jueves, 10 de octubre de 2019

La barca que cruzó la antigua laguna de Aguere: La certeza de una bella leyenda

por Daniel García Pulido *



Preámbulo
El siempre fascinante horizonte de las leyendas históricas, ese espacio en brumas donde se entremezclan relatos ancestrales protagonizados por personajes a primera vista fidedignos actuando sobre enclaves reconocibles y bajo unas circunstancias concretas, suele mostrarse ante nosotros envuelto bajo un halo de misticismo que difícilmente puede asombrarnos porque esas pautas son consustanciales a los mismos hechos que se narran, hechos que, por su grandiosidad, por su excesiva belleza, por su fantasía inherente, parecen en una primera aproximación haber sido narrados para deleite de la imaginación de nuestra conciencia del pasado. Dejándonos hechizar por ese conglomerado de narraciones subyace siempre un importante núcleo de información verídica al que el lector solo puede llegar haciendo gala de grandes dosis de paciencia investigadora, del conocimiento veraz del contexto histórico contemporáneo a los hechos o, incluso, a través de la mediación de la misma suerte, con el hallazgo de una referencia, un testimonio, de un dato, que refrende o desmienta un relato literario haciéndolo migrar, en apenas unos segundos, del ámbito de la mayor fabulación al de la más pura y meridiana realidad.

En ese marco místico se ha ubicado desde antaño la leyenda, asociada a una imagen etérea, casi idílica, que colocaba una sencilla barca surcando la antigua laguna que daba nombre a la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, llevando a su bordo a los frailes franciscanos en sus breves trayectos entre los conventos de San Francisco y San Diego. Esta recreación, hasta cierto punto bucólica, traía a nuestra mente esa imagen universal del religioso embarcado en una frágil embarcación, al estilo de como lo hicieran San Brandán o San Maclovio en sus famosos peregrinajes atlánticos, y era lógico que la historiografía, el público, el estamento científico, concedieran escaso o nulo margen para este tipo de idealizaciones al referirse a la realidad histórica de aquella laguna centenaria. Todo parecía asociarse, juntando todos los preceptos hasta entonces disponibles, para mover hacia la incredulidad y el descrédito lo que, como veremos, no era otra cosa que la percepción y el eco, desvirtuado por el paso de los siglos, de una certeza indeleble aunque desdibujada. A falta de rasgos documentales que afiancen los detalles suplementarios que visten este episodio singular, estas líneas nacen con el objeto de acercar al lector, a grandes trazos, a una narración que otorga verosimilitud y carácter fehaciente a la presencia de una barca en La Laguna de finales del siglo xvii y principios del xviii, vinculando esa realidad, además, a uno de los hechos de armas más relevantes de la historia de Santa Cruz de Tenerife y de la isla entera -el ataque del almirante británico Robert Blake en 1657-, en conjunción con el fervor hacia la venerable imagen del Santísimo Cristo de La Laguna y las inundaciones padecidas por el Santuario donde se aloja tan devotísima imagen.

La leyenda de la barca
Para introducirnos en el conocimiento y análisis del relato legendario debemos acudir inicialmente al imaginario tradicional de La Laguna, donde surgen narraciones que nos cuentan cómo los frailes franciscanos del cenobio de San Miguel de las Victorias (mejor conocido como convento de San Francisco o, actualmente, como Santuario del Cristo) utilizaban una pequeña lancha para atravesar la antigua laguna en pos del otro convento de su orden, regentado por los franciscanos menores observantes, titulado San Diego del Monte[i]. Ejemplos sencillos de estos testimonios los encontramos en artículos de prensa contemporáneos donde puede leerse: «Dicen que, por aquella época, los frailes de San Diego bajaban a la ciudad atravesando en barca la primitiva laguna, convertidos en expertos navegantes sobre aguas verdes y pantanosas, antes que los drenajes fueran secando los humedales [...]» [ii] ; o donde se afirma que «fray Juan de Jesús, que iba a la ciudad en barca cuando Aguere fue navegable»[iii].


Infografía de la antigua laguna de Aguere por Guillermo Padilla Marrero.
Todo este caudal de informaciones tradicionales bebe posiblemente de una fuente primigenia, que escapa a nuestro control al no haber sido capaces de hallar entre los principales historiadores, estudiosos ni eruditos que han versado sus trabajos sobre esta capital (Viera y Clavijo, Rodríguez Moure, Leoncio Rodríguez, Roméu Palazuelos, Carlos García...) atisbo o sesgo siquiera sobre esta leyenda y su posible origen. Es obvio que estas narraciones debían ser leídas, hasta la fecha, en clave literaria o epopéyica, buscando símiles a estas recreaciones en la inventiva de prosistas enamorados del paisaje lagunero, o en parajes similares donde efectivamente sí se daban esos trayectos fluviales en barca por parte de individuos de órdenes religiosas y nobiliarias, y creemos que tan solo la aparición del elemento que descubrimos a continuación otorga una nueva visión y un cariz distinto a todas estas narraciones.

