viernes, 11 de julio de 2014

La Romería de San Benito: manifestación popular del folclore canario. (y II)

por Carlos García

Elementos folklóricos tradicionales de La Laguna.-  A la fiesta se le agregan, con el transcurso del tiempo, una serie de elementos festi­vos que van acorde con el sentimiento popular de una comunidad que se encuentra celebrando algo. Estos elementos folklóricos son, por decirlo de algún modo, tí­picamente laguneros, apareciendo en la romería desde sus comienzos más primitivos. Uno de ellos, y casi identificativos de la romería lagunera, es la presencia de los “barcos”. Los barcos laguneros o como también se les identifica en algún momento,”barcos de San Diego”, son una de las reliquias folklóricas de las que se enaltece la romería de San Benito. La procedencia histórica de estos barcos de tierra adentro no está del todo aclarada, pero la teoría de más vigencia propone que provienen de residuos, de restos de antiguas representaciones teatra­les de origen eucarístico de ciertos Autos Sacramentales que, desde el siglo XVII y XVIII, se celebraban en La Laguna. Estos elementos con el tiempo se separan de su entronque primitivo y entonces pierden su valor específico, entrando a formar parte de una transculturación que lleva posteriormente a engaño.


Hay una referencia de un Auto Sacramental celebrado en la ciudad de Aguere en 1699 en honor de la Virgen de los Remedios, pa­trona de la ciudad, en la que, para divertimento del pueblo, se represen­taron autos sacramentales, haciéndose dos navíos sobre carretas y un castillo entre los que se producía una batalla de tipo alegórico.  El castillo se colocó, según versión de Rodríguez Moure, en la esquina que da a la calle de

Sobre la “cama” de la carreta, a la que se le quitan las estacas, se hace una especie de barco, cuyo casco construyen de un ripiado formando rejas y de él nacen las arboladuras, vergas, jar­cias, velas, gallardetes y banderolas. Tiran del barco una pareja de bueyes escogida para el caso. Es el mismo tipo de representación teatral que se mantiene hoy día en Santa Cruz de La Palma en sus fiestas lustrales, con la batalla entre el castillo y la nave, o las de las libreas que se representan en Valle Guerra y en otros lugares. De aquel auto deriva, al parecer, el nacimiento de nuestros populares barcos laguneros, pues finalizada aquella representación sacramental, estos barcos acompañaron a la imagen de la Virgen de los Remedios, a modo de procesión a su iglesia. Desde éste momento la costumbre de utilizar a los barcos en las procesiones y en las fiestas arraigó en el pueblo y comenzaron a ser frecuentes en éste tipo de manifestaciones.

Luego de las procesiones religiosas, los barcos vuelven, a los días siguientes a la fiesta, para ejecutar las carreras que el público sigue con interés. Puesto el barco en el lugar conveniente    ­el mozo que se coloca delante del yugo pone su mano sobre aquel   en­pu­ñando en la otra la “ahijada”, y a una voz, rejoneados los bue­yes, parten a la carrera. Otra versión diferente es la que propugna la aparición de los barcos como promesa realizada en el pueblo de Tegueste a su patrón San Marcos, allá por 1582 en que se produjo una terrible epidemia de peste, en plena época de Corpus lagunero, tras desembarcar en Santa Cruz unos tapices traídos de Levante. Esta promesa surge en pago de no haber permitido el contagio del pueblo. No obstante me inclino personalmente por la primera versión del origen de los barcos.

Referencias como la de Juan Primo de la Guerra en su Diario de 1808 nos confirman la presencia de éstos navíos en las fiestas:”...éste se forma con algunos maderos ligeros sobre una carreta tirada por bueyes, llevando dentro algunas muchachas que canta­ban...”.  “...en la víspera, por la noche hubo fuegos, entremeses y navíos, todo conforme al gusto de las fiestas que se hacen en los campos...” Otra es la del licenciado Pereyra Pacheco que nos informa sobre 1854, “que en la festividad de Ntra. Sra. de los Remedios u­na de las dos principales de Tegueste, con la de San Marcos, desta­ca la antiquísima costumbre de correr la víspera en la tarde y el día por la mañana, ­ concluida la procesión, unos barcos que figura, tirados por bue­yes, que forman el embeleso y reunión de estas gentes, y que si se quitaran cesaría sin duda la concurrencia de ésta fiesta”. Y bien dice el autor cuando refiere la costumbre de co­rrer, porque tras las procesiones, se realizaban carreras de bar­cos, con el afán de conocer que yunta era la más fuerte y rápida, en­tronque sin duda con el arrastre de ganado que hoy ha vuelto a ponerse de moda, en franca recuperación de una tradición abandonada. Estas carreras de barcos hace ya muchos años que no se realizan en la romería. 
Pasemos ahora a otra de las reliquias folklóricas que perduran en la romería de San Benito, una de las más coloristas, no exclusiva de la comarca lagunera, pero que desde luego sí que nace de los pagos y lugares del contorno como es “el baile de las cintas de San Diego”.

