domingo, 6 de diciembre de 2020

La investigación en paleopatología ósea y estudios de las momias guanches

por Carlos García



















Viendo el documental emitido recientemente en TVE sobre las Momias Guanches, me ha venido a la memoria una serie de vivencias personales disfrutadas hace más de 30 años y me he propuesto escribir un resumen recordatorio de lo que , algunos investigadores canarios hemos realizado en estas islas, de manera callada y muy humilde, con precariedad de tecnología y apoyos institucionales, que han servido para abrir la puerta y dar comienzo a un trabajo que hoy se presenta como espléndido al ver que, con la aplicación de estudios radiológicos de alta resolución y, muy especialmente con el uso de la genética, vamos descubriendo más y mejor a las personas que conformaron aquella sociedad primitiva, los genéricamente conocidos por guanches, en extensión a todas las islas, para conocerlos y compararlos con la actual, y poder concluir en la alta proporción de herencia mantenida a través de los siglos que hoy definen a los canarios.

En el documental, que tiene el mérito de servir de información y difusión del mundo aborigen y que sirve para, a modo pedagógico,  dar a conocer este mundo primitivo de los guanches al gran público, cosa que veo positiva, aunque mi impresión es que fue demasiado novelado y con exposiciones algo trasnochadas de lo que la historia viene contando desde hace siglos, vemos las emotivas reacciones de los especialistas participantes, los radiólogos, los médicos, los paleopatólogos, los conservadores de museos, cuando, a través de las imágenes obtenidas por el scanner de alta resolución, iban saliendo a la luz informaciones inéditas que producían un efecto embriagador en ellos. Huesos, vísceras, materiales que dan vida a seres humanos que vivieron hace cientos o miles de años y que hoy nos sirven para informarnos de multitud de cuestiones de sus vidas y patología.

Recuerdo sentir esas mismas emociones cuando, en 1989, y bajo el Proyecto CRONOS, Bioantropología de las Momias Guanches, comenzamos el estudio con distintas universidades extranjeras de varios países que, desde el Museo Arqueológico de Tenerife y con el apoyo del Cabildo Insular, concluyó, en 1992, con el I Congreso Internacional de Estudios sobre Momias.

Tuve la suerte de formar parte del Comité Científico del mismo, liderado y presidido por el Dr. Arthur Aufderheide, Profesor de Patología de la Universidad Minnesota-Duluh Campus, en el que participaron, de manera principal, el Dr. Rafael González Antón, Director del Museo Arqueológico , el Dr. Conrado Rodríguez Martín, hoy Director del Museo Arqueológico y del Instituto de Bioantropología y el recordado Fernando Estévez González, entre otros. 

 Pero, comencemos desde el principio para conocer la secuencia histórica que nos ha permitido llegar hasta donde hoy nos encontramos.

 La investigación sobre restos humanos y sobre las momias de los aborígenes canarios viene desde antiguo y han sido numerosos los científicos e investigadores que han dedicado parte de sus estudios a los mismos. El inusitado interés que desde siempre ha despertado el mundo antiguo de los pobladores de Canarias es sorprendente. Entre los investigadores extranjeros podemos recordar, entre otros muchos, a Sabino Berthelot y a René Verrnau, franceses; a Ernest Albert Hooton, norteamericano; a Ilse Schwidetzky, alemana;  a los canarios Gregorio Chil y Naranjo, Juan Bethencourt Alfonso, Juan Bosch Millares, Luís Diego Cuscoy, que aunque de Gerona, es considerado como de las islas; y a los peninsulares españoles Alzola, Barras de Aragón, Fuste de Ara y a tantos otros.

 Tras mis estudios en la Facultad de Medicina de Granada, en el año 1972 empecé a trabajar como residente del Departamento de Cirugía, en el Hospital General y Clínico de Tenerife. Allí realicé mi especialización en Cirugía Ortopédica y Traumatología y, al finalizarla, en 1975, fui contratado como Médico Adjunto en el Servicio de Traumatología y Ortopedia. Al mismo tiempo, y por imperativos legales para la obtención de dicha plaza asistencial, obtuve de manera vinculada una plaza de Profesor No Numerario  de la Facultad de Medicina, como Profesor de Clases Prácticas en la Cátedra de Patología Quirúrgica, que mantuve hasta 1987 en que, tras la promulgación de la Ley de Incompatibilidades del año anterior, cesé en mi etapa  docente de la facultad.

 Esta vinculación con la enseñanza universitaria motivó mi deseo de seguir realizando estudios de postgrado, por lo que, una vez presentada la Tesina de Licenciatura en 1975, empecé a diseñar lo que sería mi trabajo de tesis doctoral y me encaminé, desde 1980, a investigar sobre los huesos y restos óseos de los guanches. Mientras realizaba los cursos de doctorado, que fueron sucediéndose en los años siguientes, me puse en contacto con Luis Diego Cuscoy, a la sazón Director del Museo Arqueológico de Tenerife, con sede en el edificio del Cabildo Insular y le expuse mi deseo de desarrollar un estudio con el material óseo que conservaba el museo. Desde ese momento, Diego Cuscoy me prestó una enorme ayuda abriéndome los depósitos del museo, localizados en unos almacenes del antiguo edificio del Hospital Civil de Nuestra Señora de los Desamparados, y que me abría cada vez que lo precisaba en mis estudios, el bueno de Elicio, eterno ayudante de campo de don Luís en sus pateadas por los territorios insulares, que conocía mucho de cuevas, enterramientos, huesos, enseres y todo lo relacionado con la cultura aborigen, y del que también aprendí sobre el particular. En mi recuerdo las numerosas e instructivas charlas que mantuve con don Luís y el agradecimiento por conocer sus archivos personales que me fue mostrando a lo largo del tiempo que se dilataron los estudios.

Todo este entusiasmo fue alentado, entonces, por quien ostentaba en aquel momento  la cátedra de Historia de la Medicina en la Facultad de La Laguna, el Dr. Conrado Rodríguez Maffiote, que, a su vez, años antes, había sido mi Jefe de Servicio en la Sección de Traumatología y Ortopedia del Hospital.

Muchas semanas y meses pasé en aquellos depósitos, abriendo cajas de huesos y de restos, que fueron empapándome de conocimientos en aquel apasionante mundo de la paleopatología. Con medios muy rudimentarios, si echo la vista atrás y lo comparo con la enorme tecnología de la  hoy disponemos, realicé durante un par de años mediciones, búsquedas anatómicas y macroscópicas de aquellos huesos, centrándome básicamente en los fémures, hueso largo por excelencia del cuerpo humano; lo complementé con estudios radiológicos realizados en el propio hospital donde trabajaba y algunos estudios microscópicos en materia ósea, todo de forma muy artesanal y casi autodidáctica, aplicando mis conocimientos como especialista en traumatología.

Finalmente, en 1984, presenté mi tesis doctoral " Morfopaleopatología ósea del aborigen canario: estudio en huesos fémures", obteniendo la calificación de Sobresaliente Cum Laude y que fue la primera tesis doctoral de la Universidad de La Laguna basada en este tipo de estudios. Recuerdo la dedicatoria en la misma: "A mi tierra, para que el conocimiento de su pasado contribuya al engrandecimiento de su presente".  

 Inmediatamente y pocos meses después,  mi compañero Conrado Rodríguez Martín, presentó su tesis doctoral sobre "Variaciones anatómicas en cráneos prehispánicos de Tenerife", siendo la segunda tesis consecutiva referida a estudios sobre la población prehispánica de Tenerife.

A partir de ese momento se sucedieron, en los años siguientes, tesinas y tesis doctorales que continuaron el camino abierto en el estudio paleopatológico de los guanches y poblaciones aborigenes de las islas.

 En esa misma época empecé a colaborar con algunos artículos que se publicaban en los suplementos dominicales del periódico El Día y , tras una serie de ellos, relacionados con las enfermedades de los guanches, obtuve el premio periodístico "Antonio Rumeu de Armas" en 1986.

Unos años después, en 1993, el Centro de la Cultura Popular Canaria y el Cabildo de Tenerife, editaron un libro que sería un resumen de mi tesis doctoral y que se denominó Las enfermedades de los aborigenes canarios. 

Esos años, estando inmerso en esos conocimientos, supuso a nivel personal un interés aún mayor del que siempre he tenido en torno a la historia de Canarias en su más amplia vertiente. Esto condicionó el aficionarme en la búsqueda de cuevas y relacionarme con gentes conocidas en su amor y defensa del patrimonio cultural aborigen; así conocí a Fernando Massanet, magnífico pintor, y a Hermógenes Afonso, Hupalupa, a quienes en ocasiones acompañé por montes, barrancos y cañadas, y de quienes aprendí mucho, sobre el terreno, que me sirvió para comprometerme, aún más, en aquellos estudios que seguía realizando.

