por Carlos García
En el calendario popular, el de los pueblos, persisten tradiciones y costumbres
que se repiten año tras año que definen
y diferencian las labores agrícolas en momentos distintos. En
plena primavera, al comienzo del verano, tiempo de recogida de las cosechas,
las comunidades rurales acostumbran realizar fiestas que fundamentalmente
mantienen un predominio lúdico, aunque sin olvidar el substrato religioso que
gira en torno al agradecimiento de algún santo o devoción, y sobre el que se
basan una serie de ritos y manifestaciones folklóricas.
El
caso de la Romería
de San Benito Abad, en la ciudad de La Laguna, es uno de los muchos y diversos que
existen en nuestra pequeña, pero variopinta geografía insular, y que sirve como
excusa para desarrollar un sin fin de elementos folklóricos. Admitamos
que una manifestación festera que tiene más de 480 años tiene un arraigo
popular fuertemente enraizado desde sus comienzos, cosa no muy habitual entre
las pervivencias culturales de nuestro archipiélago.
Es
cierto que la fiesta de San Benito, tal y como la conocemos hoy, tiene tan solo
una existencia que deriva de 1947 en que da comienzo la romería moderna, y no
como erróneamente siempre se ha venido diciendo en 1948 como informa, con datos
irrefutables Julio Torres. Pero también
es cierto que la romería, que la fiesta con su comienzo religioso de
agradecimiento al santo, tiene su primer origen en 1532 cuando se elige a San
Benito Abad, fundador de la orden benedictina, como protector y abogado de los
campos y cosechas laguneras por parte de los labradores de la primera ciudad de
Tenerife. Históricamente
no conocemos la razón por la que San Benito fue elegido patrón de los
labradores de La Laguna. Sí
sabemos que fue un golpe de suerte el que influyó para tal decisión, pero no el
por qué de haber introducido su nombre entre los distintos santos para ser
sorteado, existiendo santos como San Isidro que ya ejercían de patrones y
benefactores del gremio campesino. Incluso
fue tan extraña su elección que, según cuentan las crónicas, fue necesario
extraer de la urna donde se encontraban las papeletas con los nombres de los
santos en cuestión, en tres ocasiones diferentes el nombre del elegido, saliendo
en las tres San Benito, siendo incuestionable desde ese momento su designación.
San
Benito de Nursia, fundador de la
Orden monacal Benedictina, allá por el siglo VI, introdujo
por vez primera su famoso lema de “ora et labora” en sus abadías y prioratos,
dándole así un contexto diferente a la vida religiosa, imponiendo a sus monjes,
junto con el rezo, la obligación de trabajar la tierra, de labrarla. Creo
que éste es el nexo de unión que relaciona a la ciudad de La Laguna con su patrón San
Benito. Ciudad eminentemente agrícola que debía protegerse bajo la intersección
de un santo que supiera de labradores, de sequías y de cosechas. Pero sin
olvidar nunca su condición de ciudad de conventos, de religiosidad histórica,
de obispado y recoletas iglesias.
Los orígenes de las romerías.-
Antiguamente se denominaban romeros a los que iban a Roma, de donde deriva
luego el término ir en romería .De igual modo, a los que acudían a Santiago de
Compostela, se les denominaba peregrinos, e incluso a los que caminaban rumbo a
la ciudad santa de Jerusalén se les llamaba palmeros. Por
tanto el viaje que se hace a una ermita o santuario para agradecer favores a un
santo o a una virgen, casi siempre patrones de la zona, se conoce como romería. Esta
afluencia de personas de forma colectiva termina siempre de manera festiva y
lúdica, con cantes y bailes donde lo religioso y lo festivo se confunde en un
solo cuerpo.