El baile de las cintas está bastante extendido por la geogra­fía de Tenerife, conservándose buenos ejemplos en la zona de Güi­mar, Candelaria, y en la zona de Valle Guerra, Guamasa y La Laguna. Otro baile emparentado con aquel es el que se puede ver en la zona norte de la isla que es la Danzade las varas o de las Vegas que utiliza varas o palos en vez de cintas. Del mismo modo en Guamasa se entrecruzan estos palos adornados de flores, y en otros lugares se cambian por arcos. Las danzas son un elemento imprescindible en la celebración de cualquier fiesta y ésta aparición en nuestra romería no iba a ser una excepción. La procedencia del baile de las cintas hay que buscarla en las costumbres de las sociedades primitivas de bailar en torno a un árbol sagrado o en torno a una figura o símbolo divino. La dendrola­tría es la costumbre de adorar a una divinidad en forma de árbol o de piedra (monolito), y esta danza viene a ser el resultado final de una larga evolución que dio comienzo con los ritos primitivos de bailar en torno a un árbol o piedra, a decir de Esquivel Navarro, en lo que él denomina Danza del cordón. No es una costumbre exclusiva de Canarias ya que bailes similares los encontramos en el folklore de otras regiones peninsu­lares, ya sean hispanas o portuguesas. El bailar en las procesiones es por tanto costumbre antigua, ­siendo algo mas peculiar entre nuestras fiestas realizar el baile delante del santo, ya que es tradición de las romerías canarias, en­cabe­zarlas el ganado y no la divinidad.

Estas danzas que preceden al santo se efectúan al son de tambor, flauta y castañue­las o chácaras, y fundamentalmente y casi en exclusividad, se practi­ca en ritmo de tajaraste. El baile se realiza alrededor de un palo del que cuelgan cintas de colores que los danzantes enrollan y desenrollan mientras ejecutan la danza a su alrededor. Podemos encontrar reminiscencias muy remotas en las danzas cívico-religiosas que nuestros aborígenes realizaban en ocasiones principales, sin olvidar por ejemplo las que se ejecutan en la fiesta de La Candelaria. Nos refiere Bethencourt Alfonso que en la danza de las cin­tas, ahora como en los tiempos aborígenes, formaban la cuadrilla 14 individuos: 12 danzantes y 1 tamborilero, el cual toca a la vez la flauta, además del conductor del palo. Al compás del tamboril se dividen los danzantes en dos tandas de a seis, llevando cada una guía delantera y otra postrera, y marchan bailando dando dos pasos atrás y dos delante, trazando círculos alrededor de la pértiga en sentido inverso cada tanda, una sobre la derecha y otra sobre la izquierda, pasando por dentro y fuera cada vez que se cruzan. Estriba el mérito en trenzar o vestir al palo y luego desves­tirlo sin trabar la danza.

Los danzantes visten con camisas blancas adornadas con dos cintas de colores cruzadas en el pecho, utilizando el color de la cinta que entreteje en el baile, y según viejas referencias, en algunos pueblos del sur de Tenerife, como Adeje, se usó la presencia de una niña que seguía cada bailador cogida de una banda, muy adornada y bailando. En lo que a la romería de San Benito se refiere desde muy temprano en su cronología aparece en la fiesta un grupo de baile de las cintas que llevaba el nombre de San Diego, que de nuevo vuelve a dar nombre a una manifestación folklórica de Hemos sabido por uno de sus actuales danzantes que ese baile data de muy viejo, ya que según el informante, lo bailaba su padre y su abuelo y sin duda fue la primera en salir en la festividad de San Benito. No conocemos el origen del baile pero parece ser una promesa a San Benito lo que motivó la constitución de un grupo de devotos de la zona de San Diego para organizar un baile de las cintas. Comenzaron a bailarla los hombres y siempre ha sido tradición que las mujeres no danzaran, aunque en alguna ocasión, y por ausencia masculina, han sido ellas las danzantes. Este grupo no lleva sino tamborilero y chácaras o castañue­las, no apareciendo la flauta, y ejecutan básicamente el ritmo de tajaraste que es el único que se toca en la procesión del santo­, aunque también tienen otros toques distintos como pasodoble y la isa, desde luego de procedencia mas moderna. Se compone el baile de unos 12 danzantes, aunque también pueden ser más, y la indumentaria consiste en pantalón azul con una cinta roja a los lados, camisa blanca y lonas, y el escudo de San Diego en el lado izquierdo de la camisa.