 Recuerdo que, conociendo aquellos mis investigaciones, me abrieron las puertas de sus casas para mostrarme una rica colección de antigüedades guanches que habían ido acumulando a lo largo de los años y que contenían una valiosa aportación del patrimonio aborigen. Era impresionante lo que allí se depositaba, hasta el punto de comentarles la necesidad de que todo aquello debería ser entregado a los museos para su conservación y exposición ciudadana. Eran tiempos algo convulsos y supe de conversaciones mantenidas por ellos con el propio Cuscoy para el depósito de las piezas encontradas, pero sin entendimientos finales. El tiempo logró que ambas colecciones fueran donadas al Museo Arqueológico y hoy se puedan admirar en salas que llevan el nombre de sus donantes.

 Fernando Massanet conocía la existencia de algunas cuevas con enterramientos y, con aquel prurito proteccionista que se poseía, no era dado a conocer la ubicación de las mismas. No obstante, en una ocasión me acompañó a mostrarme una cueva en Las Cañadas del Teide a la que entré para encontrarme con un esqueleto casi completo, sin signos de momificación, en una cueva de dificil acceso a la que se llegaba reptando con mucho trabajo por una boca estrecha.  Después de aquel descubrimiento, pude convencerlo de que diera notificación del hallazgo al Museo y contacté con los directores de entonces. Al explicarle el tema, ciertamente no mostraron demasiado interés en aquello y les sugerí la posibilidad de extraer aquel esqueleto para realizar un estudio más profundo en el Hospital General y Clínico a lo que me dieron su visto bueno.

Tras convencer a Massanet de mis deseos, finalmente accedió a extraer el esqueleto que llevé al hospital donde le  realicé una serie de estudios radiológicos. Tras los mismos, le ofrecí al museo depositarlo allí,  pero, repito, no se tuvo demasiado interés y, finalmente, con todo el respeto profundo que le profesaba Fernando Massanet a los restos humanos, de nuevo fue llevado a aquella cueva de Las Cañadas, de la que ya ni recuerdo como llegar ni donde se encontraba. Reposa en el mismo sitio donde,  hacía cientos de años, había sido enterrado.

 En 1988 se celebró en el Puerto de la Cruz el  Congreso de Patología  de la Columna Vertebral,  patrocinado por los laboratorios Pfizer, hoy tan de moda con lo de la vacuna para el Covid 19. Entonces aproveché la ocasión para, en colaboración con el propio Museo Arqueológico, realizar un pequeño stand mostrando restos óseos aborigenes de la columna vertebral y un cartel científico,  incluyendo aquel esqueleto que en ese momento estaba estudiando. En el congreso aproveché para dar unas charlas sobre la patología ósea de los guanches. Después de todo ello, retornamos a su cueva original aquellos restos como dije antes.

 Al siguiente año, en 1989, ingresé como Miembro del Instituto de Estudios Canarios con una conferencia  sobre  Paleopatología Osteoarticular de los aborígenes de Canarias. Estudios de H.L.A. en el área iberoamericana. Insistía en continuar investigando en esa disciplina que tanto me atraía.

Entonces comenzó el trabajo sobre el proyecto que se denominaría Cronos y que, como antes mencioné, motivó la realización del I Congreso Internacional sobre Momias, integrando el Comité Científico que el Museo Arqueológico y Etnográfico de Tenerife, junto con el Organismo Autónomo de Museos y Centros dirigió.  Años antes, en 1983, la Dra. Eva Cockburn, de la Paleopathology Association sentó las bases para este digno trabajo científico que dio sus primeros pasos con la visita del Dr. Aufderheider, en 1988, para conocer de primera mano el material óseo y momificado que se poseía en Tenerife. 

Este I Congreso sobre Momias, , proyectado para realizarse en 1991, fue suspendido a causa de la Guerra del Golfo por lo que tuvo que esperar hasta 1992 en que finalmente se hizo. Se presentaron 151 trabajos científicos con participación de más de 300 investigadores de 21 paises de  Sud y Norteamérica, Europa, África y Asia.

El asunto más importante del Congreso fue el estudio sobre población guanche lo que motivó realizar investigaciones sobre aquellas y que realizamos en el Hospital Universitario de Canarias, con técnicas no invasivas radiológicas, en este caso Rayos X y Tomografías Axiales Computarizadas (TAC), por lo que, del mismo modo en que demuestra el documental televisado, fueron llevadas nuestras momias, desde el Museo hasta el Servicio de Radiología, donde se efectuaron los estudios.  Fue emocionante descubrir aspectos novedosos en aquellos escaneados de las momias. El sentimiento personal que nos embargaba a todos en aquellos momentos es lo que pudimos ver en el documental. Nuevas aportaciones esqueléticas, de la anatomía, del interior de los cuerpos, de sus dientes llenaron de expectativas nuestros afanes por conocer más profundamente aquello que durante cientos de años llevaba silencioso. Con aquellos aparatajes, aún rudimentarios y sin alta resolución como hoy nos muestra la ciencia, nos dimos por satisfechos en nuestros modestos estudios; estábamos abriendo puertas para que otros siguieran el camino, como así ha sido. 

 

















En 1993 recibimos una invitación para participar en el Symposium Internacional de Momias, celebrado y organizado por la Leopold-Franzen University de Innsbruck, en Austria, tanto Conrado Rodriguez como yo mismo, con sendas ponencias sobre Patología Osteoarticular en los aborígenes canarios y sobre Conservación y estudios en las momias guanches. Allí tuvimos la maravillosa experiencia de conocer in situ a Ötzi, el Hombre de las nieves del Tirol, la momia más antigua y  conservada en Europa con más de 5000 años de antigüedad,  en torno al que se desarrolló este encuentro internacional. 

Colaboré durante algunos años con el Instituto Canario de Paleopatología y Bioantropología creado por Conrado Rodríguez, y recibí, en 1998, el nombramiento de Profesor Asociado del mismo por parte de la Presidenta del Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife, Carmen Rosa García Montenegro, que me llenó de orgullo y satisfacción. Para mi pesar, y dada las numerosas actividades laborales y personales que me entretenían demasiado en aquella etapa de mi vida, fui dejando de lado aquel nombramiento y, casi sin querer, con el paso del tiempo, me fui alejando del contacto con aquel apasionante mundo que siempre añoro en el recuerdo.

Desde entonces sigo en la distancia todo lo que acontece en el mundo científico y de investigación referentes a  las poblaciones primitivas de Canarias. Y lo hago sorprendido con la tremenda evolución que han desarrollado los investigadores amparándose en tecnologías modernas y avanzadas, sintiendo una emoción contenida y una sana envidia de no haber continuado en ese camino. Pero también me siento orgulloso de haber contribuido, junto a otros compañeros investigadores, aunque fuera de forma pequeña y poco importante, condicionados en la medida que aquellos tiempos nos imponía, a poner a disposición de todos,  más y mejor sobre el conocimiento de la vida, de las enfermedades y de la historia de los primitivos hombres y mujeres que habitaron este archipiélago. Siempre me he sentido satisfecho y orgulloso de esta tierra canaria y desde épocas muy tempranas de mi vida, empeñé  mi tiempo en dedicarme, paralelamente a mis estudios universitarios y posteriormente a mi profesión , a trabajar seriamente en el conocimiento del apasionante mundo de nuestra historia y nuestro pasado. Hoy quería recordar todo esto ante la emoción sentida al ver el documental sobre las momias guanches. 


domingo, 5 de julio de 2020

Pregón de San Benito Abad 2020

 por Carlos García


El viernes 3 de julio, tuvo lugar en el Teatro Leal de La Laguna el acto de la presentación del Pregón de la Romería de San Benito Abad que este año no se celebrará por la situación sanitaria que ha provocado la pandemia de la Covid19. Actuó como pregonero nuestro amigo y colaborador habitual de este blog Carlos García, médico e investigador del folklore y la historia de nuestras islas. Por su interés lo reproducimos integramente. 

Dignísimas autoridades, señoras y señores, laguneros todos....

La plaga de Justiniano, epidemia que asoló el imperio bizantino entre los años 541 y 543, afectando duramente a Constantinopla, ocasionó a nivel mundial pérdidas humanas calculadas entre 25 y 50 millones de personas. Fue una epidemia de peste bubónica considerada de las mayores de la historia de la humanidad.

La misma peste negra, la bubónica, causo pavor en el siglo XIV matando entre 45 y 70 millones de personas en el planeta, diezmando literalmente al continente europeo.
En el siglo XX, recién finalizada la Primera Guerra Mundial, la llamada  gripe española, se cobró cerca de 100 millones de víctimas mortales.

Han transcurrido cuatro generaciones para que otra grave epidemia nos afecte en la actualidad. Un nuevo coronavirus fue descubierto en China a finales de 2019, que ha causado un brote pandémico, conocido como Covid-19, así declarado el pasado 11 de marzo de 2020 por la Organización Mundial de la Salud, una enfermedad que se ha extendido por todo el planeta, con casi 9,5 millones de seres infectados y acercándose a 500.000 fallecidos.

Por esta situación este año los laguneros tendremos una Romería de San Benito diferente y especial que marcará una impronta en su largo devenir histórico; será la romería del confinamiento. Y a mí me ha tocado ser el pregonero de las fiestas, por lo que estoy muy agradecido por la invitación recibida del Ayuntamiento, sintiéndome muy honrado y feliz por estar ante ustedes, los pregonados, haciendo alusiones relativas al entorno que nos concita hoy, una de las grandes fiestas de San Cristóbal de La Laguna, la ciudad de Aguere, antigua capital de la isla,  Atenas del Archipiélago, que junto con las del Santísimo Cristo y la del Corpus, conforman las fiestas mayores de la ciudad.