El
comienzo de la romería lagunera tiene su origen en la procesión que a San
Benito se le hacía en su ermita, hecho recogido ya en el año antes mencionado y
que luego las ordenanzas de 1540 obligan realizar. Estas
primitivas procesiones que apenas se alejaban de los alrededores de la ermita,
son los humildes comienzos que darán paso, con los años, a una manifestación de
fiesta popular que los propios campesinos, los romeros, acudiendo desde los
distintos pagos de la ciudad, e incluso de otros, a lomos de sus bestias de
transportes, o sobre los medios de transportes de entonces, las carretas y
carros, en compañía de sus ganados, tributa homenaje de agradecimiento al
patrón implorando su bendición y favores. En
éste contexto es de suponer que las expresiones de alegría y fiesta estén
representadas por los bailes, las canciones, las comidas y viandas, que en
definitiva conforman los elementos que
dan lugar a una participación popular, cada vez más grande, y que termina por
consolidarse en las costumbres de los habitantes del lugar.
Es
por tanto nuestra romería una celebración festiva que tiene su origen en una sociedad
rural, en una sociedad labradora, en este caso de La Laguna, que es la receptora
y propagadora de una supervivencia, del mantenimiento de algunas tradiciones
del pasado. Porque casi siempre el estrato popular de la población, mucho más
que el aristocrático o el acomodado, es el verdadero caldo de cultivo donde
germina y crece, donde se conservan todas las
manifestaciones tradicionales y folklóricas de un sector. De
aquí es de donde, probablemente, derive la estructura que hoy conocemos de la
romería, constituyendo un cortejo popular, con las carretas, como viejos medios
de transportes, con las parrandas, o grupos de romeros que caminan hacia la
ermita cantando y divirtiéndose como corresponde a un día de fiesta, vestidos
a la usanza tradicional, haciendo uso de la gastronomía local, y acompañándose
de sus ganados en pos de obtener un beneficio sobrenatural del santo patrón o
para pagar una promesa de algo recibido.
Las fiestas primitivas.- Mucho
antes de comenzar las romerías organizadas, con la intervención de una comisión
para tal efecto y como veremos más adelante, las fiestas de San Benito tuvieron
un fuerte arraigo popular entre los vecinos y parroquianos del lugar. Fueron
fiestas de barrio, modestas pero mantenidas por los lugareños con un orgullo
que sirvió como base para su consolidación posterior, y se nombran como de las
mas importantes que tiene La
Laguna junto con las del Corpus y la del Santísimo Cristo en
Septiembre. Así
por ejemplo en la primera veintena de siglo, la fiesta de San Benito ofrecía en
la noche de su víspera la aparición de un pequeño desfile que se realizaba
desde la propia plaza de la ermita con la aparición de una pareja de gigantes
hechos de cañas y papel, de los que salían, como escupidos, cohetes y fuegos
de artificios de sus pechos o brazos, cohetes que confeccionaba Cho Juan “el
foguetero”, aquel que tenía su taller artesanal en la calle del Adelantado, en pleno barrio. Se
hacían carreras de sortijas en bicicletas, con las que se obtenían las
preciadas cintas de colores; se montaban en la pequeña plaza ventorrillos,
puestos de turroneras, juegos de ruletas, etc., que eran la admiración de
todos, chicos y grandes; y por supuesto se hacía lo más importante de la fiesta
que era la procesión.
La
procesión del santo se realizaba saliendo de la ermita y bajando en un trayecto
de recorrido muy corto, por la antigua calle de la Empedrada, hoy calle
Marqués de Celada, tras cruzar por el callejón de la Cordera, antes llamada de la Encantada, retornaba a
su lugar subiendo por la del Adelantado, nombre que recuerda los primeros
solares que Fernández de Lugo utilizó para su vivienda transitoria a comienzos
de la ciudad. Incluso este trayecto viario, la calle de la Empedrada y su comienzo
del Adelantado, llegó a denominarse en algún momento como calle de San Benito,
sin duda referenciando al trayecto que
lleva a la ermita.
En
éste recuerdo hay que mencionar que la procesión, como acto más importante de
las fiestas, se acompañaba por el párroco de la Concepción, tal y como
ocurre en la primera romería de 1947 en la que asisten los vecinos con sus
ganados, que acudían en busca de la bendición y protección del santo patrón.