El baile de las cintas de San Diego solo sale la víspera de la festividad, acompañando a San Benito en la procesión que realiza en los alrededores de su ermita, no teniendo la costumbre de salir en la romería.

Termino expresando el interés que todos debemos mostrar por evitar que nuestras fiestas tradicionales desaparezcan. La revitalización y el robustecimiento de ellas es primor­dial sin querer aferrarnos al pasado e intentar copiar lo que se hacía en el pasado, lo que se hacía de viejo.  Sin olvidar nuestras raíces, nuestro entronque primitivo, conociendo de donde provienen nuestras fiestas populares, debe­mos apostar por nuevas aportaciones, introduciendo ideas novedosas y modernas, para que la fiesta evolucione  y no se pierda con el transcurso de los años venideros.

NOTA: Las imágenes fotográficas que ilustran este artículo son del fotógrafo lagunero Agustín Guerra y han sido cedidas para su publicación por su hijo Gerardo Guerra. El autor quiere agradecer la deferencia.

PRIMERA PARTE

miércoles, 9 de julio de 2014

La Romería de San Benito: manifestación popular del folclore canario. (I)

por Carlos García 


En el calendario popular, el de los pueblos, persisten tradicio­nes y costumbres que se repiten año tras año  que definen y diferencian las labores agrícolas en momen­tos distin­tos. En plena primavera, al comienzo del verano, tiempo de recogida de las cose­chas, las comunidades rurales acostumbran realizar fiestas que fundamentalmente mantienen un predominio lúdico, aunque sin olvidar el substrato religioso que gira en torno al agradeci­miento de algún santo o devoción, y sobre el que se basan una serie de ritos y manifestaciones folklóricas. El caso de la Romería de San Benito Abad, en la ciudad de La Laguna, es uno de los muchos y diversos que existen en nuestra pequeña, pero variopinta geografía insular, y que sirve como excusa para desarrollar un sin fin de elementos folklóricos. Admitamos que una manifestación festera que tiene más de 480 años tiene un arraigo popular fuertemente enrai­zado desde sus comienzos, cosa no muy habitual entre las pervivencias culturales de nuestro archipiélago.

Es cierto que la fiesta de San Benito, tal y como la conocemos hoy, tiene tan solo una existencia que deriva de 1947 en que da comienzo la romería moderna, y no como erróneamente siempre se ha venido diciendo en 1948 como informa, con datos irrefutables Julio Torres.  Pero también es cierto que la romería, ­que la fiesta con su comienzo religioso de agradecimiento al santo, tiene su primer origen en 1532 cuando se elige a San Benito Abad, fundador de la orden benedictina, como protector y abogado de los campos y cosechas laguneras por parte de los labradores de la primera ciudad de Tenerife. Históricamente no conocemos la razón por la que San Benito fue elegido patrón de los labradores de La Laguna. Sí sabemos que fue un golpe de suerte el que influyó para tal decisión, pero no el por qué de haber introducido su nombre entre los distintos santos para ser sorteado, existiendo santos como San Isidro que ya ejercían de patrones y benefactores del gremio campesino. Incluso fue tan extraña su elección que, según cuentan las cróni­cas, fue necesario extraer de la urna donde se encontraban las papeletas con los nombres de los santos en cuestión, en tres ocasio­nes diferentes el nombre del elegido, saliendo en las tres San Benito, siendo incuestionable desde ese momento su designación. 