Decir que proyectaré algunas fotografías antiguas, cedidas por Gerardo Guerra y por Antonio Barbero, a los que agradezco su generosidad,  que irán mostrándose a lo largo del pregón y de las que podrán disfrutar todos ustedes.  

En estas islas sabemos mucho de epidemias y de su impacto ciudadano a lo largo de la historia. Desde los años de la conquista,  existen noticias de la epidemia que afecto gravemente a los primeros habitantes: la modorra de los guanches; esta enfermedad ocasionó múltiples pérdidas humanas en los menceyatos de Taoro, Tacoronte y Tegueste.

 En el temprano año de 1506 la incipiente ciudad de La Laguna se ve afectada por una pestilencia que obligó a imponer medidas de cambios de residencias entre los vecinos que vivían en casas infectadas, trasladándolos a la zona de Geneto,  limitando por parte del Cabildo la llegada de buques a puerto. 


Pero es en 1572 cuando Aguere sufre de una epidemia grave de peste de Landres, proveniente de unos tapices orientales introducidos en la isla que llegaron desde Flandes para las fiestas del Corpus. Por ese motivo los vecinos infectados  fueron alojados en la zona debajo de la ermita de San Cristóbal,  y de "quitar los hijos de los pechos de las madres y llevarlos ausentes dellas a poner en degredo y partes apartadas", enterrando  los cadáveres en el lugar del Llano de los Molinos, dada la saturación de entierros en las iglesias, inhumando cercad de 2.000 cadáveres en una huerta al lado de la ermita. Se calculan entre 6 y 7.000 las victimas totales, más de la mitad de la población de Santa Cruz y La Laguna juntas.

Muchos habitantes laguneros abandonaron la ciudad y se trasladaron a la zona costera de Tejina y del Sauzal.

Se pusieron acciones de contención, como un cordón sanitario, para prevenir los contagios entre Santa Cruz y su puerto y la Laguna, con penas de castigos a base de latigazos o de condenas de muerte a los infractores.

Finalmente se construyó una nueva ermita en honor de San Juan Bautista y un campo santo de los muertos.

En 1648 sucedió en nuestra ciudad otro ataque epidémico, y esta vez, la peste negra, conmovió al vecindario al producirse un hecho singular en el templo de la Concepción, en un cuadro al óleo que representaba a San Juan Bautista, que sudó durante cuarenta días y que vino a considerarse un hecho milagroso  que mantuvo a raya la peste. 

Por tanto, la peste negra, o de Landres, o bubónica, fue una vieja conocida entre nuestros antepasados, que describieron los historiadores y cronistas desde Fray Alonso de Espinosa.

Epidemias de fiebre amarilla, de viruelas o de tabardillo afectaron a Tenerife en diversas épocas, debiendo utilizarse distintas ermitas para dar sepultura a las victimas, y alojar a los enfermos en los tres hospitales de los que gozaba Santa Cruz, el de Nuestra Señora de los Desamparados, el de San Carlos y el Hospital Militar, construyéndose el cementerio de San Rafael y San Roque, en 1811, para dar cabida a los enterramientos.

La Laguna sufrió numerosos fallecimientos y contagiados, hasta el punto de no poder sacar procesiones de las iglesias y realizar enterramientos de dos en dos, como nos recuerda Ana Mª Díaz Pérez y Juan de la Fuente Perdomo en su obra , "Estudios de las grandes epidemias de Tenerife".

En la Laguna se contaba ya en 1517 con tres establecimiento sanitarios: el hospital de Nuestra Señora de la Antigua, el de San Sebastián y el de Nuestra Señora de los Dolores, alguno de los cuales fueron utilizados para dar cobijo a los infectados por las enfermedades.

En 1780 un nuevo brote de viruelas afectó gravemente a la ciudad, extendiéndose con tanta rapidez que solo en un mes, el médico Carlos Yánez, tenía más de mil enfermos que atender.

Los centros sanitarios tenían la función, lo mismo que los médicos asalariados, de dar una cobertura de Sanidad Pública, con gran influencia social; eran profesionales contratados por el Cabildo para la atención benéfica de los enfermos, no solo sanitaria sino de asistencia a los más pobres y necesitados.

Desde antiguo se repite la historia. Es la Sanidad Pública, igual que hoy, la que da respuesta a las graves afectaciones de la salud. Ejemplo a mantener.

Y cambiamos a cuestiones más festivas.

En relación con el tema de los hospitales, tuvo fama popular un trabajador del Hospital de Dolores, José Abreu, por todos conocido como "el médico feo", que realizaba diversas funciones en el mismo: conserje, cuidador, limpiador y alguna que otra labor sanitaria. Muy dado a recitar coplas, improvisaba versos de cualquier circunstancia. En un juicio que se le celebró le respondió al juez sobre su identidad:

                           "Unos me llaman José
                           Y otros me llaman Abreu
                           Y otros, yo no sé por qué
                            Me llaman "el médico feo"

Y a las monjas del hospital, que le obligaban a barrer el recinto o a rezar junto a ellas en la iglesia, ante la demanda de la superiora le contestó:

                            " Yo señora, no soy vago
                              y me gusta trabajar
                              pero barrer y rezar
                              eso sí que no lo hago".

Y parte de su biografía se describe por él mismo:
                                                  
                             " Primero fui zapatero
                             y después compré un billar
                            y hoy me encuentro de portero
                            en este santo hospital".      

 Estas figuras populares laguneras  las encontramos inmersas en las fiestas de la ciudad. ¡Cuantas veces habrán  acompañando a San Benito en su romería,  en las procesiones religiosas, y en los bailes y saraos de las plazas, en las fiestas de los barrios¡

Recordamos a Domingo "el cegato",  con su capa militar al hombro, sombrero, largo bastón y gran barba, frecuentando la Plaza de la Junta Suprema.
A Panchito, forofo del Club de fútbol Hespérides como nadie:

                        "Lagunero santurrón
                         tu gritarás con Panchito
                        Anímate Hesperidito
                        que tú serás campeón"

Y a su padre, Marcos "el cojo", guía de turistas radicado  en la puerta del Hotel Aguere; y a Lorenza pelada al rape  con su cachimba, implorando " "una limosnita por el amor de Dios, mi niño";  a "Ya te cale´"; a Rafael "el loco", redondo como un barril y sus medallas colgadas al pecho, cojeando pero marcando el paso en los desfiles junto a las bandas que acompañaban a en las fiestas; a Daniel "el huevudo"  otro gran aficionado al vino al que de broma un ventero  le dio un vaso de vinagre macho diciéndole que era de vino y tras un solo trago le respondió:

                        "véndelo pronto porque se está picando un poco";

A Jeromito,  que junto con el "General Fagón", conformaban un trío peculiar sentados casi siempre en los bancos de la Catedral. Este último, cada vez que se cruzaba con don Anatolio Fuentes, ilustre general radicado en la Villa de Abajo, y para poderse tomar unas cuartitas de vino, se le cuadraba y le decía :

                        "Mi general, de general a general
                        ¿ por qué no presta cinco duros?"

Y aquel le respondía:

                        "No faltaría más, mi general
                          un préstamo entre compañeros
                          no se puede negar"

Y no olvido a Panduro con su "falta de ignorancia"; a Clementoria; a Cambalalucha y tantos otros.

Cuantas anécdotas e historias contadas por Luis Álvarez Cruz, por Leocadio Machado y tantos más.


Me gusta visualizarlos en el contexto festivo de la romería; creo que imaginarlosnos trae a la   consideración, una serie  de elementos añadidos al jolgorio, a la diversión, al divertimento ciudadano de una ciudad que también aporta personajes peculiares, cultivados, pero llenos de socarronería,  que  dejaron huella en la intrahistoria lagunera; tales como José Alayón, barbero y sacristán; al maestro Fariña, con su vocablos al vesre; a poetas como Verdugo; a Juan Penedo con sus coñas y salidas de tono; a Manuel Osuna; a Nijota; Gil Roldán; López Ruiz; Ramón González de Mesa; José Oliva, frecuentadores perpetuos de las tertulias  de las viejas tabernas laguneras, de las ventas como la de Tomás el pequeño, la capilla de San Juan Bautista, la de Antonio "Cambica", la de Antonino "el Cuijo", la de Antonio "el matancero", la de La Frangolla, la de "Serapio", el Café Central, la de "Maquila" y, como no "la Oficina":

                                   "¿Quieres clínicas de urgencias?
                                     aquí está la de Tomás
                                    Si te parece mezquina
                                    existen más por fortuna.
                                   En esta triste Laguna
                                   Hay ventas en cada esquina"

Fueron aquellos  intelectuales y liberales que se mezclaban con los nobles, y con los canónigos en una variopinta mezcolanza que, reunidos en peñas, reboticas y barberías,  departían de historias, anécdotas, vivencias  y de todo lo que acontecía en la ciudad, manteniendo vivo el patrimonio lagunero

Esta ciudad de La Laguna, ciudad muy principal, antigua y vetusta, con sus casonas palaciegas y sus jardines detrás de los altos muros, de frecuentes lluvias y verodes en los rojizos tejados, donde suenan campanas cada hora, fue lugar de gran poder e importancia al ser la sede de la capital insular, con funciones administrativas, políticas y burocráticas, junto con las episcopales, sin olvidar las culturales. 