La barca británica tomada en el ataque de Robert Blake [1657]
La población de Santa Cruz de Tenerife sufrió a lo largo de toda su historia tres grandes asaltos navales -(Blake (1657), Jennings (1706) y Nelson (1797)-, que se tradujeron en lenguaje heráldico, al finalizar en tres sonoras victorias, en el trío de cabezas de león que lucen en su escudo municipal. El primero de estos enfrentamientos bélicos tuvo lugar el 30 de abril de 1657, con un desigual enfrentamiento entre la poderosa armada británica comandada por el citado almirante Robert Blake, dirigiendo 23 navíos artillados, contra 16 embarcaciones españolas -en su inmensa mayoría mercantes-, fondeadas en la rada santacrucera al amparo de las baterías de costa y bajo la dirección del almirante Diego de Egues Beaumont. En el trasunto de esta interesante página de la historia militar de las Islas, bien estudiada en otros lugares[iv], hubo un pequeño episodio al aproximarse a tierra tres barcas inglesas con la intención de capturar uno de los barcos españoles encallados en la orilla de la entonces Huerta de los Melones -espacio hoy ocupado por el acuartelamiento de Almeyda y parte de la Avenida Francisco La-Roche Aguilar-. Dejemos que sea el regidor y memorialista José de Anchieta y Alarcón [1705-1767] quien nos narre con todo lujo de detalles ese particular altercado:


Recreación pictórica del ataque de Blake a Santa Cruz de Tenerife por Charles Dixon.

«Estando en esto la noche del día 29 de abril se avisó de los castillos el rebato y comenzó a bajar la gente y la misma noche se fueron repartiendo las compañías. [A] la de don Cristóbal Lordelo, que este era alférez y su capitán don Tomás de Nava, marqués de Villanueva, que estaba enfermo en La Orotava, le dieron por sitio donde dicen la Huerta de los Melones y allí puso su gente. [...] Entre los navíos de la flota era uno llamado «San Juan Colorado». Este se arrimó cuanto pudo a tierra, junto a la Huerta de los Melones, y los ingleses vinieron en lanchas a sacarlo, y la compañía de don Cristóbal Lordelo, con mucho valor, lo defendieron aunque de los navíos ingleses se tiraba mucha bala menuda. En fin, lo defendieron y, llegando una lancha inglesa a entrar a dicho navío, le mataron de tierra doce ingleses que le quedaban y se tiraron al agua y jalaron la lancha a tierra, defendiéndola a nado de otros ingleses que [se] la querían llevar por haber allí otras lanchas de ingleses y de una de ellas saltaron al dicho navío y, subiendo un inglés a quitar la bandera española del navío ya nombrado «San Juan Colorado», le tiró de tierra de puntería un capitán reformado que estaba en dicha compañía y lo mató, viéndolo caer al agua y fue tanto el empeño de la gente de tierra que defendieron dicho navío y otros dos de dicha flota que allí también se arrimaron, nombrados el «Santísimo Sacramento» y el otro «Nuestra Señora del Rosario», sin atemorizarlos las muchas balas que allí tiraban de los navíos, de las que juntaron un buen montón los soldados, y la lancha inglesa que trajeron a tierra la dio dicho don Cristóbal Lordelo y su gente al Señor de La Laguna y la recibió el padre guardián fray Sebastián de Sanabria; y al capitán reformado que digo que mató al inglés que iba a quitar la bandera lo llamaban Sebastián [en blanco]. [...] Esto consta en unas informaciones que hizo dicho don Cristóbal Lordelo [el] año de 1685, en 21 de mayo, ante Diego Ramírez, escribano, y don José Tabares, teniente. Su Majestad dio de salario 25 ducados cada mes a dicho don Cristóbal Lordelo por estos servicios, que gozó toda su vida. [...] Un alférez de esta ciudad, la noche del rebato se fue a San Francisco y quitó un velo del nicho del Señor de La Laguna y lo llevó al hombro por bandera [...][v]».