Las calles a su paso eran engalanadas de pétalos de flores, con alfombras de
hojas verdes y girasoles, y los estallidos de los cohetes se confundían con el bullicio,
gritos y ajijides de los habitantes del barrio y los de la villa de arriba que
acudían. Documentos solicitando ayuda económica al Ayuntamiento, aportados por Julio Torres y localizados en los
archivos municipales, avalan esta fecha de manera irrefutable. Y
poco más daba de sí este acto festero, que se reducía a lo expuesto, pero que
con el paso de los años iba a dar lugar al nacimiento de una fiesta mucho más
importante.
Nacimiento de la primera comisión de
fiesta.- La
romería de San Benito, tal y como hoy la conocemos, se gestó por una serie de laguneros que con
su empeño y trabajo hicieron posible, la
primera “romería moderna” de ésta fiesta lagunera tan entrañable. Ha
venido manteniéndose en el recuerdo
popular, y así lo corrobora doña Dolores Padrón, que recuerda de sus años
jóvenes, siendo aún novia de D. Antonio Hernández Arrón, su asistencia a las
procesiones de San Benito tal y como antes he definido. El que fuera luego su
marido fue uno de los verdaderos artífices y gestores de la revitalización y
resurgimiento de lo que sería desde entonces, la romería de San Benito, aunque
antes ya otros, como Virgilio Martín, a la sazón concejal de La Laguna, y
primer presidente de la romería, motivaron el comienzo de la misma.
D.
Antonio Hernández Arrón, hijo de un conocido lagunero, D. Cirilo Hernández,
mayordomo de la ermita de San Benito, en compañía de un grupo importante de
jóvenes de la Villa
de Arriba, entusiastas en las tradiciones canarias, recordando entre ellos a
Cipriano Hernández, Juan Ferrera, Juan y Luis Marrero ( hermanos),a Eliseo
Izquierdo, Isidro Gutiérrez, Antonio del Rosario, Juan Ríos Tejera, Juan Ríos
del Castillo, Manuel Gutiérrez, Juan Hernández, Antonio Padrón y algunos otros
de feliz memoria, fueron los que dieron comienzo, los devotos vecinos que organizaron
la romería ya estructurada. Además la
ayuda muy valiosa de Andrés Rosa, que también fue mayordomo de la ermita, y la
de Virgilio Martín, sin obviar la presencia de Ángel Álvarez de Armas, panadero,
que fue un destacado participante e impulsor en la organización primigenia.
No olvido tampoco el entusiasmo y colaboración de Doña Luisa Machado que formó
parte de la organización, y que además colaboró personalmente participando en
las obras de teatro tradicional que hacía junto a Ángel Álvarez, en sus
memorables recreaciones de diálogos campesinos, en el papel de Seña Rita o
Mariquilla. Todas
estas personas, laguneros de bien, son los verdaderos protagonistas que organizan
definitivamente y sacan a la calle la romería entendida como la actual en los
años siguientes. Se reunían, a decir de Eliseo Izquierdo, en El Comercio,
tiendas de ultramarinos, propiedad de Don Cirilo en la parte alta del barrio.
Aquella
primera romería contó tan solo con seis carretas, con cuatro rondallas o
parrandas, una del propio barrio, otra de la Punta y una de Taco, tres o cuatro grupos de
danzas, la de San Diego y la de San Benito, mucho ganado e incluso con algunos
camellos que, al pasar casualmente por el lugar cargados de cardos, fueron
incorporados a la comitiva a petición de Manuel Hernández Gutiérrez, hecho que
con el tiempo se transforma en costumbre y tradición pues, la presencia de
éstos fueron siempre emblemáticas en San
Benito. También hubo balie organizado por un vecino de la zona conocido por
Juan en unos salones de su propiedad. Para mayor lucimiento de la romería, las
carretas fueron llenadas con niños del barrio. Su trayecto no pasó de la
iglesia de la Concepción
retornando desde allí a la ermita.