Ciudad  tan peculiar que mantiene el nombre de su bautizo, el que le dio la laguna de agua que la conformaba, la que desapareció, secándose hace mucho tiempo y que referenció en un copla Antonio Ribot, que fue secretario del Gobierno Civil, buen escritor y novelista y que denominaba "sinapismos" y que nos recuerda Gilberto Alemán:

                                   Naranjeros sin naranjos
                                    y sin sauces, El Sauzal
                                   una Laguna sin agua
                                   ¡que tierra tan singular¡

Tiene una fiesta  que se remonta a 1532 cuando, a decir de Núñez de la Peña, al perderse los sembrados tras una larga sequía, otra de las "epidemias", no solo las sanitarias, que hemos sufrido secularmente por estas tierras, fue elegido por el Gremio de los Labradores de la comarca, el fundador de la orden benedictina, Benito de Nurcia, como patrono y abogado para mitigar la sed de los campos, elección ratificada por el Cabildo el 11 de junio de 1540 en sus Ordenanzas, señalando tres días de celebración como ya es sabido por todos: el 1 de marzo día de su santo, el segundo de Pascua de Pentecostés, cuando salió en suertes, y el 11 de julio día de su romería.

 Pero hay que situar a la ermita que lleva su nombre. Levantada en el camino que sale de la Laguna hacia la zona norte, se fecha su fundación aquel mismo año de 1532 tras la edificación de la ermita de Gracia que fue anterior. No obstante, no hay acuerdo histórico para creer que existía antes de ser nombrado San Benito como abogado y patrono de los campesinos, puesto que la esposa del II Adelantado, Inés de Herrera, consigna en su testamento de 1535, una cantidad económica para su fábrica; y en su propio  libro de fábrica, que comienza en 1777 hasta 1819, no nos sirve  en esta certeza, como bien alude María Jesús Riquelme en su trabajo sobre distintas ermitas de La Laguna. No obstante  los estudios de Pedro Tarquis nos informan de que en 1554 había concluido la obra con el altar a San Bernabé, día en que se realizó el sorteo de elección del santo, habiéndose reparada las paredes y sus cimientos, en 1640, por encontrarse amenazada por ruina.
De aspecto rectangular, con fachada cuadrada, simple y con puerta principal  enmarcada por arco de cantería roja, tejado a dos aguas en la nave y de cuatro en la capilla, es de amplias dimensiones. Una pequeña espadaña se levanta en lo alto. Su techo, dice la tradición, fue fabricado con la madera de un solo pino con artesonado típico en las construcciones canarias y posee un púlpito en el lado izquierdo de la nave, añadido en fecha más moderna, después de 1819. En el retablo mayor aparece la escultura de San Benito,  titular del templo, cuya existencia aparece reflejada en 1777 sin conocer su procedencia ni la fecha de su llegada, estimándose esta a finales del siglo XVII. Tampoco conocemos que imagen presidía la ermita hasta la llegada de la actual.

La imagen de vestir, que parece barroca,   tiene 1,2 metros de altura, y su mano derecha un cáliz con la sierpe y el veneno y en la izquierda el báculo. A la derecha aparece un cuervo con un pan en el pico. Ocupa el nicho central del retablo mayor.

Durante su historia la edificación sirvió como alojamiento de personas que huyeron de Santa Cruz  en la epidemia de fiebre amarilla de 1862; más tarde, en 1898, se destinó como alojamiento militar y fue ocupada por soldados de caballería que la convirtieron en cuadra de caballos,  sufriendo un gran deterioro.

Se encuentra una temprana referencia, en la Tazmía de 1592, a la "Calle de San Benito con sus traviesas", en la Villa de Arriba, también descrita como calle que  sale de la Concepción al camino, lo que fue la calle Empedrada, que iba desde la vieja plaza de la Antigua o Santa María la Mayor,  la actual Plaza Dr. Olivera, hasta San Benito. La habitaban 134 personas, con 23 vecinos entre ellos un tonelero, un rolero y un pescador. Entre sus casas la de las Beatas Alcorrea y la de Malgarida Silvera.

Antiguamente se denominaban romeros a los que iban a Roma, de donde deriva luego el término ir en romería .De igual modo, a los que acudían a Santiago de Compostela, se les denominaba peregrinos, e incluso a los que caminaban rumbo a la ciudad santa de Jerusalén se les llamaba palmeros. Por tanto el viaje que se hace a una ermita o santuario para agradecer favores a un santo o a una virgen, casi siempre patrones de la zona, se conoce como romería. 

 En plena primavera, al comienzo del verano, tiempo de recogida de las cose­chas, las comunidades rurales acostumbran realizar fiestas que fundamentalmente mantienen un predominio lúdico, aunque sin olvidar el substrato religioso que gira en torno al agradeci­miento de algún santo o devoción, y sobre el que se basan una serie de ritos y manifestaciones folklóricas.

Así por ejemplo en la primera veintena de siglo, la fiesta de San Benito ofrecía en la noche de su víspera la aparición de un pequeño des­file que se realizaba desde la propia plaza de la ermita con la aparición de una pareja de gigantes hechos de cañas y papel, de los que sa­lían, como escupidos, cohetes y fuegos de artifi­cios de sus pechos o brazos, cohetes que confeccio­naba Cho Juan “el foguetero”­, aquel que tenía su taller artesanal en la calle del  Adelantado, en pleno barrio. Se hacían carreras de sortijas en bicicletas, con las que se obtenían las preciadas cintas de colores; se montaban en la pequeña plaza ventorrillos, puestos de turroneras, juegos de ruletas, y los chiquillos corrían que eran la admiración de todos, chicos y grandes; y por supuesto se hacía lo más importante de la fiesta que era la procesión, y los chiquillos corrían, calle Empedrada arriba, para llegar a tiempo de atrapar alguno de los terrones de azúcar que se tiraban al aire, alrededor de la ermita, mientras el santo volvía a meterse en el interior.

Pero la romería que actualmente conocemos comienza en 1947, año que concreta Julio Torres con acierto, borrando los errores anteriores, cometidos por muchos de nosotros,  que la databan un año después.

Es por tanto,  una celebración festiva que tiene su origen en una sociedad rural, en una sociedad labradora, en este caso de La Laguna, que es la receptora y propagadora de una supervi­ven­cia, del mantenimiento de algunas tradiciones del pasado. Porque casi siempre el estrato popular de la población, mucho más que el aristo­crático o el acomodado, es el verdadero caldo de cultivo donde germina y crece, donde se conservan todas las  manifestaciones tradicionales y folklóricas de un sector. De aquí es de donde, probablemente, derive la estructura que hoy conocemos de la romería, constituyendo un cortejo popular, con las carretas, como viejos medios de transportes, con las parrandas, o grupos de romeros que caminan hacia la ermita cantando y divirtién­dose como corresponde a un día de fiesta, vestidos a la usanza tradicional, haciendo uso de la gastronomía local, y acompañándose de sus ganados en pos de obtener un beneficio sobrenatural del santo patrón o para pagar una promesa de algo recibido.


El primer presidente de la comisión de fiestas, nos cuenta Julio,  fue Virgilio Martín, que envío en su nombre y por mediación de Antonio Hernández Arrón, su secretario, un escrito al Gobernador Civil pidiendo permiso para celebrar  las fiestas y romería en 1947, además de solicitar un donativo al Ayuntamiento que no se concedió.

Empezó siendo una humilde romería que solo recorría los alrededores de la ermita y que hoy se extiende a toda la ciudad.  La primera comisión de fiestas la componía, además de los dos nombrados, los hermanos Pastor y Esteban Hernández Arrón, Ángel Álvarez, panadero, José Cañizares y Manuel Hernández.

La primera de todas consistió en agrupar a la Danza de San Diego, la de San Benito, la danza de Pedro Álvarez junto con su barco y campesinos vestidos de marineros, otro barco de San Diego, y una parranda de vecinos del barrio con unas 30-40 yuntas de ganado, propiedad de  los propios don Virgilio, don Cándido, don Cirilo Hernández, mayordomo de la ermita y otros ganaderos y campesinos del lugar. Abría la comitiva la Cruz Alzada de la Concepción y la imagen de San Benito fue llevada a hombros.

Las calles se engalanaron de pétalos de flores, con alfombras de hojas verdes y girasoles, y los estallidos de los cohetes se confundían con el bullicio, gritos y ajijides de los habitantes del barrio y los de la villa de arriba que acudían a la fiesta.


