por Daniel García Pulido
Introducción
Los relatos históricos no siguen
siempre los esquemas lineales que, a la vista simple de los hechos y por
sencilla lógica, nos hubiese gustado que sucedieran. Ese discurso siempre bienintencionado
sucumbe a poco que se analicen las referencias en cuestión y cualquier explicación
vinculada a esos inocentes preceptos del pasado, por diáfanos que parezcan, se
desvanece. En la propia Gesta del 25 de Julio todas aquellas aseveraciones que
sigan teniendo en cuenta aspectos como la suma de los cañones o de los soldados
de ambos bandos en una contienda; o la presencia de este o de aquel personaje
en un determinado enclave, por muy prestigioso que sea su historial, para
justificar un hecho o sacar una conclusión definitiva de algún aspecto de ese
episodio histórico, están destinadas a ofrecer una visión sesgada, casi
diríamos idílica, del objeto de estudio.
Este alegato introductorio
cobra especial significado cuando la difusión del relato histórico creado
afecta a la memoria exacta de unos hechos, de unos personajes, de una
efemérides en suma, provocando contrasentidos en el discurso del pasado, incompatibilidad
de registros en el manejo de las fuentes documentales e incluso celebración de
homenajes que no se ajustan a la realidad acontecida.
Cuando aquella mujer
“agreste” de San Andrés, aún hoy anónima, despertó a la guarnición de Paso Alto
en la madrugada del 22 de julio de 1797 para que esta diese la alerta y se
disparasen los primeros cañonazos que avisaron a la guarnición de Santa Cruz de
Tenerife a fin de que acudiese a sus puestos, parecía haber quedado claro y
documentado el orden de prelación en este preciso episodio. Últimamente se nos viene
ofreciendo una versión distinta, que otorga al atalayero Domingo Izquierdo ese
aviso, y aún en días anteriores al inicio del asalto, lo que desvirtúa la rigurosa
narrativa documental y añade un componente de confusión que es necesario
analizar y desmontar.
La
diferencia entre ver el enemigo y dar la alarma
El principal obstáculo subyace
en la distinción, absolutamente trascendental, de separar, por un lado, el
hecho de quién fue el primero en divisar la escuadra británica frente a las
costas de Tenerife y por otro lado, en otro ámbito distinto, quién dio la
alarma en la propia localidad de Santa Cruz de Tenerife. En este sentido ya el
coronel Francisco Lanuza Cano fue taxativo en su magna obra editada en 1955:
El
primero que vio a la escuadra inglesa el día 22 de julio fue el vigía de Anaga,
llamado Domingo Izquierdo, quien siguiendo las instrucciones que el general
Gutiérrez tenía dadas, a la una y media redactó un parte que llegó a manos del
comandante general a las siete y media, escasas, de la mañana.[i]
Es patente que la primera
cuestión está resuelta y que Domingo Izquierdo fue el atalayero que contempló
el paso de los navíos por las costas de Anaga, pero en la propia nota Lanuza
Cano nos ofrece indirectamente la respuesta al segundo interrogante al citar la
hora en la que el vigía redactó el oficio de aviso y cuándo llegó ese mensaje a
manos del comandante general. Leamos el parte original a que alude Lanuza en su
obra:
S.E.
me manda diga a Vm. queda enterado de su parte dado a la 1 ½ que se acaba de
recibir a las 7 ½ escasas y encarga a Vm. continúe con la mayor vigilancia,
dando parte por escrito con claridad cuando ocurra novedad de alguna atención y
que al anochecer le despache Vm. una exacta relación de cuanto haya ocurrido y
observado durante el día con expresión de las embarcaciones que quedaron a la
vista y sus rumbos, no omitiendo hacer las señales establecidas y participando
también todas las noticias que pueda Vm. adquirir de las atalayas de la parte
del norte. Dios guarde a Vm. muchos años. Santa Cruz, 22 de julio de 1797. Juan
Creagh.[ii]
En las fuentes documentales
que existen sobre la Gesta existe unanimidad en cuanto a que la alarma que se
dio en Santa Cruz de Tenerife ocurrió al amanecer, cuando despuntaban las
primeras luces del día, entre las cinco y seis de la mañana,[iii]
y nunca tan tarde como a las siete y media, hora en que se atestigua que llegó
el parte de Domingo Izquierdo a manos de Gutiérrez. A la vista de los registros
documentales que tenemos parece obvio que el aviso dictado por el atalayero
sobre el paso de embarcaciones hacia la rada santacrucera llegó tarde, podría
hablarse de “papel mojado”, cuando ya los británicos se retiraban en sus
columnas de barcas tras su fallido primer intento de desembarco hacia Valleseco
y Paso Alto.