Nos
cuenta Eliseo Izquierdo que, en 1952, fue a quién se le ocurrió realizar la
Fiesta de la Copla con el premio de la Espiga de Oro, encargando al orfebre
Rafael Trujillo la elaboración de aquel símbolo. El primer ganador fue Sebastián
Padrón Acosta con una copla hoy popularmente
conocida, logrando el galardón presidiendo el jurado Amaro Lefranc. Pero al no
haber finalizado el artesano la misma, realizada en plata y bañada en oro, se
le entregó en un estuche una espiga de trigo verdadera hasta que,
posteriormente, se le entregó la verdadera que, a su vez, donó a las joyas de
la Virgen de Candelaria donde hoy se encuentra. Sebastián Padrón, muy enfermo
en la ocasión, no pudo recoger su premio que le fue llevado a su domicilio
donde falleció pocos días después. Dice la copla: “Si subes a La Laguna, entra en el Cristo a rezar, para que Dios de
perdone, lo que me has hecho penar”.
Esta
revisión y actualización de las fiestas fue muy importante y trascendente para
la continuación de las mismas, ya que por desgracia, la devoción y lucimiento
de las antiguas fiestas habían decrecido a consecuencia de una serie de
vicisitudes, como la de la utilización de la ermita como sede de enfermos de la
epidemia de fiebre amarilla en 1862, o su posterior pertenencia a la jurisdicción
militar que usó el recinto como cuadras de caballos hasta el año 1898 en que
fue devuelta y reabierta al culto. Todas
estas causas motivaron el que los vecinos y fieles debilitaran su devoción que
estuvo a punto de desaparecer, y desde entonces las fiestas no tuvieron el
lucimiento de antaño, debiendo transcurrir el tiempo para que las fiestas de
San Benito fueran nuevamente de las principales de la ciudad, hasta la llegada
de éstos promotores que la revitalizan extraordinariamente.
Tras
el éxito de la primera romería que sirvió a modo de ensayo y como precedente el
regocijo vivido por los habitantes de la Villa de Arriba, no fue posible dejar de
organizarla en años venideros, hasta el punto de ir ganando cada año
transcurrido en categoría e importancia, pasando de una fiesta de barrio a
romería insular y más tarde a regional. En
aras de enaltecer esta fiesta popular, fiesta de un barrio en las afueras del
casco urbano, los promotores tuvieron la feliz idea de recabar ayuda a las
familias nobles de La Laguna,
incluyendo en los primeros momentos a hijas de aquellas para que formaran parte
como Romeras Mayores, idea afortunada para el patrocinio económico que
necesitaba el evento. Así,
una de las primeras familias laguneras que acudieron en ayuda de los
organizadores fue la se Monteverde-Ascanio, sumándose pronto otras de gran
abolengo y solera. Lo
mismo ocurrió con D.Manuel Cerviá Cabrera, Magistrado del Tribunal Supremo,
hijo de Tenerife, que aportó ayudas inestimables a la romería lagunera, motivo
por el que ostentó la
Presidencia de Honor de la misma.
Como
ejemplo del rápido e importante auge que obtuvo la fiesta, solo un año después,
en 1949, el programa de festejos que se celebró en junio tenía un “Pregón
anunciador” que dio paso años mas tarde al pregón radiofónico que se hacía en
Radio Club, la “procesión de la víspera”,”diana floreada”,”misa y función
religiosa”, “bendición del ganado”,”fiesta de exaltación regional” que se
convertirá luego en la Fiesta
de la Copla
donde se falla el certamen mas prestigioso de coplas, la Espiga de Oro,”carreras
ciclistas, fútbol y luchas canarias”,”concierto musical” y por supuesto “la
romería” que ya hizo un trayecto por toda la ciudad, bajando por San Agustín y
subiendo por La Carrera. Y
todo ello en tan solo un año de organización.
NOTA: Las imágenes fotográficas que ilustran este artículo son del fotógrafo lagunero Agustín Guerra y han sido cedidas para su publicación por su hijo Gerardo Guerra. El autor quiere agradecer la deferencia.
SEGUNDA PARTE