San Benito de Nursia, fundador de la Orden monacal Benedicti­na, allá por el siglo VI, introdujo por vez primera su famoso lema de “ora et labora” en sus abadías y prioratos, dándole así un contexto diferente a la vida religiosa, imponiendo a sus monjes, junto con el rezo, la obligación de trabajar la tierra, de labrarla. Creo que éste es el nexo de unión que relaciona a la ciudad de La Laguna con su patrón San Benito. Ciudad eminentemente agrícola que debía protegerse bajo la intersección de un santo que supiera de labradores, de sequías y de cosechas. Pero sin olvidar nunca su condición de ciudad de conventos, de religiosidad histórica, de obispado y recoletas iglesias.  
   
Los orígenes de las romerías.- Antiguamente se denominaban romeros a los que iban a Roma, de donde deriva luego el término ir en romería .De igual modo, a los que acudían a Santiago de Compostela, se les denominaba peregrinos, e incluso a los que caminaban rumbo a la ciudad santa de Jerusalén se les llamaba palmeros. Por tanto el viaje que se hace a una ermita o santuario para agradecer favores a un santo o a una virgen, casi siempre patrones de la zona, se conoce como romería. Esta afluencia de personas de forma colectiva termina siempre de manera festiva y lúdica, con cantes y bailes donde lo religioso y lo festivo se confunde en un solo cuerpo.

El comienzo de la romería lagunera tiene su origen en la procesión que a San Benito se le hacía en su ermita, hecho recogido ya en el año antes mencionado y que luego las ordenanzas de 1540 obligan realizar. Estas primitivas procesiones que apenas se alejaban de los alrededores de la ermita, son los humildes comienzos que darán paso, con los años, a una manifestación de fiesta popular que los propios campesinos, los romeros, acudiendo desde los distintos pagos de la ciudad, e incluso de otros, a lomos de sus bestias de transportes, o sobre los medios de transportes de entonces, las carretas y carros, en compañía de sus ganados, tributa homenaje de agradecimiento al patrón implorando su bendición y favores. En éste contexto es de suponer que las expresiones de alegría y fiesta estén representadas por los bailes, las canciones, las comidas y viandas, que en definitiva conforman  los elementos que dan lugar a una participación popular, cada vez más grande, y que termina por consolidarse en las costumbres de los habitantes del lugar. 


Es por tanto nuestra romería una celebración festiva que tiene su origen en una sociedad rural, en una sociedad labradora, en este caso de La Laguna, que es la receptora y propagadora de una supervi­ven­cia, del mantenimiento de algunas tradiciones del pasado. Porque casi siempre el estrato popular de la población, mucho más que el aristo­crático o el acomodado, es el verdadero caldo de cultivo donde germina y crece, donde se conservan todas las  manifestaciones tradicionales y folklóricas de un sector. De aquí es de donde, probablemente, derive la estructura que hoy conocemos de la romería, constituyendo un cortejo popular, con las carretas, como viejos medios de transportes, con las parrandas, o grupos de romeros que caminan hacia la ermita cantando y divirtién­dose como corresponde a un día de fiesta, vestidos a la usanza tradicional, haciendo uso de la gastronomía local, y acompañándose de sus ganados en pos de obtener un beneficio sobrenatural del santo patrón o para pagar una promesa de algo recibido.

Las fiestas primitivas.- Mucho antes de comenzar las romerías organizadas, con la intervención de una comisión para tal efecto y como veremos más adelante, las fiestas de San Benito tuvieron un fuerte arraigo popular entre los vecinos y parroquianos del lugar. Fueron fiestas de barrio, modestas pero mantenidas por los lugareños con un orgullo que sirvió como base para su consolidación posterior, y se nombran como de las mas importantes que tiene La Laguna junto con las del Corpus y la del Santísimo Cristo en Septiembre. Así por ejemplo en la primera veintena de siglo, la fiesta de San Benito ofrecía en la noche de su víspera la aparición de un pequeño des­file que se realizaba desde la propia plaza de la ermita con la aparición de una pareja de gigantes hechos de cañas y papel, de los que sa­lían, como escupidos, cohetes y fuegos de artifi­cios de sus pechos o brazos, cohetes que confeccio­naba Cho Juan “el foguetero”­, aquel que tenía su taller artesanal en la calle del  Adelantado, en pleno barrio. Se hacían carreras de sortijas en bicicletas, con las que se obtenían las preciadas cintas de colores; se montaban en la pequeña plaza ventorrillos, puestos de turroneras, juegos de ruletas, etc., que eran la admiración de todos, chicos y grandes; y por supuesto se hacía lo más importante de la fiesta que era la procesión.