Ahondando más en este
asunto, la diferencia horaria entre la redacción del parte de aviso dictado por
Domingo Izquierdo, a la una y media de la madrugada, y la llegada de ese
importante mensaje a Santa Cruz de Tenerife seis horas más tarde tiene su
explicación cuando certifiquemos que el atalayero estaba apostado en la atalaya
de Igueste de San Andrés y que esas seis horas fueron las que tardó el
mensajero en recorrer la distancia entre ambos puntos (bien vía interna, a
través de La Laguna, o por la costa, aprovechando la bajamar como hiciera
aquella “agreste” vendedora) para llevar el parte escrito a manos del
comandante general en el puerto santacrucero.
Uno de los
hechos que más nos llamaba la atención en este apartado era la temprana
referencia de la 1,30 de la madrugada ofrecida por Domingo Izquierdo para
divisar el paso de las embarcaciones británicas pero todo se amortigua, se
explica por sí solo casi, cuando leemos en el diario del capitán inglés Thomas
Moutray Waller que “a las 11 [de la
noche] doblamos la punta NE de la isla”[iv] (siempre
con las diferencias horarias entendibles de un lado y otro). Solo así puede
comprenderse que el atalayero pudiese visualizar desde su puesto en las
estribaciones de Anaga el aparejo y velamen desplegado de dichas fragatas
pasando a una distancia no muy alejada de la costa.
Reiteramos que no hay
mención para esta madrugada del día 22 de julio a ninguna hoguera ni a avisos
con faroles en ninguna de las crónicas pese a lo vistoso y lógico de esas
medidas,[v] y
asimismo deben desecharse los relatos actuales que hablan de mensajes de alarma
por esta vigía avisando de la presencia de la escuadra inglesa en días
anteriores (como el día 19 de julio) porque esas afirmaciones van en contra de
la veracidad histórica. A falta de otros referentes documentales queda
atestiguado, por tanto, que la alarma fue dada por aquella anónima mujer de San
Andrés, quien en su trasiego hacia el puerto divisó la enorme cantidad de
lanchones que se aproximaban a tierra, apresurándose para alertar a los
centinelas de Paso Alto.
El
atalayero Domingo Izquierdo en Igueste de San Andrés
Siguiendo la verificación del
discurso expositivo nuestro siguiente paso se centra, en primer lugar, en corroborar
dónde estaba apostado el atalayero Domingo Izquierdo. Las referencias iniciales
vienen reseñadas por el alcalde real Domingo Vicente Marrero en su relación
sobre los hechos de aquella Gesta:
No
habiendo puesto al propósito en este pueblo para reconocer nuestro horizonte
por la parte del norte, por lo cual se entraban los enemigos sin ser vistos
sino cuando ya los teníamos encima y no daban tiempo a preparar las cosas como
era preciso, teniendo a la misma parte del norte una montaña llamada (en blanco) que domina todo el horizonte
del sur y norte, dispuso S.E. el poner en ella una vigía, para lo cual se
destinó al piloto Domingo Palmas, pagándole 20 pesos mensuales y dándole todas
las tierras que quisiese cultivar en aquella inmediación, fabricando una corta
casita y fijando dos palos donde con las banderas del plan que se le dio avisa
de los buques que recalan por el norte o por el sur, distinguiendo el número y
si son mercantes o de guerra, y como la citada montaña queda muy retirada de
esta plaza y muy elevada, por lo que [en] muchas ocasiones solo con el anteojo
se divisan las señales, se determinó que por los vecinos de San Andrés se
hiciese todos los días la atalaya encima de su risco, donde se fijó un palo
para que el atalayero, luego que viese la señal de la vigía, subiese la bandera
blanca para llamar la atención a la plaza viesen cuántos son los buques que
hace la dicha vigía.[vi]
En primer lugar debemos
identificar a ese Domingo Palmas con nuestro Domingo Izquierdo. El apodo “Palma”
o “Palmas” era un apelativo familiar que ya aparece consignado entre los
testigos del casamiento de sus padres -Domingo Martín Palma-, y esa costumbre de
la utilización de motes no debemos olvidar que era y es muy usual.