Un año después, en 1948, aparecen las primeras cinco carretas engalanadas, y el Ayuntamiento dona 300 pesetas por intercesión del Obispo Pérez Cáceres, quién anima a la comisión a pasear por toda la ciudad y se ofrece para la bendición de los animales; una rondalla del Barrio, otra de Taco y una de la Punta del Hidalgo animan la comitiva. Aparece incluso la colaboración de  doña Luisa Machado que formó parte de la organización, y que personalmente participó en las obras de teatro tradicional que hacía junto a Ángel Álvarez, en sus memorables recreaciones de diálogos campesinos, en el papel de Seña Rita o Mariquilla. Todas estas personas, laguneros de bien, son los verdaderos protagonistas y los que  sacan a la calle la romería entendi­da como la actual en los años siguientes. Se reunían, a decir de Eliseo Izquierdo, en El Comercio, tienda de ultramarinos, propiedad de Don Cirilo en la parte alta del barrio.

La participación fue aumento con el devenir de los años, añadiéndose carretas, rebaños de ganados, parrandas de música, apareciendo su primer programa festero en 1950, con aportaciones del Orfeón La Paz y el Casino, donando 1.000 pesetas el Ayuntamiento para tal fin.

Y es en 1956 cuando se produce un salto cualitativo en la Romería con una participación cuantiosa de rondallas, diversos animales como camellos, burros, rebaños de ovejas y cabras, barcos, danzas y hasta 29 carretas, con la presencia de siete señoritas representando a todo el archipiélago.

Tras el éxito de la primera romería, que sirvió a modo de ensayo y como precedente del regocijo vivido por los habitantes de la Villa de Arriba, no fue posible dejar de organizarla en años venideros, hasta el punto de ir ganando cada año en categoría e importancia, pasando de una fiesta de barrio a romería insular y más tarde a regional. En aras de enaltecer esta fiesta popular, fiesta de un barrio en las afueras del casco urbano, los promotores tuvieron la feliz idea de recabar ayuda a las familias nobles de La Laguna, incluyendo en los primeros momentos a hijas de aquellas para que formaran parte como Romeras Mayores, idea afortunada para el patrocinio económico que necesitaba el evento. Así, una de las primeras familias laguneras que acudieron en ayuda de los organizadores fue la se Monteverde-Ascanio, sumándo­se pronto otras de gran abolengo y solera. Lo mismo ocurrió con don Manuel Cerviá Cabrera, Magistrado del Tribunal Supremo, hijo de Tenerife, que aportó ayudas inestimables a la romería lagunera, motivo por el que ostentó la Presidencia de Honor de la misma.

Este auge propició que, unos años después, se incorporaran agrupaciones musicales de todas las islas que motivó calificar a la romería de Regional, en 1959, la única de toda Canarias.


Deseo referirme  a la aparición temprana en la romería al grupo de baile de las cintas, que lleva el nombre de San Diego, y que he conocido  por uno de sus actuales danzantes que ese baile data de muy viejo, ya que según el informante, lo bailaba su padre y su abuelo y sin duda fue la primera danza en salir en la festividad de San Benito. No conocemos el origen del baile pero parece ser una promesa a San Benito lo que motivó la constitución de un grupo de devotos de la zona de San Diego para organizar un baile de las cintas. Comenzaron a bailarla los hombres y siempre ha sido tradición que las mujeres no danzaran, aunque en alguna ocasión, y por ausencia masculina, han sido ellas las danzantes. Este grupo no lleva sino tamborilero y chácaras o castañue­las, no apareciendo la flauta, y ejecutan básicamente el ritmo de tajaraste, que es el único que se toca en la procesión del santo­, aunque también tienen otros toques distintos como pasodoble y la isa, desde luego de procedencia mas moderna. Se compone el baile de unos 12 danzantes, aunque también pueden ser más, y la indumentaria consiste en pantalón azul con una cinta roja a los lados, camisa blanca y lonas, y el escudo de San Diego en el lado izquierdo de la camisa.

¡Cuantas coplas populares se conocen alusivas a esta tradición festiva y lagunera¡ ....unas son  de autoría popular y otras de diferentes autores.  Hoy quiero recordar  alguna de ellas, personales, para que sirvan de expresión y recuerdo a nuestra fiesta folklórica por excelencia

           
            Es villero San Isidro
            San Benito lagunero
            Y San Pedro es del Sauzal
            San Bartolo tejinero

            Es día de San Benito
            romería lagunera
            hoy florecen más los valles
            y espigan las sementeras

            Viva Dios, Viva la Virgen
            y San Benito Patrón
            que hoy es día de romería
            ¡Viva la Fiesta Mayor¡

            En la calle los magos
            de romería
            van cantando saltonas
            con alegría.
            Muchas carretas
            y San Benito bailando
            por La Carrera

            Para la romería
            muy de mañana
            paseando en carreta
            vas de parranda
            ¡es San Benito¡
            pasa sonando una esquila
            muy despacito
           

Pregonar es publicar en voz alta una cosa para dar noticia de ello a todos, pero también es alabar en público los hechos o cualidades de un lugar, de un pueblo o una ciudad. Eso es lo que he intentado hacer hoy, pregonar estas antiguas, estas centenarias fiestas de la Romería de San Benito.    

Termino expresando el interés que todos debemos mostrar por evitar que nuestras fiestas tradicionales desaparezcan. La revitalización y el robustecimiento de ellas es primor­dial, sin querer aferrarnos al pasado e intentar copiar lo que se hacía antes, lo que se hacía de viejo.  Sin olvidar nuestras raíces, nuestro entronque primitivo, conociendo de donde provienen nuestras fiestas populares, debe­mos apostar por nuevas aportaciones, introduciendo ideas novedosas y modernas, para que la fiesta evolucione  y no se pierda con el transcurso de los años venideros.  Que no todo quede en recuerdos del pasado, en tradiciones y hechos históricos. Introduciendo aspectos novedosos estaremos aunando la tradición con el futuro.

Me despido deseando lo mejor a todos los laguneros, tinerfeños y canarios en estas fiestas que hoy arrancan. Por eso y por todo ello, San Benito, hoy te hemos pregonado.

Muchas gracias



lunes, 25 de mayo de 2020

¿Quién dió la alarma en julio de 1797? El equívoco sobre el atalayero Domingo Izquierdo.

por Daniel García Pulido



Introducción

Los relatos históricos no siguen siempre los esquemas lineales que, a la vista simple de los hechos y por sencilla lógica, nos hubiese gustado que sucedieran. Ese discurso siempre bienintencionado sucumbe a poco que se analicen las referencias en cuestión y cualquier explicación vinculada a esos inocentes preceptos del pasado, por diáfanos que parezcan, se desvanece. En la propia Gesta del 25 de Julio todas aquellas aseveraciones que sigan teniendo en cuenta aspectos como la suma de los cañones o de los soldados de ambos bandos en una contienda; o la presencia de este o de aquel personaje en un determinado enclave, por muy prestigioso que sea su historial, para justificar un hecho o sacar una conclusión definitiva de algún aspecto de ese episodio histórico, están destinadas a ofrecer una visión sesgada, casi diríamos idílica, del objeto de estudio.

Este alegato introductorio cobra especial significado cuando la difusión del relato histórico creado afecta a la memoria exacta de unos hechos, de unos personajes, de una efemérides en suma, provocando contrasentidos en el discurso del pasado, incompatibilidad de registros en el manejo de las fuentes documentales e incluso celebración de homenajes que no se ajustan a la realidad acontecida.

Cuando aquella mujer “agreste” de San Andrés, aún hoy anónima, despertó a la guarnición de Paso Alto en la madrugada del 22 de julio de 1797 para que esta diese la alerta y se disparasen los primeros cañonazos que avisaron a la guarnición de Santa Cruz de Tenerife a fin de que acudiese a sus puestos, parecía haber quedado claro y documentado el orden de prelación en este preciso episodio. Últimamente se nos viene ofreciendo una versión distinta, que otorga al atalayero Domingo Izquierdo ese aviso, y aún en días anteriores al inicio del asalto, lo que desvirtúa la rigurosa narrativa documental y añade un componente de confusión que es necesario analizar y desmontar.