La procesión del santo se realizaba saliendo de la ermita y bajando en un trayecto de recorrido muy corto, por la antigua calle de la Empedrada, hoy calle Marqués de Celada, tras cruzar por el callejón de la Cordera, antes llamada de la Encantada, retornaba a su lugar subiendo por la del Adelantado, nombre que recuerda los prime­ros solares que Fernández de Lugo utilizó para su vivienda transi­toria a comienzos de la ciudad. Incluso este trayecto viario, la calle de la Empedrada y su comienzo del Adelantado, llegó a denomi­narse en algún momento como calle de San Benito, sin duda referen­ciando al trayecto  que lleva a la ermita.

En éste recuerdo hay que mencionar que la procesión, como acto más importante de las fiestas, se acompañaba por el párroco de la Concepción, tal y como ocurre en la primera romería de 1947 en la que asisten los vecinos con sus ganados, que acudían en busca de la bendición y protección del santo patrón. Las calles a su paso eran engalanadas de pétalos de flores, con alfombras de hojas verdes y girasoles, y los estallidos de los cohetes se confundían con el bullicio, gritos y ajijides de los habitantes del barrio y los de la villa de arriba que acudían. Documentos solicitando ayuda económica al Ayuntamiento, aportados por Julio Torres y localizados en los archivos municipales, avalan esta fecha de manera irrefutableY poco más daba de sí este acto festero, que se reducía a lo expuesto, pero que con el paso de los años iba a dar lugar al nacimiento de una fiesta mucho más importante.

Nacimiento de la primera comisión de fiesta.-   La romería de San Benito, tal y como hoy la conocemos,  se gestó por una serie de laguneros que con su empeño y trabajo hicieron posible,  la primera “romería moderna” de ésta fiesta lagunera tan entrañable. Ha venido manteniéndose  en el recuerdo popular, y así lo corrobora doña Dolores Padrón, que recuerda de sus años jóvenes, siendo aún novia de D. Antonio Hernández Arrón, su asistencia a las procesiones de San Benito tal y como antes he definido. El que fuera luego su marido fue uno de los verdaderos artífices y gestores de la revitalización y resurgimiento de lo que sería desde entonces, la romería de San Benito, aunque antes ya otros, como Virgilio Martín, a la sazón concejal de La Laguna, y primer presidente de la romería, motivaron el comienzo de la misma.

D. Antonio Hernández Arrón, hijo de un conocido lagunero, D. Cirilo Hernández, mayordomo de la ermita de San Benito, en compañía de un grupo importante de jóvenes de la Villa de Arriba, entusiastas en las tradiciones canarias, recordando entre ellos a Cipriano Hernández, Juan Ferrera, Juan y Luis Marrero ( hermanos),a Eliseo Izquierdo, Isidro Gutiérrez, Antonio del Rosario, Juan Ríos Tejera, ­Juan Ríos del Castillo, Manuel Gutiérrez, Juan Hernández, Antonio Padrón y algunos otros de feliz memoria, fueron los que dieron comienzo, los devotos vecinos que organizaron la  romería ya estructurada. A­demás la ayuda muy valiosa de Andrés Rosa, que también fue mayordomo de la ermita, y la de Virgilio Martín, sin obviar la presencia de Ángel Álvarez de Ar­mas, panadero, que fue un destacado partici­pante e impulsor en la organización primige­nia. No olvido tampoco el entusiasmo y colabora­ción de Doña Luisa Machado que formó parte de la organización, y que además colaboró personalmente participando en las obras de teatro tradicional que hacía junto a Ángel Álvarez, en sus memorables recreaciones de diálogos campesinos, en el papel de Seña Rita o Mariquilla. Todas estas personas, laguneros de bien, son los verdaderos protagonistas que organizan definitivamente y sacan a la calle la romería entendi­da como la actual en los años siguientes. Se reunían, a decir de Eliseo Izquierdo, en El Comercio, tiendas de ultramarinos, propiedad de Don Cirilo en la parte alta del barrio.

Aquella primera romería contó tan solo con seis carretas, con cuatro rondallas o parrandas, una del propio barrio, otra de la Punta y una de Taco, tres o cuatro grupos de danzas, la de San Diego y la de San Benito, mucho ganado e incluso con algunos camellos que, al pasar casualmente por el lugar cargados de cardos, fueron incorporados a la comitiva a petición de Manuel Hernández Gutiérrez, hecho que con el tiempo se transforma en costumbre y tradición pues, la presencia de éstos  fueron siempre emblemáticas en San Benito. También hubo balie organizado por un vecino de la zona conocido por Juan en unos salones de su propiedad. Para mayor lucimiento de la rome­ría, las carre­tas fueron llena­das con niños del barrio. Su trayecto no pasó de la iglesia de la Concepción retornando desde allí a la ermita.