Entramos ahora en uno de los
aspectos más controvertidos hasta la fecha, que no es otro que conocer el
emplazamiento y presencia de nuestro personaje en una determinada atalaya de la
comarca de Anaga -cuyo nombre deja en blanco, por desconocimiento, el reseñado alcalde
Marrero-. Acerca de la vigilancia costera por el sistema de atalayas en
Tenerife durante el Antiguo Régimen, cuyo estudio exhaustivo sigue sin llevarse
a efecto, solo se conocen aspectos puntuales en base a la documentación que se
custodia en los archivos insulares. Con la declaración de la guerra entre
España e Inglaterra, que se publicó en las Islas a comienzos de octubre de
1796, el comandante general Gutiérrez dictó que “rápidamente [se] organicen
vigías en los puntos más dominantes de todas las islas”,[vii] siguiendo
para ello los preceptos fijados “en el plan general de 3 de julio de 1793”.[viii] Para
la comarca de Anaga, que es la que nos interesa ahora, se registran tres entornos
o enclaves atalayeros activos en 1797:
[1] La montaña de Tafada, en el costado noreste del macizo de Anaga,
próxima a la localidad de Chamorga. Esta atalaya, vinculada siempre a vigías
residentes en el pago de Las Palmas de Anaga –como fue el caso de Francisco
Oliva y José Perera (1780),[ix] Diego
Marrero, o de Francisco Rivero, José de Sosa y Francisco Perera (1788)-, [x] estaba
activa en 1797 y prueba de ello la tenemos en el escrito de reclamación
presentado por el atalayero Mateo de Sosa, que solicitaba el cobro, en octubre
de aquel mismo año, de su trabajo de vigilancia en aquel emplazamiento hasta la
fecha.[xi] A
fuerza de ser sinceros, hemos de dejar constancia de cómo, en un primer
momento, pensamos que Domingo Izquierdo estuvo apostado en esta citada atalaya
de la montaña de Tafada, movidos particularmente por la existencia en dicho
lugar de unos muros y restos de viviendas de una planta que nos recordaban a
esa “casita” mandada a construir por Gutiérrez para el atalayero, pero por un
lado, la certificación de que esas pequeñas casas ya vienen señaladas en los
papeles de la familia Ossuna como depósitos fabricados desde antiguo en aquella
comarca para almacén de granos,[xii] así
como por saber nosotros después que el vigía Mateo de Sosa ocupaba aquella
vigía, todo ello nos reconvino de nuestras primeras impresiones.