La diferencia entre ver el enemigo y dar la alarma

El principal obstáculo subyace en la distinción, absolutamente trascendental, de separar, por un lado, el hecho de quién fue el primero en divisar la escuadra británica frente a las costas de Tenerife y por otro lado, en otro ámbito distinto, quién dio la alarma en la propia localidad de Santa Cruz de Tenerife. En este sentido ya el coronel Francisco Lanuza Cano fue taxativo en su magna obra editada en 1955:

El primero que vio a la escuadra inglesa el día 22 de julio fue el vigía de Anaga, llamado Domingo Izquierdo, quien siguiendo las instrucciones que el general Gutiérrez tenía dadas, a la una y media redactó un parte que llegó a manos del comandante general a las siete y media, escasas, de la mañana.[i]

Es patente que la primera cuestión está resuelta y que Domingo Izquierdo fue el atalayero que contempló el paso de los navíos por las costas de Anaga, pero en la propia nota Lanuza Cano nos ofrece indirectamente la respuesta al segundo interrogante al citar la hora en la que el vigía redactó el oficio de aviso y cuándo llegó ese mensaje a manos del comandante general. Leamos el parte original a que alude Lanuza en su obra:

S.E. me manda diga a Vm. queda enterado de su parte dado a la 1 ½ que se acaba de recibir a las 7 ½ escasas y encarga a Vm. continúe con la mayor vigilancia, dando parte por escrito con claridad cuando ocurra novedad de alguna atención y que al anochecer le despache Vm. una exacta relación de cuanto haya ocurrido y observado durante el día con expresión de las embarcaciones que quedaron a la vista y sus rumbos, no omitiendo hacer las señales establecidas y participando también todas las noticias que pueda Vm. adquirir de las atalayas de la parte del norte. Dios guarde a Vm. muchos años. Santa Cruz, 22 de julio de 1797. Juan Creagh.[ii]

En las fuentes documentales que existen sobre la Gesta existe unanimidad en cuanto a que la alarma que se dio en Santa Cruz de Tenerife ocurrió al amanecer, cuando despuntaban las primeras luces del día, entre las cinco y seis de la mañana,[iii] y nunca tan tarde como a las siete y media, hora en que se atestigua que llegó el parte de Domingo Izquierdo a manos de Gutiérrez. A la vista de los registros documentales que tenemos parece obvio que el aviso dictado por el atalayero sobre el paso de embarcaciones hacia la rada santacrucera llegó tarde, podría hablarse de “papel mojado”, cuando ya los británicos se retiraban en sus columnas de barcas tras su fallido primer intento de desembarco hacia Valleseco y Paso Alto.

Ahondando más en este asunto, la diferencia horaria entre la redacción del parte de aviso dictado por Domingo Izquierdo, a la una y media de la madrugada, y la llegada de ese importante mensaje a Santa Cruz de Tenerife seis horas más tarde tiene su explicación cuando certifiquemos que el atalayero estaba apostado en la atalaya de Igueste de San Andrés y que esas seis horas fueron las que tardó el mensajero en recorrer la distancia entre ambos puntos (bien vía interna, a través de La Laguna, o por la costa, aprovechando la bajamar como hiciera aquella “agreste” vendedora) para llevar el parte escrito a manos del comandante general en el puerto santacrucero.

Uno de los hechos que más nos llamaba la atención en este apartado era la temprana referencia de la 1,30 de la madrugada ofrecida por Domingo Izquierdo para divisar el paso de las embarcaciones británicas pero todo se amortigua, se explica por sí solo casi, cuando leemos en el diario del capitán inglés Thomas Moutray Waller que “a las 11  [de la noche] doblamos la punta NE de la isla”[iv] (siempre con las diferencias horarias entendibles de un lado y otro). Solo así puede comprenderse que el atalayero pudiese visualizar desde su puesto en las estribaciones de Anaga el aparejo y velamen desplegado de dichas fragatas pasando a una distancia no muy alejada de la costa.

Reiteramos que no hay mención para esta madrugada del día 22 de julio a ninguna hoguera ni a avisos con faroles en ninguna de las crónicas pese a lo vistoso y lógico de esas medidas,[v] y asimismo deben desecharse los relatos actuales que hablan de mensajes de alarma por esta vigía avisando de la presencia de la escuadra inglesa en días anteriores (como el día 19 de julio) porque esas afirmaciones van en contra de la veracidad histórica. A falta de otros referentes documentales queda atestiguado, por tanto, que la alarma fue dada por aquella anónima mujer de San Andrés, quien en su trasiego hacia el puerto divisó la enorme cantidad de lanchones que se aproximaban a tierra, apresurándose para alertar a los centinelas de Paso Alto.

El atalayero Domingo Izquierdo en Igueste de San Andrés

Siguiendo la verificación del discurso expositivo nuestro siguiente paso se centra, en primer lugar, en corroborar dónde estaba apostado el atalayero Domingo Izquierdo. Las referencias iniciales vienen reseñadas por el alcalde real Domingo Vicente Marrero en su relación sobre los hechos de aquella Gesta:

No habiendo puesto al propósito en este pueblo para reconocer nuestro horizonte por la parte del norte, por lo cual se entraban los enemigos sin ser vistos sino cuando ya los teníamos encima y no daban tiempo a preparar las cosas como era preciso, teniendo a la misma parte del norte una montaña llamada (en blanco) que domina todo el horizonte del sur y norte, dispuso S.E. el poner en ella una vigía, para lo cual se destinó al piloto Domingo Palmas, pagándole 20 pesos mensuales y dándole todas las tierras que quisiese cultivar en aquella inmediación, fabricando una corta casita y fijando dos palos donde con las banderas del plan que se le dio avisa de los buques que recalan por el norte o por el sur, distinguiendo el número y si son mercantes o de guerra, y como la citada montaña queda muy retirada de esta plaza y muy elevada, por lo que [en] muchas ocasiones solo con el anteojo se divisan las señales, se determinó que por los vecinos de San Andrés se hiciese todos los días la atalaya encima de su risco, donde se fijó un palo para que el atalayero, luego que viese la señal de la vigía, subiese la bandera blanca para llamar la atención a la plaza viesen cuántos son los buques que hace la dicha vigía.[vi]

En primer lugar debemos identificar a ese Domingo Palmas con nuestro Domingo Izquierdo. El apodo “Palma” o “Palmas” era un apelativo familiar que ya aparece consignado entre los testigos del casamiento de sus padres -Domingo Martín Palma-, y esa costumbre de la utilización de motes no debemos olvidar que era y es muy usual.

Entramos ahora en uno de los aspectos más controvertidos hasta la fecha, que no es otro que conocer el emplazamiento y presencia de nuestro personaje en una determinada atalaya de la comarca de Anaga -cuyo nombre deja en blanco, por desconocimiento, el reseñado alcalde Marrero-. Acerca de la vigilancia costera por el sistema de atalayas en Tenerife durante el Antiguo Régimen, cuyo estudio exhaustivo sigue sin llevarse a efecto, solo se conocen aspectos puntuales en base a la documentación que se custodia en los archivos insulares. Con la declaración de la guerra entre España e Inglaterra, que se publicó en las Islas a comienzos de octubre de 1796, el comandante general Gutiérrez dictó que “rápidamente [se] organicen vigías en los puntos más dominantes de todas las islas”,[vii] siguiendo para ello los preceptos fijados “en el plan general de 3 de julio de 1793”.[viii] Para la comarca de Anaga, que es la que nos interesa ahora, se registran tres entornos o enclaves atalayeros activos en 1797:

[1] La montaña de Tafada, en el costado noreste del macizo de Anaga, próxima a la localidad de Chamorga. Esta atalaya, vinculada siempre a vigías residentes en el pago de Las Palmas de Anaga –como fue el caso de Francisco Oliva y José Perera (1780),[ix] Diego Marrero, o de Francisco Rivero, José de Sosa y Francisco Perera (1788)-, [x] estaba activa en 1797 y prueba de ello la tenemos en el escrito de reclamación presentado por el atalayero Mateo de Sosa, que solicitaba el cobro, en octubre de aquel mismo año, de su trabajo de vigilancia en aquel emplazamiento hasta la fecha.[xi] A fuerza de ser sinceros, hemos de dejar constancia de cómo, en un primer momento, pensamos que Domingo Izquierdo estuvo apostado en esta citada atalaya de la montaña de Tafada, movidos particularmente por la existencia en dicho lugar de unos muros y restos de viviendas de una planta que nos recordaban a esa “casita” mandada a construir por Gutiérrez para el atalayero, pero por un lado, la certificación de que esas pequeñas casas ya vienen señaladas en los papeles de la familia Ossuna como depósitos fabricados desde antiguo en aquella comarca para almacén de granos,[xii] así como por saber nosotros después que el vigía Mateo de Sosa ocupaba aquella vigía, todo ello nos reconvino de nuestras primeras impresiones. 

[2] La “Atalaya de Anaga”, también conocida como de “Punta de Anaga”, ubicada en La Robada (Igueste de San Andrés), que en algunos documentos se identifica, por su cercanía, como el Roque de Antequera. A pesar de que el nombre utilizado para referirse a esta vigía nos puede llevar a confusión y hacernos pensar en las localidades de Roque Bermejo y Punta Anaga actuales, su ubicación exacta descansa, por un lado, en los mapas efectuados en 1771 por Ruiz Zermeño o en 1779 por Tomás López, que ubican certeramente esta atalaya sobre “el roquete de Anaga” (hoy Roquete, emplazado bajo el risco donde se alza el Semáforo);[xiii] y por otro lado, y no menos importante, en las explicaciones ofrecidas por el alcalde Domingo Vicente Marrero, quien nos apuntaba en su extracto inicial que San Andrés iba a repetir las señales de esta atalaya porque “queda muy retirada de esta plaza y muy elevada, por lo que [en] muchas ocasiones solo con el anteojo se divisan las señales”. Estas palabras de Marrero desechan cualquier otra posibilidad de ubicación de esta atalaya de “Punta de Anaga” en otro punto más alejado o incluso en Tafada, sencillamente porque la zona del Roquete, en Igueste, junto con la aledaña playa y Roque de Antequera son los últimos repechos del macizo anaguense que pueden divisarse desde el puerto santacrucero. Ya la documentación de mediados del siglo XIX continuaría refiriéndose a esta “casa del vigía de Anaga” en su ubicación de Igueste, con variados ejemplos como cuando se ocuparon las autoridades militares en la “reparación de la bandera de la casa del vigía de Anaga”, en septiembre de 1849.[xiv]

Es curioso que ya el nombre de Antequera se usara expresamente para referirse a esa atalaya en una carta del comandante general Miguel López Fernández de Heredia dirigida al Cabildo de la isla el 5 de diciembre de 1770, misiva en la cual le otorga mucho valor a la calidad de los avisos remitidos a la plaza desde este enclave y recomienda “que en aquel paraje se hiciese una caseta cuanto fuese bastante al fin de ponerlos a cubierto [a los vigías]”.[xv] Como prueba complementaria podríamos añadir que en el año 1788 estaban destinados allí, por turnos, Salvador García, Luis Rodríguez, José Matías y Juan Rodríguez,[xvi] quienes junto a Matías Álvarez o Nicolás Albertos, entre otros, eran vecinos de Igueste de San Andrés y vigías de la cercana “Atalaya de Anaga”.

