por Álvaro Santana Acuña
Hace ya algún tiempo, en una entrevista que le hice para loquepasaentenerife.com, lo presenté diciendo que “Una crítica voz trata de poner desde hace algún tiempo un poco de lucidez en el confuso panorama de la conservación del patrimonio histórico y cultural de La Laguna insistiendo sobre todo en la defensa de su patrimonio más humilde: las casas terreras”. Hoy en nuestra sección de Artistas invitados tengo el honor de publicar un artículo del joven historiador y sociólogo de la Universidad de Harvard, el lagunero Alvaro Santana Acuña a quien pueden seguir en su blog Observatorio del patrimonio.
Imagínese que, mañana por la mañana, usted se levanta y frente al espejo se descubre una pequeña mancha roja en el cuello. Una semana después la mancha no ha desaparecido y decide acudir al centro médico. El doctor le dice que no se preocupe. Aunque él sólo se limita a examinarle la piel y recetarle una pomada. Un par de días más tarde, la mancha desaparece. Pero debajo de la piel usted siente un bulto. Espera otra semana. El bulto crece y usted vuelve al doctor, quien le dice: “No es nada. Usted siga poniéndose la pomada”. Y como no tiene ninguna mancha en el cuello, a los cinco minutos, el doctor le manda para casa.
Transcurren dos meses y aún sigue untándose la pomada en el cuello. La mancha no ha reaparecido. Pero el bulto sigue creciendo. Al cabo de medio año, a usted se le informa que el bulto es en realidad un agresivo cáncer de cuello. El oncólogo le confiesa que, con suerte, le queda un año de vida y que su cáncer podría haberse parado a tiempo. ¿Qué pensaría usted del doctor que le recetó la pomada quitamanchas?
El ayuntamiento de La Laguna receta la misma pomada quitamanchas a los edificios del centro histórico de la ciudad. Su oficina de gestión del centro histórico, encabezada por la señora Cerrillos, actúa como un médico negligente: sólo le importa que la piel de su paciente no tenga manchas, es decir, que las fachadas de las casas, los jardines de las plazas y las calles adoquinadas estén bonitas e inmaculadas.
En realidad, como denuncio desde 1999 , a dicha oficina le importa muy poco, pero realmente muy poco, que un cáncer esté creciendo en el centro histórico. Si un ciudadano acude a la oficina de gestión para quejarse de un problema en su casa histórica, allí mismo le recetarán la pomada quitamanchas y le mandarán para su casa; como me sucedió en junio de 2008.
Antes de explicarles lo sucedido en 2008, mencionaré un caso más reciente, de junio de 2011. El artista Gervasio Arturo Cabrera pintó un mural en la puerta del garaje de la sala de arte Conca, situada en el número 21 de la plaza de la Concepción, o sea, en pleno centro histórico. La oficina de gestión denunció el mural como una infracción “grave” del plan especial de protección del centro histórico. Por tanto, el ayuntamiento ha abierto expediente al dueño de la Sala Conca.
Mi objetivo no es valorar la calidad artística del mural, sino demostrar que para la oficina de gestión del centro histórico el mural es una “mancha” sobre la que debe aplicarse la pomada quitamanchas. Lo que ocurre debajo de la mancha no le interesa; como me demostró en junio de 2008. En ese entonces, la oficina de gestión legalizó un verdadero atentado patrimonial: la intervención gravísima sobre los restos supervivientes de un callejón del siglo XVI. Para mayor vergüenza de la oficina de gestión, la entrada del callejón se encuentra a menos de treinta metros del mural de la Sala Conca, es decir, al otro lado de la plaza de la Concepción entre los números 3 y 4.
En un artículo publicado en junio de 2008 alerté del peligro de perder los restos del callejón del siglo XVI. Además expliqué su gran importancia histórica y elaboré una detallada propuesta para su recuperación. Pero nunca he contado lo más triste de aquellos días de junio: cómo me trataron en la oficina de gestión.
El lunes 16 de junio de 2008 me personé en dicha oficina para advertirles de que las obras de restauración del inmueble número 4 de la plaza de la Concepción ponían en riesgo los restos del callejón. Mi sorpresa fue mayúscula cuando la empleada (prefiero omitir su nombre y apellidos), la cual llevaba trabajando más de quince años, me miró incrédula y admitió que en la oficina desconocían la existencia de los restos.
Solicité una cita con la señora Cerrillos. La empleada me informó que sería imposible porque estaba de viaje. Así que me invitó a presentar un escrito. Al día siguiente, 17 de junio, le entregué en mano a dicha empleada una carta, material fotográfico antiguo y actual y también varias reproducciones de planos del centro histórico entre los siglos XVI y XIX. El dossier estaba dirigido a la señora Cerrillos y detallaba la enorme importancia histórica de los restos del callejón y cómo rescatarlos. Aún hoy, más de tres años después, no he recibido la respuesta oficial de la oficina.
Pero, el verano de 2008, la oficina sí permitió la continuación de las obras en el callejón y en el inmueble contiguo. Autorizó al dueño a agujerear el muro y colocar una puerta, detrás de la cual construyó una escalera que hoy, en 2011, ocupa el espacio de los restos del callejón del siglo XVI.
Lo realmente “grave” es que al tratarse de restos de un callejón que aparece perfectamente trazado en el plano de Torriani de 1588 (a la derecha de la letra T), la actuación negligente y delictuosa de la oficina violó claramente uno de los principios fundamentales de la declaración del centro histórico como Bien Cultural-Patrimonio de la Humanidad. Ese principio es el trazado urbano de la ciudad antigua que tiende a buscar la regularidad de las manzanas urbanizadas. Otra violación de comparable gravedad sucedió el año pasado, cuando la oficina “autorizó” la demolición del muro del callejón de Maquila y la alteración de su anchura. El de Maquila es también otro callejón del siglo XVI.
Sin embargo, según la oficina, el mural de la Sala Conca es el verdadero mal del centro histórico. (Como en su momento lo fue la escultura con forma de lata de sardinas emplazada en la calle Herradores para conmemorar el centenario de Oscar Domínguez.) Por desgracia, la Sala Conca es una de las pocas galerías de arte que existen en un centro histórico cada vez más controlado por franquicias y centros comerciales. El dueño de la Sala Conca no ha dañado el patrimonio histórico. El mural es una intervención reversible y temporal. Pero, las violaciones que la oficina hace de los principios de la declaración de la UNESCO son en algunos casos irreversibles; como la destrucción de más de diez casas terreras desde 2009.
La recuperación de los restos del callejón del siglo XVI, situados a treinta metros de la “mancha” mural, es posible. Así se lo expliqué el pasado febrero en una conferencia pública a la concejala de patrimonio. (Aún aguardo su respuesta oficial.)
La Laguna no puede permitirse otros cuatro años de pomada quitamanchas. La gestión de un centro histórico de más de quinientos años y patrimonio de toda la humanidad no puede recaer en manos de una sola persona, cuya gestión sigue atentando contra los principios de la declaración de Bien Cultural-Patrimonio de la Humanidad.
Como he venido defendiendo, el centro histórico lagunero necesita urgentemente la creación de un organismo autónomo y no monopolizado por el ayuntamiento que gestione el patrimonio de manera real y en beneficio de la ciudadanía.