[2] La “Atalaya de Anaga”, también conocida como de “Punta de Anaga”,
ubicada en La Robada (Igueste de San Andrés), que en algunos documentos se
identifica, por su cercanía, como el Roque de Antequera. A pesar de que el
nombre utilizado para referirse a esta vigía nos puede llevar a confusión y
hacernos pensar en las localidades de Roque Bermejo y Punta Anaga actuales, su
ubicación exacta descansa, por un lado, en los mapas efectuados en 1771 por
Ruiz Zermeño o en 1779 por Tomás López, que ubican certeramente esta atalaya
sobre “el roquete de Anaga” (hoy Roquete, emplazado bajo el risco donde se alza
el Semáforo);[xiii]
y por otro lado, y no menos importante, en las explicaciones ofrecidas por el
alcalde Domingo Vicente Marrero, quien nos apuntaba en su extracto inicial que
San Andrés iba a repetir las señales de esta atalaya porque “queda muy retirada
de esta plaza y muy elevada, por lo que [en] muchas ocasiones solo con el
anteojo se divisan las señales”. Estas palabras de Marrero desechan cualquier
otra posibilidad de ubicación de esta atalaya de “Punta de Anaga” en otro punto
más alejado o incluso en Tafada, sencillamente porque la zona del Roquete, en
Igueste, junto con la aledaña playa y Roque de Antequera son los últimos
repechos del macizo anaguense que pueden divisarse desde el puerto santacrucero.
Ya la documentación de mediados del siglo XIX continuaría refiriéndose a esta
“casa del vigía de Anaga” en su ubicación de Igueste, con variados ejemplos
como cuando se ocuparon las autoridades militares en la “reparación de la
bandera de la casa del vigía de Anaga”, en septiembre de 1849.[xiv]
Es curioso que ya el nombre
de Antequera se usara expresamente para referirse a esa atalaya en una carta
del comandante general Miguel López Fernández de Heredia dirigida al Cabildo de
la isla el 5 de diciembre de 1770, misiva en la cual le otorga mucho valor a la
calidad de los avisos remitidos a la plaza desde este enclave y recomienda “que
en aquel paraje se hiciese una caseta cuanto fuese bastante al fin de ponerlos
a cubierto [a los vigías]”.[xv] Como
prueba complementaria podríamos añadir que en el año 1788 estaban destinados allí,
por turnos, Salvador García, Luis Rodríguez, José Matías y Juan Rodríguez,[xvi] quienes
junto a Matías Álvarez o Nicolás Albertos, entre otros, eran vecinos de Igueste
de San Andrés y vigías de la cercana “Atalaya de Anaga”.
[3] San Andrés. Estamos obligados a incluir
esta tercera atalaya, aunque no fuese tal, ya que su actividad está
certificada, entre otras fuentes documentales, por el propio alcalde Marrero
cuando menciona que este enclave atalayero de San Andrés tenía la capacidad de
“repetición” de las señales de la otra vigía, mucho más alejada de Santa Cruz
de Tenerife.
Revisando, por tanto, estos
tres emplazamientos de vigilancia, es la propia documentación que se custodia
en el Archivo Municipal de La Laguna y en el Archivo Militar Intermedio de
Canarias la que nos avala que la atalaya donde estuvo Domingo Izquierdo era la
conocida como “Punta de Anaga”. Es tremendamente revelador el testimonio
escrito del propio personaje, firmado en “Anaga” el 17 de junio de 1799 y
dirigido a sus jefes en Santa Cruz de Tenerife:
El piloto encargado en la descubierta de
embarcaciones en la vigía de Anaga da parte al Excmo. Sr comandante general
como se halla en este desierto sin tener alimentos y por causa de que el
mayordomo de propios del Muy Ilustre Ayuntamiento de esta isla no ha querido
pagar el sueldo que tiene devengado del mes de mayo [...][xvii].
Las circunstancias de su
presencia en la atalaya de Igueste vienen reiteradas en sendos oficios al comandante
general José Perlasca, con fechas 6 y 21 de noviembre de 1799, siendo el
primero de estos de un interés especial al incluir una “relación que me ha
pasado el vigía de la atalaya de Anaga Domingo Izquierdo de los efectos que
necesita para el uso de las funciones a que está constituido. [...]”.[xviii] El
listado es el que sigue:
60 brazas de
liña para drizas.
50 brazas de
cabo para viradores.
10 libras de
sebo.
Dos docenas
de velas para el farol de las novedades de la noche.
Dos motones
para los viradores engasados y su gancho.
Tres botijas
[de] alquitrán.