            Esta asombrosa revelación del obsequio de una barca británica al Santísimo Cristo de La Laguna, al estilo de ofrenda en agradecimiento por la protección recibida en las acciones defensivas, se refuerza con lo recogido por el propio Anchieta y Alarcón en otro nuevo apunte, donde nos certifica que:

            «Don Cristóbal Lordelo obtuvo el título de maestre de campo estando en Madrid, que había ido el año de 1689 y salió de su casa para este viaje <el> martes 2 de agosto y volvió a entrar en su casa <el> martes 21 de marzo de 1690, con sueldos de 25 ducados al mes, y alegó que había servido de alférez y capitán 39 años y, siendo alférez del don Tomás de Nava, un soldado de su compañía mató al que iba quitando el estandarte real e hizo otras cosas, que fue causa el dicho don Cristóbal de defender dos navíos y tomar una lancha de ingleses, que cedió al Santísimo Cristo siendo guardián el padre Sanabria»[vi].

            En nuestro afán por comprobar la certeza de esta relevante información acudimos en primer lugar al relato-estrella en lo referido al ataque de Blake a Santa Cruz de Tenerife, la biografía del propio almirante Diego de Egues, donde efectivamente puede leerse: «Tres lanchas inglesas trataron de abordar á la capitana después de incendiada por la satisfacción de quitarle el estandarte, y arrojándose los soldados españoles á impedirlo, tomaron una de las lanchas poniendo en huida á las otras»[vii]. La magnitud de ese hecho de armas, obviamente de escala menor dentro de la escala de la batalla en sí, le hizo merecedor además de figurar en el «Memorial sobre la ascendencia, méritos y servicios de Tomás de Nava Grimón, marqués de Villanueva del Prado», escrito en 1665 por el reputado genealogista Alonso Núñez de Castro [1627-1695][viii], citado a su vez por el mismísimo historiador José de Viera y Clavijo en sus Noticias de la Historia de las Islas de Canaria[ix].  

            Otro referente que otorga credibilidad absoluta al texto se trasluce al comprobarse la identidad del religioso citado por Anchieta y Alarcón como receptor de la embarcación, el padre Sebastián de Sanabria (o Sanavia), quien durante el trienio 1661-1664 fue efectivamente guardián del convento de San Miguel de las Victorias (actual santuario del Cristo)[x]. Asimismo quisiéramos destacar, siguiendo la última frase del primer extracto del regidor orotavense, la fe inamovible que despertaba la figura del Santísimo Cristo de La Laguna a efectos de protección frente a incursiones piráticas, donde el comportamiento de Cristóbal de Lordelo sería un claro ejemplo. De hecho pensamos que ese alférez lagunero que se nombra tomando un velo del Cristo como talismán en la propia defensa no puede ser otro que el mismo Lordelo[xi].

Firma de Cristóbal de Lordelo
Biografía de Cristóbal Lordelo
            Cristóbal de Lordelo Fonte de las Cuevas Ponte y Céspedes nació en La Laguna el 10 de agosto de 1632, en el seno de la familia constituida por don Pedro Fernández de Lordelo y Soler, y doña Antonia Fonte de las Cuevas y Ponte. Con apenas 25 años, con el rango de alférez del tercio de milicias de La Laguna, estuvo presente en la precitada defensa de Santa Cruz de Tenerife ante Blake, llegando a alcanzar, con el paso de los decenios, el rango de maestre de campo de milicias, el de alguacil mayor de la Inquisición -en 1682[xii]- y el relevante cargo de regidor perpetuo de Tenerife por Real Título de 24 de octubre de 1678 -recibido en Cabildo el 3 de diciembre siguiente-. Aparte debe consignarse que fue alcaide del castillo de San Cristóbal en 1676 y cofrade de la Esclavitud de San Juan Evangelista, en La Laguna. En el ámbito personal contrajo nupcias, en la iglesia lagunera de los Remedios, el 15 de febrero de 1660, con doña María Magdalena de Molina y Lasso de la Guerra, con quien procreó 7 hijos: Pedro de Lordelo y Molina, Ana María de Lordelo y Molina, Pedro de Lordelo y Molina (II de su nombre), Antonia María de Lordelo y Molina, Lorenza de Lordelo y Molina, José Pedro de Lordelo y Molina Fonte y Lasso de la Guerra, y Luisa Antonia de Lordelo y Molina. Testó ante Juan Machado-Fiesco el 10 de junio de 1687, falleciendo apenas seis días después, el 16 de junio, fecha en que se abrió su testamento-[xiii].

