelo. El robo fue descubierto el día siguiente martes, los
empleados encontraron la caja abierta los papeles regados por el suelo y la
ausencia de Mr. Morris, que siempre era muy puntual al trabajo, el robo
ascendía a 22.638 reales de vellón, cantidad que nunca fue recuperada.
La otra parte del plan de Manuel y Pedro era hacer
desaparecer el cuerpo de la víctima, de madrugada llegaron al lugar del crimen
y trasladan el cadáver hasta el cementerio de San Carlos, y lo introdujeron en
la tumba que previamente habían elegido, la de Doña María de la guerra y Hoyo,
Marquesa de San Andrés, Vizcondesa del Buen Paso que había fallecido en 1853.
Con el nerviosismo y las prisas agrietaron la lápida, por lo que había de ser
una buena pista.
Unos días después del crimen, coincidiendo con el
entierro de la niña Rosalia Eulalia Martín García fallecida de neumonía el día
28 de noviembre con dos años y nueve meses, hija de José Martín Bravo y Andrea
García Hernández, naturales del Realejo Alto y con residencia en la Calzada de
Martíanez del Puerto de la Cruz. Al no portar los padres de la niña la licencia
municipal, el sepulturero se negó a proceder al enterramiento hasta no tener la
licencia del Juez Municipal D. Luis González de Chaves, mientra los asistentes
esperaba el trámite del papeleo y entre los acompañantes había un joven ciego
llamado Juan García Olivera, quien guiado por su olfato percibió olor a
putrefacción, hecho que comunico al sepulturero. Este acompañado de otras
personas , descubrió que la pestilencia procedía del sepulcro de la Marquesa de
San Andrés, observando además que por una grieta de la losa del sepulcro
entraban y salían moscas verdes, lo que era rarísimo teniendo en cuenta que la
Marquesa había fallecido hacía veinticinco años. El hecho se puso en
conocimiento del Alcalde D. Tomas Zamora Gorrín, que se personó en el lugar y a
las dos y media de la tarde se presento el Juez quien autorizó la apertura de
la pesada losa se halló el cadáver descompuesto de un hombre boca abajo, con la
cabeza cubierta por la levita que vestía, la pierna izquierda recogida y
enseñando parte de la espalda, donde se apreciaba manchas de sangre, una vez
extraído el cadáver, se vio que era Mr. Morris.
Efectuaron su autopsia los doctores Pedro Cruzat
Escardo y Miguel Buenaventura Espinosa quienes concluyeron que la muerte de Mr.
Morris había tenido lugar de sesenta a ochenta horas antes y que su aspecto
externo destacaba el abotargamiento del cuello y cara del cadáver, se apreciaba
la salida anormal del ojo izquierdo fuera de su órbita , y ello junto con la
forma y tamaño de la lengua inyectada y gruesa, tres o cuatro centímetros fuera
de los labios, síntomas claros de que fue sometido a estrangulación antes de
ser muerto por apuñalamiento, presentaba varias heridas , una transversal de
izquierda a derecha en la región frontal de tres centímetros de extensión que
llegaba hasta el hueso, y una herida sobre la ceja izquierda. Habían otras
heridas más, una de ellas en dirección a las venas yugulares, tres en la región
pectoral izquierda , por una de las cuales aparecía sustancia pulmonar, así
como otras tres hechas en la parte delantera, además de un corte superficial en
la espalda . El aspecto de las heridas permitía afirmar que debieron ser hechas
con un instrumento cortante y punzante a la vez, tal como un cuchillo estrecho,
puñal, daga u otra arma análoga. El informe de la autopsia era contundente y afirmaba que Mr. Morris murió
violentamente, después de su autopsia fue sepultado en el Cementerio
protestante de esta Ciudad ya que su religión era anglicana.
La justicia comenzó sus averiguaciones, Mr. Morris
había sido visto entre la Calle San Juan y Quintana, otros aseguraban haberle
visto cruzar la Plaza del Charco y la calle de San Felipe. Fueron detenidas en
un principio como sospechosas seis personas, cuatro hombres y dos mujeres,
Pedro Armas López, Manuel Brito Rodríguez, Manuel Armas Bethencourt hijo de
Pedro, Estanislao Castro, Dominga Cruz Castro y Francisca Carballo.
Se cree que alguien envío un anónimo a las autoridades señalando a Pedro Armas López, que vivía en la calle de la Hoya, éste terminó acusando a su cómplice Manuel Brito Rodríguez que vivía en la ranilla. Durante la instrucción del sumario fueron puestos presos en la cárcel de La Orotava, donde por indicación del Juez fueron sometidos por el alcaide de la prisión Juan Peña, a un riguroso régimen de incomunicación. Por quejas, entre ellas del cónsul ingles por falta de seguridad en la cárcel de La Orotava por conatos de evasión de los presos. El 26 mayo de 1880 fueron trasladados a la prisión de Santa Cruz de Tenerife. El día 30 de de junio de 1881 fueron conducidos nuevamente por un Capitán, un subalterno y cuarenta hombres a la Cárcel de La Orotava. El día 1 de junio a las seis y media de la mañana fueron trasladados al Puerto de la Cruz por dos coches de caballos fuertemente custodiados por fuerzas armadas de la Guardia Provincial hasta el antiguo Convento de Nuestra Señora de las Nieves donde les fue leída íntegramente la sentencia del Tribunal Supremo, este mismo día por la tarde se procedió a la construcción del cadalso que fue levantada en la explanada entre el Cementerio de San Carlos y el castillo de San Felipe cerca del lugar donde murió Mr. Morris.
A las ocho menos diez de la mañana del día 2 de Julio
de 1.881 salieron los reos de la capilla del Convento de Nuestra Señora de las
Nieves hacia el patíbulo en un carro, acompañados del Alguacil, el Escribano,
los Sacerdotes que les asistieron y la fuerza pública que les dio escolta, para
ser ejecutados por el procedimiento del garrote vil. El verdugo se había
desplazado expresamente desde Sevilla para llevar a cabo la ejecución ya que
tenía jurisdicción sobre los reos a ajusticiar en Canarias, una vez terminada
la ejecución intervinieron los médicos cirujanos Manuel Pestano Guzmán y Pedro
Cruzat Escardó, quienes reconocieron a los ajusticiados y posteriormente
pasaron a declarar ante el Juez sobre si eran o no cadáveres.
El público que asistió a la ejecución fue obligado como medida ejemplar, dado que la colonia inglesa era muy influyente en el Puerto de la Cruz, mientras las campanas de la iglesia no cesaron de tocar. Los reos fueron enterrados en el Cementerio de San Carlos sin pompas fúnebres y sin acompañamiento de sus familiares.
El público que asistió a la ejecución fue obligado como medida ejemplar, dado que la colonia inglesa era muy influyente en el Puerto de la Cruz, mientras las campanas de la iglesia no cesaron de tocar. Los reos fueron enterrados en el Cementerio de San Carlos sin pompas fúnebres y sin acompañamiento de sus familiares.