La
construcción de una casa
En nuestro cometido por
aseverar al máximo la realidad histórica de este atalayero y sus
circunstancias, regresando de nuevo al extracto del alcalde Marrero donde nos
contaba que a Domingo Izquierdo se le dieron tierras en aquel enclave,
“fabricando una corta casita”, podemos afirmar que nuestras pesquisas han dado
fruto. Hemos tenido la fortuna de localizar no solo las cuentas de fábrica de
ese pequeño inmueble, que pasamos a transcribir por su indudable interés, sino
quién financiaría ese proyecto. El documento titulado “Cálculo prudencial del
coste que puede tener la casa que se proyecta para la atalaya de Naga [sic por Anaga] por disposición del
Excmo. Sr. Comandante General”, firmado por el ingeniero Ramón de la Rocha el
12 de febrero de 1797, nos especifica los detalles constructivos de aquella
“casita” entregada a Domingo Izquierdo:[xix]
Excavaciones.
51 varas
cúbicas de excavación para cimientos a tres reales vellón, 153 reales vellón.
Albañilería.
79 varas
cúbicas, un pie y seis pulgadas de mampostería de piedra y barro, a 20 reales
vellón son 1.590 reales de vellón.
75 esquinas
a 2 reales vellón, 130 reales.
2.500 tejas
a 12 pesos [el] millar puestos en obra son 450 reales.
40 fanegas
de cal a 4 reales de plata son 300 reales.
Carpintería
21 gibrones
a 4 reales plata son 157 reales, 17 mrs.
2 docenas de
tijeras a 40 reales vellón puestas en obra importan 80 reales.
5 dichas de
aforro a id. 200 reales.
18 tablas de
sollar para puertas, ventanas, etc. a 3 pesos [la] docena, son 67 reales, 17
mrs.
24 vidrios
para las ventanas, a reales plata, puestos en obra, 45 reales.
24 jornales
de carpintero, a 5 reales plata, 225 reales.
Clavazón y
herraje, 120 reales.
Herramientas
y demás útiles, 300 reales.
Lanchas para
conducir los materiales, 200 reales.
Suma total,
4.018 reales.
Por un lado, llama la
atención la temprana fecha de construcción de esta pequeña vivienda, a mediados
de febrero de 1797, lo que no hace más que corroborar las dotes previsoras y
los esfuerzos de estrategia defensiva desplegados por el comandante general
Antonio Gutiérrez. Otra característica que nos ayuda muchísimo en la
identificación de este pequeño inmueble con la atalaya de Igueste de San Andrés
es que, si bien no se corresponde obviamente con la edificación de sillería,
con bóveda de cañón y contrafuertes que se puede contemplar hoy en aquel paraje
de La Robada, ya que estas cuentas delatan una vivienda con tejas, techo de
vigas de madera y ventanas con cristales, sorprende muchísimo que la superficie
tanto de este proyecto constructivo de vivienda como el inmueble que sigue en
pie sean muy parecidos (aprox. 36/40 metros cuadrados). Es muy posible, por
tanto, que se reformase aquella primera “casita”, de tejas y sencilla fábrica
en un inicio, en el pequeño reducto que hoy se contempla. En este sentido
podría entenderse, por ejemplo, que tanto el 5 de noviembre de 1797 como el 10
de marzo de 1799 se pidiesen reparos para la casita de “la vigía de la Punta de
Anaga”, quejas que se repiten a Carlos Luján en 30 de octubre de 1809, a Ramón
Carvajal el 8 de agosto de 1810 cuando ya se habían “rendido” las vigas del
techo; y por último, a Rodríguez de la Buria el 26 de julio de 1813.
