por Charo Borges
Desde muy
niña, he visto en Santa Cruz unas construcciones muy peculiares que, de
siempre, han acaparado mi atención. En casa, oía que los llamaban torreones de
la luz, a unos, y depósitos del agua, a los otros. Hoy, continúan ahí. Testigos
mudos e inamovibles que han visto cómo han ido transformándose sus alrededores
y, a ellos, se les ha ido perdonando la vida. Si esa vida fuera animada, seguro
que estarían pensando que si siguen en el mismo sitio y sin grandes cambios, es
porque aún son necesarios a la ciudad. Y no se equivocarían. Incluso, a los
depósitos de agua en particular, se les adecenta y embellece cada cierto
tiempo, con una campaña de mantenimiento encomiable, por parte de la empresa
que gestiona los asuntos del líquido elemento. Seguramente, como parte de su
compromiso legal con la institución pública que dirige esta ciudad.
Menos cuidadas
aparecen las tres antiguas estaciones transformadoras, que permitieron los
inicios de la iluminación de la capital, y que aún se conservan. Según los
anales, fueron construidas en la década de los años 20 del pasado siglo, y
solían encargarse a prestigiosos arquitectos de la época, siendo el técnico
municipal, D. Antonio Pintor y Ocete, el responsable de estos "torreones
de la luz", que muestran características del estilo ecléctico imperante en
aquellos años. Dos de ellos siguen teniendo vida activa gestionada por la
compañía Unelco-Endesa, mientras que el otro sólo sobrevive al paso de los
años. Están situados con bastante proximidad, unos de otros. En sentido
descendente, la primera de estas viejas estaciones está en la calle Horacio
Nelson, en el cruce de esta vía con la del Perdón (antigua General Goded) y el
Camino Oliver.
La siguiente tiene difícil localización, porque se encuentra en el interior de los jardines del Parque García Sanabria. Concretamente, en los aledaños a José Naveiras o de Los Campos, muy cerca del acceso a este recinto, desde esta calle y su confluencia con la de Méndez Núñez. El tercero y último está en la vía ascendente de la Rambla 25 de Julio, frente al antiguo edificio de la Escuela de Comercio, hoy, sede de la escuela de Empresa y Turismo. Además de estas estaciones en forma de torres, se conservan otras dos, en la Cruz del Señor y en Ofra, que no responden, en absoluto, a este diseño, aunque pertenecen a la misma época que las anteriores. La primera es de estilo puramente racionalista y fue diseñada y construida por el arquitecto José Blasco, de cuyo proyecto no se llevó a cabo el edificio anexo que él concibió. Se encuentra en la esquina formada por la Avenida de Ángel Romero, con la calle José Turina. Hoy aparece rodeada de un muro que impide apreciar, por completo, su calidad. Tanto ésta como la de Ofra, pasan desapercibidas, porque están integradas en el mosaico de edificaciones de esas amplias zonas de la ciudad y no están debidamente mantenidas, ofreciendo un aspecto poco deseable, para su indudable valor histórico-industrial.
La siguiente tiene difícil localización, porque se encuentra en el interior de los jardines del Parque García Sanabria. Concretamente, en los aledaños a José Naveiras o de Los Campos, muy cerca del acceso a este recinto, desde esta calle y su confluencia con la de Méndez Núñez. El tercero y último está en la vía ascendente de la Rambla 25 de Julio, frente al antiguo edificio de la Escuela de Comercio, hoy, sede de la escuela de Empresa y Turismo. Además de estas estaciones en forma de torres, se conservan otras dos, en la Cruz del Señor y en Ofra, que no responden, en absoluto, a este diseño, aunque pertenecen a la misma época que las anteriores. La primera es de estilo puramente racionalista y fue diseñada y construida por el arquitecto José Blasco, de cuyo proyecto no se llevó a cabo el edificio anexo que él concibió. Se encuentra en la esquina formada por la Avenida de Ángel Romero, con la calle José Turina. Hoy aparece rodeada de un muro que impide apreciar, por completo, su calidad. Tanto ésta como la de Ofra, pasan desapercibidas, porque están integradas en el mosaico de edificaciones de esas amplias zonas de la ciudad y no están debidamente mantenidas, ofreciendo un aspecto poco deseable, para su indudable valor histórico-industrial.
Los depósitos
de agua potable, más fáciles de localizar en nuestra ciudad, son el de la Plaza
de Toros y el de Salamanca. El primero ocupa una
buena superficie rectangular limitada por la calle Comandante Sánchez Pinto y
la zona de aparcamientos de la calle Horacio Nelson. Tiene una magnífica
visibilidad, dado que es una construcción exenta, sin ninguna otra edificación
adosada a ella. Hubo un tiempo en el que su aspecto fue bastante lamentable y
se temió por su paralización e, incluso, desaparición, pero el crecimiento
demográfico imparable y el sentido común de alguna autoridad, han hecho que se
la regenerara y recuperara con todo su esplendor. Fue diseñado por Antonio
Pintor y Ocete en 1915 y reformado en 1928, a manera de
fortaleza de aspecto austero y rudo. Es un recinto
totalmente cerrado que presenta en algunas de sus fachadas motivos ornamentales
relacionados con la estética masónica.
El otro depósito emblemático, y anterior al de Horacio Nelson pues el Catálogo de Protección del PGO de Santa Cruz de 2012 data su construcción en el segundo tercio del siglo XIX, es el de Salamanca, llamado así porque su solar se ubica en el límite del barrio del mismo nombre y el del Uruguay, estando su entrada en la calle de Febles Campos. Al contrario que el de la Plaza de Toros, colinda con el Colegio público Salamanca (antiguo José Antonio) y una antigua guardería infantil, gestionada con fondos públicos, y hoy cerrada. Hasta hace unos pocos meses, era imposible saber sus características desde fuera, porque una gran portada metálica y sin huecos, impedía ver su interior. Recientemente, esa portada fue sustituida por una cancela mucho más ligera y abierta y que deja ver un pequeño sector del interior de la instalación. Como la de Horacio Nelson, también dejaba ver un deterioro exterior deplorable, pero se ha subsanado al mismo tiempo que se sustituyó la portada de acceso.
También en
otros lugares de la ciudad, podemos apreciar, con relativa facilidad, depósitos
de construcción posterior y de menor interés arquitectónico, como puede ser el
de Tío Pino, entre la calle del mismo nombre y la de Pedro José de Mendizábal,
en la urbanización Tristán, o también el de la zona de Ofra, en la esquina
correspondiente a las calles Nicolás González Sopranis y José Víctor Domínguez,
en la trasera de los jardines de la clínica San Juan de Dios.
Sirvan las
muestras de hoy como ejemplo de la arquitectura industrial que se hizo, en esta
capital, en la primera parte del siglo XX y que, por fortuna, aún perviven y
cohabitan con otras mucho más modernas, pero quizá también más anodinas y de
menor interés, desde el punto de vista estrictamente estético, y que es el que
siempre mueve a quien esto les cuenta.
NOTA: Pueden leer otros artículos de la autora en su blog Paseando por mi ciudad
NOTA: Pueden leer otros artículos de la autora en su blog Paseando por mi ciudad