[3] San Andrés. Estamos obligados a incluir esta tercera atalaya, aunque no fuese tal, ya que su actividad está certificada, entre otras fuentes documentales, por el propio alcalde Marrero cuando menciona que este enclave atalayero de San Andrés tenía la capacidad de “repetición” de las señales de la otra vigía, mucho más alejada de Santa Cruz de Tenerife.

Revisando, por tanto, estos tres emplazamientos de vigilancia, es la propia documentación que se custodia en el Archivo Municipal de La Laguna y en el Archivo Militar Intermedio de Canarias la que nos avala que la atalaya donde estuvo Domingo Izquierdo era la conocida como “Punta de Anaga”. Es tremendamente revelador el testimonio escrito del propio personaje, firmado en “Anaga” el 17 de junio de 1799 y dirigido a sus jefes en Santa Cruz de Tenerife:



El piloto encargado en la descubierta de embarcaciones en la vigía de Anaga da parte al Excmo. Sr comandante general como se halla en este desierto sin tener alimentos y por causa de que el mayordomo de propios del Muy Ilustre Ayuntamiento de esta isla no ha querido pagar el sueldo que tiene devengado del mes de mayo [...][xvii].

Las circunstancias de su presencia en la atalaya de Igueste vienen reiteradas en sendos oficios al comandante general José Perlasca, con fechas 6 y 21 de noviembre de 1799, siendo el primero de estos de un interés especial al incluir una “relación que me ha pasado el vigía de la atalaya de Anaga Domingo Izquierdo de los efectos que necesita para el uso de las funciones a que está constituido. [...]”.[xviii] El listado es el que sigue:



60 brazas de liña para drizas.
50 brazas de cabo para viradores.
10 libras de sebo.
Dos docenas de velas para el farol de las novedades de la noche.
Dos motones para los viradores engasados y su gancho.
Tres botijas [de] alquitrán.

La construcción de una casa

En nuestro cometido por aseverar al máximo la realidad histórica de este atalayero y sus circunstancias, regresando de nuevo al extracto del alcalde Marrero donde nos contaba que a Domingo Izquierdo se le dieron tierras en aquel enclave, “fabricando una corta casita”, podemos afirmar que nuestras pesquisas han dado fruto. Hemos tenido la fortuna de localizar no solo las cuentas de fábrica de ese pequeño inmueble, que pasamos a transcribir por su indudable interés, sino quién financiaría ese proyecto. El documento titulado “Cálculo prudencial del coste que puede tener la casa que se proyecta para la atalaya de Naga [sic por Anaga] por disposición del Excmo. Sr. Comandante General”, firmado por el ingeniero Ramón de la Rocha el 12 de febrero de 1797, nos especifica los detalles constructivos de aquella “casita” entregada a Domingo Izquierdo:[xix]

Excavaciones.
51 varas cúbicas de excavación para cimientos a tres reales vellón, 153 reales vellón.
Albañilería.
79 varas cúbicas, un pie y seis pulgadas de mampostería de piedra y barro, a 20 reales vellón son 1.590 reales de vellón.
75 esquinas a 2 reales vellón, 130 reales.
2.500 tejas a 12 pesos [el] millar puestos en obra son 450 reales.
40 fanegas de cal a 4 reales de plata son 300 reales.
Carpintería
21 gibrones a 4 reales plata son 157 reales, 17 mrs.
2 docenas de tijeras a 40 reales vellón puestas en obra importan 80 reales.
5 dichas de aforro a id. 200 reales.
18 tablas de sollar para puertas, ventanas, etc. a 3 pesos [la] docena, son 67 reales, 17 mrs.
24 vidrios para las ventanas, a reales plata, puestos en obra, 45 reales.
24 jornales de carpintero, a 5 reales plata, 225 reales.
Clavazón y herraje, 120 reales.
Herramientas y demás útiles, 300 reales.
Lanchas para conducir los materiales, 200 reales.
Suma total, 4.018 reales.

Por un lado, llama la atención la temprana fecha de construcción de esta pequeña vivienda, a mediados de febrero de 1797, lo que no hace más que corroborar las dotes previsoras y los esfuerzos de estrategia defensiva desplegados por el comandante general Antonio Gutiérrez. Otra característica que nos ayuda muchísimo en la identificación de este pequeño inmueble con la atalaya de Igueste de San Andrés es que, si bien no se corresponde obviamente con la edificación de sillería, con bóveda de cañón y contrafuertes que se puede contemplar hoy en aquel paraje de La Robada, ya que estas cuentas delatan una vivienda con tejas, techo de vigas de madera y ventanas con cristales, sorprende muchísimo que la superficie tanto de este proyecto constructivo de vivienda como el inmueble que sigue en pie sean muy parecidos (aprox. 36/40 metros cuadrados). Es muy posible, por tanto, que se reformase aquella primera “casita”, de tejas y sencilla fábrica en un inicio, en el pequeño reducto que hoy se contempla. En este sentido podría entenderse, por ejemplo, que tanto el 5 de noviembre de 1797 como el 10 de marzo de 1799 se pidiesen reparos para la casita de “la vigía de la Punta de Anaga”, quejas que se repiten a Carlos Luján en 30 de octubre de 1809, a Ramón Carvajal el 8 de agosto de 1810 cuando ya se habían “rendido” las vigas del techo; y por último, a Rodríguez de la Buria el 26 de julio de 1813.


El establecimiento efectivo de esta vigía pronto comenzó a dar sus primeros frutos, y así hemos podido encontrar cómo el 21 de abril de 1797 “según el parte que ha dado la vigía de Anaga se hallan a la vista algunas embarcaciones bastantemente sospechosas” o cómo el 12 de mayo de aquel mismo año “las distintas señales que ha hecho hoy el vigía de Anaga indican avistarse diez embarcaciones, [de ellas] cinco de guerra”.[xx] Respecto a la financiación de este proyecto de “casita” y su atalayero asociado sabemos que fue Su Majestad Carlos IV quien asumió al año siguiente los costes del mismo, dejando al Cabildo el salario del vigía. El documento en cuestión dice:

Habiendo hecho presente al Rey lo que ha expuesto el comandante general de Canarias [...] sobre el pago de la atalaya y sueldo del atalayero del puesto de Anaga, se ha servido S.M. resolver que el coste de la casita se pague de su Real Erario, y el sueldo del atalayero del fondo de propios, y para que tenga cumplimiento comunico con esta fecha las órdenes correspondientes a Tesorería General y al Consejo de Castilla, y lo aviso a V.E. para su noticia[...]. Madrid, 2 de enero de 1798. Álvarez. Señores de la Real Junta de Fortificaciones de Canarias.

La metodología de señales

Tal y como apuntamos inicialmente, y a tenor siempre de la documentación y crónicas que nos han llegado, la comunicación entre las atalayas, y entre estas y Santa Cruz de Tenerife solo era efectiva a la luz del día y mediante el uso de un sistema estandarizado de señales.[xxi] De hecho, la presencia de la figura de un “sobreguarda” en 1788, Francisco de Sosa, nos induce a pensar en esa persona como encargada de esta “conectividad” y enlace entre las atalayas, aunque sin detallarse su rol.  Aunque suene factible la utilización de faroles nocturnos y hogueras no hemos encontrado rastro de su uso en 1797 sino más bien todo lo contrario: la espera a la llegada de la luz diurna para efectuar las señales con velamen y banderas, o el envío de escritos pormenorizados sobre la situación. De los primeros tenemos noticia cuando las crónicas nos hablan para el día 24 de julio cómo la atalaya anunciaba la presencia de varios navíos por el norte y otros tantos por el sur, y solo se unía al resto de la escuadra el “Leander”.[xxii] Del segundo de los medios comentados, los partes escritos, podría afirmarse que era el método principal de aviso y prueba de ello lo tenemos no solo en cómo Domingo Izquierdo escribe su comunicado en la madrugada del 22 de julio a Gutiérrez, en lugar de proceder a la señalética entre atalayas, sino en la existencia de un comandante de la guardia en el castillo de San Cristóbal, Andrés Agustín de Torres Perdomo, que redacta por escrito sus notificaciones de vigía de la escuadra en el horizonte del puerto al propio general.[xxiii] No basta ir muy lejos para saber que el propio Izquierdo recibió órdenes de Gutiérrez de “dar parte por escrito” en la minuta antes señalada. En este sentido apuntan también hechos como la orden que se hubo de dar en la mañana del 25 de julio de 1797 al castillo de San Andrés para que cesase su fuego artillero sobre la flota inglesa una vez firmada la capitulación (hecho que obviamente se desconocía en aquella localidad). En lugar de la lógica señal entre vigías a través de los códigos de aviso se envió a caballo a Diego de Guezala para que llevase esa orden a San Andrés.