El establecimiento efectivo de esta vigía pronto comenzó a dar sus primeros frutos, y así hemos podido encontrar cómo el 21 de abril de 1797 “según el parte que ha dado la vigía de Anaga se hallan a la vista algunas embarcaciones bastantemente sospechosas” o cómo el 12 de mayo de aquel mismo año “las distintas señales que ha hecho hoy el vigía de Anaga indican avistarse diez embarcaciones, [de ellas] cinco de guerra”.[xx] Respecto a la financiación de este proyecto de “casita” y su atalayero asociado sabemos que fue Su Majestad Carlos IV quien asumió al año siguiente los costes del mismo, dejando al Cabildo el salario del vigía. El documento en cuestión dice:
Habiendo
hecho presente al Rey lo que ha expuesto el comandante general de Canarias
[...] sobre el pago de la atalaya y sueldo del atalayero del puesto de Anaga,
se ha servido S.M. resolver que el coste de la casita se pague de su Real
Erario, y el sueldo del atalayero del fondo de propios, y para que tenga cumplimiento
comunico con esta fecha las órdenes correspondientes a Tesorería General y al
Consejo de Castilla, y lo aviso a V.E. para su noticia[...]. Madrid, 2 de enero
de 1798. Álvarez. Señores de la Real Junta de Fortificaciones de Canarias.
La
metodología de señales
Tal y como apuntamos
inicialmente, y a tenor siempre de la documentación y crónicas que nos han
llegado, la comunicación entre las atalayas, y entre estas y Santa Cruz de
Tenerife solo era efectiva a la luz del día y mediante el uso de un sistema
estandarizado de señales.[xxi] De
hecho, la presencia de la figura de un “sobreguarda” en 1788, Francisco de
Sosa, nos induce a pensar en esa persona como encargada de esta “conectividad”
y enlace entre las atalayas, aunque sin detallarse su rol. Aunque suene factible la utilización de
faroles nocturnos y hogueras no hemos encontrado rastro de su uso en 1797 sino
más bien todo lo contrario: la espera a la llegada de la luz diurna para
efectuar las señales con velamen y banderas, o el envío de escritos
pormenorizados sobre la situación. De los primeros tenemos noticia cuando las
crónicas nos hablan para el día 24 de julio cómo la atalaya anunciaba la
presencia de varios navíos por el norte y otros tantos por el sur, y solo se
unía al resto de la escuadra el “Leander”.[xxii] Del
segundo de los medios comentados, los partes escritos, podría afirmarse que era
el método principal de aviso y prueba de ello lo tenemos no solo en cómo
Domingo Izquierdo escribe su comunicado en la madrugada del 22 de julio a Gutiérrez,
en lugar de proceder a la señalética entre atalayas, sino en la existencia de
un comandante de la guardia en el castillo de San Cristóbal, Andrés Agustín de
Torres Perdomo, que redacta por escrito sus notificaciones de vigía de la
escuadra en el horizonte del puerto al propio general.[xxiii] No
basta ir muy lejos para saber que el propio Izquierdo recibió órdenes de
Gutiérrez de “dar parte por escrito” en la minuta antes señalada. En este
sentido apuntan también hechos como la orden que se hubo de dar en la mañana
del 25 de julio de 1797 al castillo de San Andrés para que cesase su fuego
artillero sobre la flota inglesa una vez firmada la capitulación (hecho que
obviamente se desconocía en aquella localidad). En lugar de la lógica señal
entre vigías a través de los códigos de aviso se envió a caballo a Diego de
Guezala para que llevase esa orden a San Andrés.
¿Quién
fue Domingo Izquierdo?
Domingo Izquierdo García era
natural de la propia localidad de Santa Cruz de Tenerife, donde nació el 4 de
agosto de 1759, recibiendo las aguas bautismales en la iglesia parroquial
–entonces única- de Nuestra Señora de la Concepción al día siguiente. Sus
padres fueron el carpintero Antonio Francisco Izquierdo Rodríguez –nacido en La
Laguna- y María Magdalena de la Cruz Simón -natural de Santa Cruz de Tenerife-,
que habían contraído matrimonio en aquella misma iglesia el 4 de octubre de
1756.