Nos cuenta Eliseo Izquierdo que, en 1952, fue a quién se le ocurrió realizar la Fiesta de la Copla con el premio de la Espiga de Oro, encargando al orfebre Rafael Trujillo la elaboración de aquel símbolo. El primer ganador fue Sebastián Padrón Acosta  con una copla hoy popularmente conocida, logrando el galardón presidiendo el jurado Amaro Lefranc. Pero al no haber finalizado el artesano la misma, realizada en plata y bañada en oro, se le entregó en un estuche una espiga de trigo verdadera hasta que, posteriormente, se le entregó la verdadera que, a su vez, donó a las joyas de la Virgen de Candelaria donde hoy se encuentra. Sebastián Padrón, muy enfermo en la ocasión, no pudo recoger su premio que le fue llevado a su domicilio donde falleció pocos días después. Dice la copla: “Si subes a La Laguna, entra en el Cristo a rezar, para que Dios de perdone, lo que me has hecho penar”.

Esta revisión y actualización de las fiestas fue muy importan­te y trascendente para la continuación de las mismas, ya que por desgracia, la devoción y lucimiento de las antiguas fiestas habían decrecido a consecuencia de una serie de vicisitudes, como la de la utilización de la ermita como sede de enfermos de la epidemia de fiebre amarilla en 1862, o su posterior pertenencia a la jurisdic­ción militar que usó el recinto como cuadras de caballos hasta el año 1898 en que fue devuelta y reabierta al culto. Todas estas causas motivaron el que los vecinos y fieles de­bilitaran su devoción que estuvo a punto de desaparecer, y desde entonces las fiestas no tuvieron el lucimiento de antaño, debiendo transcurrir el tiempo para que las fiestas de San Benito fueran nuevamente de las principales de la ciudad, hasta la llegada de éstos promotores que la revitalizan extraordinariamente.

Tras el éxito de la primera romería que sirvió a modo de ensayo y como precedente el regocijo vivido por los habitantes de la Villa de Arriba, no fue posible dejar de organizarla en años venideros, hasta el punto de ir ganando cada año transcurrido en categoría e importancia, pasando de una fiesta de barrio a romería insular y más tarde a regional. En aras de enaltecer esta fiesta popular, fiesta de un barrio en las afueras del casco urbano, los promotores tuvieron la feliz idea de recabar ayuda a las familias nobles de La Laguna, incluyendo en los primeros momentos a hijas de aquellas para que formaran parte como Romeras Mayores, idea afortunada para el patrocinio económico que necesitaba el evento. Así, una de las primeras familias laguneras que acudieron en ayuda de los organizadores fue la se Monteverde-Ascanio, sumándo­se pronto otras de gran abolengo y solera. Lo mismo ocurrió con D.Manuel Cerviá Cabrera, Magistrado del Tribunal Supremo, hijo de Tenerife, que aportó ayudas inestimables a la romería lagunera, motivo por el que ostentó la Presidencia de Honor de la misma.

Como ejemplo del rápido e importante auge que obtuvo la fiesta, solo un año después, en 1949, el programa de festejos que se celebró en junio tenía un “Pregón anunciador” que dio paso años mas tarde al pregón radiofónico que se hacía en Radio Club, la “proce­sión de la víspera”,”diana floreada”,”misa y función religio­sa”, “b­endición del ganado”,”fiesta de exaltación regional” que se convertirá luego en la Fiesta de la Copla donde se falla el certa­men mas presti­gioso de coplas, la Espiga de Oro,”carreras ciclis­tas, fútbol y luchas cana­rias”,”concierto musical” y por supuesto “la romería” que ya hizo un trayecto por toda la ciudad, bajando por San Agustín y subiendo por La Carrera. Y todo ello en tan solo un año de organi­zación.

NOTA: Las imágenes fotográficas que ilustran este artículo son del fotógrafo lagunero Agustín Guerra y han sido cedidas para su publicación por su hijo Gerardo Guerra. El autor quiere agradecer la deferencia.

SEGUNDA PARTE