¿Quién fue Domingo Izquierdo?

Domingo Izquierdo García era natural de la propia localidad de Santa Cruz de Tenerife, donde nació el 4 de agosto de 1759, recibiendo las aguas bautismales en la iglesia parroquial –entonces única- de Nuestra Señora de la Concepción al día siguiente. Sus padres fueron el carpintero Antonio Francisco Izquierdo Rodríguez –nacido en La Laguna- y María Magdalena de la Cruz Simón -natural de Santa Cruz de Tenerife-, que habían contraído matrimonio en aquella misma iglesia el 4 de octubre de 1756.


Como relatamos anteriormente, Domingo Izquierdo no era atalayero de profesión sino piloto naval, para cuya formación debió pasar a tierras peninsulares. Contrajo esponsales con la santacrucera Isabel Rodríguez Rodríguez -nacida en 1764 e hija, a su vez, de José Rodríguez y de Francisca Rodríguez, asimismo naturales de este puerto-, que falleció en esta ciudad el 13 de enero de 1804.[xxiv] En el padrón de feligreses de 1797 figuraba la pareja residiendo en la calle San Felipe Nery, del barrio del Toscal, justo al lado de las viviendas de sus padres y de sus hermanas Tomasa -entonces ya viuda y con cinco hijos- y María Atanasia, desposada con Antonio José Pérez Alemán –de oficio “navegante”-.[xxv]

Por ahora no hemos podido conocer la fecha de defunción de Domingo Izquierdo, que debió acaecer entre finales del año 1799 y 1804, año este en el que moriría su esposa viuda en Santa Cruz de Tenerife. Un primer rastreo de los registros parroquiales de entierro tanto de esta localidad como de La Laguna y Taganana no nos ha permitido dar con su partida lo que nos hace suponer que su fallecimiento pudo haberse dado fuera de la isla, existiendo eso sí la posibilidad de que muriese en la población costera de San Andrés, cuyos libros sufragáneos son de imposible consulta por deterioro irreversible.

Conclusión

Domingo Izquierdo fue uno de los desconocidos pilotos, como Nicolás Franco, Nicolás de Herrera, José García o Diego Costa, que separados de sus oficios marítimos, quisieron colaborar en las tareas defensivas. Si bien estos últimos cuatro destacaron por implementar el uso de cañones de campaña (los célebres “violentos” de entonces), para lo cual fueron adiestrados por los oficiales de artillería, Domingo Izquierdo fue requerido para ofrecer sus servicios como experto conocedor de embarcaciones para la avanzadilla vigía en las estribaciones de Anaga. Su mensaje en las primeras horas de la madrugada, debido a la lejanía del enclave y la lentitud del procedimiento de aviso, no sirvió al efecto de alertar las tropas en Santa Cruz de Tenerife pero sí nos reafirma, no obstante, la preocupación por parte del general Antonio Gutiérrez en la búsqueda de un sistema de vigilancia efectivo, colocando un especialista en un punto clave de la estrategia defensiva insular. Queda mucho por dilucidar en este episodio, por revisar y analizar con otras miradas, otras técnicas y procesos, todo en ese eterno regreso al pasado que nos permita conocer mucho mejor nuestro patrimonio presente y futuro. Ya Serra Ràfols lo adelantaba en 1952: “Es probable que en un principio se exagerase la importancia de lo individual, de lo personal, en el devenir histórico, porque la Historia fue equivalente a la vida de los héroes”. Toca el turno de revisar el contexto, las razones, los espacios, para obtener una lectura más verídica y sincera de un episodio relevante de nuestro pasado e idiosincrasia.






[i] Lanuza Cano, F. [1955]. Ataque y derrota de Horacio Nelson en Santa Cruz de Tenerife. Madrid. p. 135.
[ii]  Lanuza Cano. op. cit., p. 417. doc. LXXII. Existe copia mecanografiada de este documento en el Archivo Militar Intermedio de Canarias (en adelante, AMIC), sin haber noticias sobre el original.
[iii] El alcalde real Domingo Vicente Marrero o Francisco Tolosa apuntan más concretamente a “las cuatro de la mañana”, aunque deberíamos aplicar la diferencia horaria entre aquel entonces y nuestro ahora. (Véase Fuentes documentales del 25 de Julio de 1797).
[iv] Addenda a la fuentes documentales del 25 de julio de 1797. Santa Cruz de Tenerife, 2008. p. 148.
[v] En este sentido debe constatarse que en el mapa del comandante de ingenieros José Ruiz Zermeño se señalaba, para 1771, que “en el monte de Igueste, donde el atalayero señala con fuegos las embarcaciones que se avistan”. Ojalá apareciera prueba del uso de este tipo de señales en 1797 pero no se ha dado aún el caso.
[vi] Marrero, Fuentes documentales del 25 de Julio de 1797. Es interesante la diferenciación que hace el autor entre vigía y atalaya, terminología que bien merece un estudio exhaustivo en otro lugar.
[vii] Lanuza Cano, op. cit. p. 79.
[viii] Véanse las cartas inéditas de Antonio Gutiérrez al conde de Sietefuentes [31 de enero de 1797], o al coronel Antonio de Franchi [12 de mayo de 1797], ambas en AMIC.
[ix] Archivo Municipal de La Laguna (en adelante, AMLL), sec.1ª, sign. A-XV.21. La documentación de atalayas de este Archivo ya ha sido dada a conocer por José Manuel Hernández Hernández en el correspondiente apartado de su artículo “Antiguo Régimen. Siglos XVI, XVII y XVIII”, en Historia general de la comarca de Anaga. (Coord., Ulises Martín Hernández) Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2006. pp. 194-200.
[x] AMLL, sec.1ª, sign. A-XV.22.
[xi] AMLL: sec.1ª, A-XV-26.
[xii] Hernández Hernández, J.M. Cartas de medianeros de Tenerife (1769-1893). Academia Canaria de la Lengua, 2003. La medición del área de esas construcciones de Tafada arroja una superficie de aprox. 91 metros cuadrados, lejos de los 36 que parece haber tenido la “casita” propuesta, como veremos posteriormente.
[xiii] Aarón Rodríguez: “Los ojos de la isla” –Microhistorias de Tenerife-, en www.atlanticohoy.com. Quiero expresar mi agradecimiento al autor por el recorte del mapa de Tenerife de Tomás López en el que aparecen los topónimos de las atalayas. 
[xiv] AMIC, caja 3.466 sign 35. Otro documento cita asimismo a otro atalayero vecino de Igueste, Andrés Perdomo (marzo de 1856).
[xv] AMLL, sec.1ª, sign. A-XV.20.
[xvi] AMLL, sec.1ª, sign. A-XV.22.
[xvii] AMLL, sec.1ª, A-XV,28. Citado en Hernández Hernández (2006), art. cit., p. 199.
[xviii] AMLL, sec.1ª, A-XV,29. Citado en Hernández Hernández (2006), art. cit., p. 196.
[xix] AMIC, caja 3.502 exp. 43.
[xx] Ambos comunicados fueron remitidos por Antonio Gutiérrez al conde de Sietefuentes. AMIC.
[xxi] Plan de señales para la atalaya de La Isleta, Las Palmas de Gran Canaria (año 1805). AMIC.
[xxii] En la relación de Marrero especifica en este sentido que “a las 9½ hizo la vigía seña de un buque de guerra y a las diez se avistó un navío de 50 que luego se unió con los otros”. Esa escasa media hora entre el aviso y la contemplación de la embarcación desde Santa Cruz de Tenerife solo se explica si el alcalde se refiere a señales hechas desde un cercano punto de atalaya.
[xxiii] Lanuza Cano. Doc. CXXI, p. 517. Hay incontables ejemplos de partes escritos, como es el caso del que dice “la vigía de Tacoronte me da parte de avistarse en aquel mar dos embarcaciones corriendo hacia la punta de Anaga” (aviso del conde de Sietefuentes a Gutiérrez, de 3 de junio de 1797, AMIC).
[xxiv] Archivo Histórico Diocesano de Tenerife. Iglesia de San Francisco. Santa Cruz de Tenerife. Lib.I de entierros, f. 9v.
[xxv] Esta última pareja es la que subsiste en este conjunto de viviendas en los registros del padrón elaborado en 1818 en Santa Cruz de Tenerife.