Como relatamos anteriormente, Domingo Izquierdo no era atalayero de profesión sino piloto naval, para cuya formación debió pasar a tierras peninsulares. Contrajo esponsales con la santacrucera Isabel Rodríguez Rodríguez -nacida en 1764 e hija, a su vez, de José Rodríguez y de Francisca Rodríguez, asimismo naturales de este puerto-, que falleció en esta ciudad el 13 de enero de 1804.[xxiv] En el padrón de feligreses de 1797 figuraba la pareja residiendo en la calle San Felipe Nery, del barrio del Toscal, justo al lado de las viviendas de sus padres y de sus hermanas Tomasa -entonces ya viuda y con cinco hijos- y María Atanasia, desposada con Antonio José Pérez Alemán –de oficio “navegante”-.[xxv]
Por ahora no hemos podido conocer
la fecha de defunción de Domingo Izquierdo, que debió acaecer entre finales del
año 1799 y 1804, año este en el que moriría su esposa viuda en Santa Cruz de
Tenerife. Un primer rastreo de los registros parroquiales de entierro tanto de
esta localidad como de La Laguna y Taganana no nos ha permitido dar con su
partida lo que nos hace suponer que su fallecimiento pudo haberse dado fuera de
la isla, existiendo eso sí la posibilidad de que muriese en la población
costera de San Andrés, cuyos libros sufragáneos son de imposible consulta por
deterioro irreversible.
Conclusión
Domingo
Izquierdo fue uno de los desconocidos pilotos, como Nicolás Franco, Nicolás de
Herrera, José García o Diego Costa, que separados de sus oficios marítimos,
quisieron colaborar en las tareas defensivas. Si bien estos últimos cuatro
destacaron por implementar el uso de cañones de campaña (los célebres
“violentos” de entonces), para lo cual fueron adiestrados por los oficiales de
artillería, Domingo Izquierdo fue requerido para ofrecer sus servicios como
experto conocedor de embarcaciones para la avanzadilla vigía en las
estribaciones de Anaga. Su mensaje en las primeras horas de la madrugada,
debido a la lejanía del enclave y la lentitud del procedimiento de aviso, no
sirvió al efecto de alertar las tropas en Santa Cruz de Tenerife pero sí nos
reafirma, no obstante, la preocupación por parte del general Antonio Gutiérrez
en la búsqueda de un sistema de vigilancia efectivo, colocando un especialista
en un punto clave de la estrategia defensiva insular. Queda mucho por dilucidar
en este episodio, por revisar y analizar con otras miradas, otras técnicas y
procesos, todo en ese eterno regreso al pasado que nos permita conocer mucho
mejor nuestro patrimonio presente y futuro. Ya Serra Ràfols lo adelantaba en
1952: “Es probable que en un principio se exagerase la
importancia de lo individual, de lo personal, en el devenir histórico, porque
la Historia fue equivalente a la vida de los héroes”. Toca el turno de revisar
el contexto, las razones, los espacios, para obtener una lectura más verídica y
sincera de un episodio relevante de nuestro pasado e idiosincrasia.
[i] Lanuza Cano, F. [1955]. Ataque y derrota de Horacio Nelson en Santa
Cruz de Tenerife. Madrid. p. 135.
[ii] Lanuza Cano.
op. cit., p. 417. doc. LXXII. Existe
copia mecanografiada de este documento en el Archivo Militar Intermedio de
Canarias (en adelante, AMIC), sin haber noticias sobre el original.
[iii] El alcalde
real Domingo Vicente Marrero o Francisco Tolosa apuntan más concretamente a “las
cuatro de la mañana”, aunque deberíamos aplicar la diferencia horaria entre
aquel entonces y nuestro ahora. (Véase Fuentes
documentales del 25 de Julio de 1797).
[iv] Addenda a la fuentes documentales del 25 de
julio de 1797. Santa Cruz de Tenerife, 2008. p. 148.
