por Melchor Padilla
A José Santos Puerto, que fue profesor de Teoría e Historia de la Educación de la Facultad de Educación de la ULL y uno de los promotores de este museo, in memoriam.
Si, como piensan algunos, nuestra patria verdadera está en la infancia, entrar en este recinto es como volver del exilio al que nos ha obligado el paso del tiempo. En el edificio principal del campus central de la Universidad de La Laguna, se encuentra el Museo de la Educación de la ULL. Allí, en un espacio demasiado reducido para la gran cantidad de objetos que exhibe, podemos contemplar los muebles, objetos, libros, juegos, juguetes, colorines que en otros tiempos formaron parte del ambiente cotidiano de muchas generaciones de niños canarios.
En primer lugar nos llama la atención la minuciosa reconstrucción de dos aulas que corresponden a dos momentos de la historia de nuestra educación. La primera es una escuela de los años cincuenta y sesenta. Sobre una tarima la mesa del maestro con globo terráqueo, a su lado un sorprendente mapa de África de antes de la descolonización y, alineados delante de aquella, los pupitres dobles de madera oscura con los pizarrines que en aquellos tiempos de autarquía y escasez sustituían al escaso y caro papel. Vemos en algún pupitre el tintero y la pluma con los que se enseñaba entonces el arte de escribir bien, la caligrafía.
En una estantería nos encontramos los cacharros para preparar la leche en polvo americana, proveniente del Plan Marshall, que se repartía a los niños y las niñas de la época para completar su deficiente alimentación. También unas botellas de vino dulce Sansón, que se suministraba -también en las casas- a las criaturas, pues se creía que “daba sangre”. En otros armarios aparecen proyectores, gramófonos y otros medios didácticos de aquellos años. En la pared, cerca de una lámina que servía para explicar Historia Sagrada, la permanente presencia del crucifijo y, cómo no, del retrato de Franco.
El otro espacio está dedicado a la escuela de los años setenta. Los pupitres de madera han desaparecido y podemos ver los de tubo de hierro y contrachapado que se utilizaban en aquellos años. Aparecen también las nuevas aplicaciones audiovisuales, que comenzaron a utilizarse de forma masiva en las escuelas de entonces: proyectores de cine, de diapositivas y los primeros aparatos de vídeo. Queremos destacar, asimismo, la presencia de las multicopistas, algunas muy antiguas, que son un auténtico símbolo del auge de los movimientos de renovación pedagógica de esos tiempos.
El museo también cuenta entre sus fondos con una interesante colección de fotografías, relacionadas con la vida escolar y la profesión docente, donada por centros y particulares.
Por último, en el centro de la sala y separando estos dos espacios, podemos ver un escudo de una escuela nacional mixta del Ministerio de la Instrucción Pública de la II República, un título de maestro de aquella época y una bandera republicana, como permanente homenaje al mayor y más logrado esfuerzo a favor de la enseñanza pública, truncado por la guerra civil y la dictadura franquista.
Este museo tiene sus orígenes en el trabajo incansable de un grupo de profesores de la Facultad de Educación de nuestra universidad: Ana Vega, José Santos y Luis Feliciano que, desde 1998, se empeñaron en crear un espacio en torno al cual se pudieran llevar a cabo los objetivos de recuperar y conservar aquellos materiales y documentos relacionados con el pasado educativo canario, mantener la memoria de las instituciones y personas relacionadas con el desarrollo de la educación, apoyar la investigación sobre el pasado de nuestra educación y promover foros de debate interdisciplinares, reuniones científicas, exposiciones y congresos sobre la educación en las islas.
Nos cuenta la profesora Vega que, para conseguir los muebles y objetos que iban a constituir el museo, iniciaron desde el principio una búsqueda sistemática por todas las instituciones escolares de la isla y fuera de ella, de aquellos materiales antiguos que los centros todavía conservaban. Trabajo difícil, pues no era raro llegar a un colegio y que les dijeran que todo el material que se consideraba obsoleto había sido tirado hacía poco tiempo.
Aunque el proyecto inicial del museo contaba con poder utilizar un espacio de unos 120 metros cuadrados divididos en distintos espacios como sala de exposiciones, seminario de trabajo e investigación y almacén, apenas cuenta en la actualidad con una sala única de unos sesenta metros cuadrados a todas luces insuficiente y cuya existencia depende del previsto traslado del rectorado al edificio del campus central, donde se encuentra en la actualidad el museo. Debemos hacer constar que para el funcionamiento del museo solo se cuenta con una pequeña subvención del Vicerrectorado de Extensión Universitaria, por lo que sería deseable que las autoridades regionales, insulares o municipales se preocuparan por apoyar esta interesante iniciativa, pues en la actualidad sigue funcionando gracias al trabajo voluntario de un grupo de profesores y de alumnos becarios. Estos últimos se encargan del cuidado y la vigilancia del local en las horas en que se abre al público y de coordinar las cada vez más frecuentes visitas de escolares, todo ello como parte de sus actividades prácticas convalidables por créditos de libre elección.
Otra interesante actividad del museo es su presencia en la red a través de una página web que quiere convertirse en un espacio museístico virtual, así como la creación de un perfil en Facebook.
No queremos terminar sin hacer un doble llamamiento. Por una parte a las autoridades competentes para que apoyen esta labor que sobrevive -como ocurre tantas veces en educación- gracias al voluntarismo de los profesores y a la entusiasta colaboración del alumnado. Por otra, a los particulares, sobre todo relacionados con la tarea educativa, que posean algún tipo de material suceptible de ser dado a conocer. No duden en ponerse en contacto con los responsables de esta importante iniciativa.
Nuestra memoria histórica lo agradecerá.