[v] En este
sentido debe constatarse que en el mapa del comandante de ingenieros José Ruiz
Zermeño se señalaba, para 1771, que “en el monte de Igueste, donde el atalayero
señala con fuegos las embarcaciones que se avistan”. Ojalá apareciera prueba
del uso de este tipo de señales en 1797 pero no se ha dado aún el caso.
[vi] Marrero, Fuentes documentales del 25 de Julio de 1797. Es interesante la
diferenciación que hace el autor entre vigía y atalaya, terminología que bien
merece un estudio exhaustivo en otro lugar.
[vii] Lanuza Cano, op. cit. p. 79.
[viii] Véanse las cartas
inéditas de Antonio Gutiérrez al conde de Sietefuentes [31 de enero de 1797], o
al coronel Antonio de Franchi [12 de mayo de 1797], ambas en AMIC.
[ix] Archivo
Municipal de La Laguna (en adelante, AMLL), sec.1ª, sign. A-XV.21. La
documentación de atalayas de este Archivo ya ha sido dada a conocer por José
Manuel Hernández Hernández en el
correspondiente apartado de su artículo “Antiguo Régimen. Siglos XVI, XVII y
XVIII”, en Historia general de la comarca
de Anaga. (Coord., Ulises Martín Hernández) Santa Cruz de Tenerife:
Ediciones Idea, 2006. pp. 194-200.
[x] AMLL, sec.1ª, sign. A-XV.22.
[xi] AMLL: sec.1ª, A-XV-26.
[xii] Hernández Hernández, J.M. Cartas de medianeros de Tenerife
(1769-1893). Academia Canaria de la Lengua, 2003. La medición del área de
esas construcciones de Tafada arroja una superficie de aprox. 91 metros
cuadrados, lejos de los 36 que parece haber tenido la “casita” propuesta, como
veremos posteriormente.
[xiii] Aarón Rodríguez: “Los ojos de la isla”
–Microhistorias de Tenerife-, en www.atlanticohoy.com. Quiero expresar mi agradecimiento al autor por el recorte del mapa de Tenerife de Tomás López en el que aparecen los topónimos de las atalayas.
[xiv] AMIC, caja
3.466 sign 35. Otro documento cita asimismo a otro atalayero vecino de Igueste,
Andrés Perdomo (marzo de 1856).
[xv] AMLL, sec.1ª, sign. A-XV.20.
[xvi] AMLL, sec.1ª, sign. A-XV.22.
[xvii] AMLL, sec.1ª, A-XV,28. Citado en Hernández Hernández (2006), art. cit., p. 199.
[xviii] AMLL, sec.1ª, A-XV,29. Citado en Hernández Hernández (2006), art. cit., p. 196.
[xix] AMIC, caja
3.502 exp. 43.
[xx] Ambos
comunicados fueron remitidos por Antonio Gutiérrez al conde de Sietefuentes.
AMIC.
[xxi] Plan de
señales para la atalaya de La Isleta, Las Palmas de Gran Canaria (año 1805). AMIC.
[xxii] En la
relación de Marrero especifica en este sentido que “a las 9½ hizo la vigía seña
de un buque de guerra y a las diez se avistó un navío de 50 que luego se unió
con los otros”. Esa escasa media hora entre el aviso y la contemplación de la
embarcación desde Santa Cruz de Tenerife solo se explica si el alcalde se
refiere a señales hechas desde un cercano punto de atalaya.
[xxiii] Lanuza Cano. Doc. CXXI, p. 517. Hay
incontables ejemplos de partes escritos, como es el caso del que dice “la vigía
de Tacoronte me da parte de avistarse en aquel mar dos embarcaciones corriendo
hacia la punta de Anaga” (aviso del conde de Sietefuentes a Gutiérrez, de 3 de
junio de 1797, AMIC).
[xxiv] Archivo
Histórico Diocesano de Tenerife. Iglesia de San Francisco. Santa Cruz de
Tenerife. Lib.I de entierros, f. 9v.
[xxv] Esta última
pareja es la que subsiste en este conjunto de viviendas en los registros del
padrón elaborado en 1818 en Santa Cruz de Tenerife.