Búsqueda de la comprobación
Dentro del abanico de posibilidades para continuar con la certificación de la existencia de esa barca lagunera hemos de confesar que incluso soñábamos (y aún lo hacemos) con dar con ella dentro de nuestro patrimonio, bien sea institucional o en colecciones privadas, donde aún en la actualidad existen auténticas maravillas insospechadas pendientes de contextualización o de un estudio pormenorizado. La razón de este deseo o ensoñación descansa en la noticia que tenemos de un protagonista que vio con sus propios ojos esa barca a finales del siglo xix en la ciudad de La Laguna, el vicecónsul británico John Howard Edwards [1830-1891], amigo personal de la viajera Olivia Mary Stone [1856-ca.1898], y que tranzó la adquisición de ese testimonio histórico al que en aquel entonces (1883) era su dueño. La autora británica escribiría al respecto lo siguiente:

 «Se construyó un monasterio a un lado [de La Laguna] y el pueblo al otro, y hasta hace cien años más o menos, cuando los monjes fueron desterrados, solían cruzarlo en barca. La última barca usada, muy similar al carrocín de Irlanda[xiv], lo posee ahora un herrero, quien lo usa como receptáculo para enfriar los hierros. El señor Edwards que ha visto la barca nos dijo que le había ofrecido una pipa de fumar a cambio y que la oferta había sido aceptada. Lamentablemente, sin embargo, no habían realizado aún el intercambio. Confiamos que esta reliquia tan interesante pueda rescatarse todavía de manos bárbaras»[xv].

Detalle de barca británica de mediados del siglo XVII.
 La lectura de este interesantísimo párrafo conduce inexorablemente a la duda de saber si Edwards continuó adelante con la transacción -hasta entonces pendiente- y si llegó a adquirir esa embarcación para su colección particular, circunstancia que de ser cierta nos llevaría a la posible salvación de tan memorable testimonio histórico. Una de las claves de esta pista, que queda abierta, se centra en conocer la identidad, anónima hasta la fecha, del herrero que era dueño en aquel momento de la barca conventual, sabedores de que el esclarecimiento de su figura pueda desvelarnos el origen de su propiedad tan preciada (acaso adquirida en alguna de las subastas promovidas a instancias de la Desamortización a mediados del siglo xix).

Realidad o ficción literaria
Teniendo todos los elementos de la narración legendaria debidamente contrastados (barca, personaje donante, contexto histórico) nos resta dilucidar o enfrentarnos a la que consideramos como razón principal para la negación de esta leyenda: la escasa navegabilidad de la antigua laguna. El profesor Constantino Criado Hernández ha efectuado un razonado y esclarecedor estudio exponiendo las dificultades de la navegación para cualquier embarcación en aquella superficie lacustre, indicando que «si tenemos en cuenta que la laguna tenía poco fondo y que, además, su superficie debía de ser muy cambiante a lo largo del año, llegamos a pensar que el tránsito de la laguna en bote generaría más problemas que su circunvalación [terrestre] [...]»[xvi].

La solución que planteamos a este vericueto histórico estriba, siguiendo en parte los preceptos establecidos que certifican que resultaría impensable que se usase de forma habitual esa embarcación para el transporte de frailes, en circunscribir su uso únicamente a situaciones puntuales, accidentales podríamos decir, para casos de emergencia en las crecidas y aluviones, en aquel entonces muy frecuentes. De hecho, abogamos que ese ofrecimiento de una barca al Santuario del Cristo fue hecho, aparte de como exvoto peculiar de agradecimiento, en aras a brindar un medio de auxilio en caso de inundaciones, como ocurriría en las acaecidas en dicho convento en los años 1666, 1710 o especialmente en 1713, donde según testimonios de la época, «como el desagüe de dicha laguna es [...] estrecho y entullado, y que está muy llana la cir-[...] y terreno de su situación de manera que cuando se juntan las aguas y avenidas se hace todo un mar llano [...]»[xvii].

El topónimo de «Muelle de los frailes»
De manera complementaria, nuestro discurso probatorio se ciñe a otro elemento de notable valía para atestiguar la certeza de una leyenda denostada. En portada del rotativo La Prensa, de Santa Cruz de Tenerife, con fecha 4 de marzo de 1932, la sección «De La Laguna. En la Económica» se habla de una fotocopia «donada por El Museo Canario» del antiguo plano -entonces una alucinante novedad- realizado por Leonardo Torriani y que se conserva en la Universidad de Coimbra. Leemos en la noticia:

«En la fotocopia se detalla la antigua laguna, que dio nombre a esta población y de la que actualmente no queda ningún vestigio, pues hace años desapareció el llamado «Muelle de los Frailes», restos de un muro de piedras sueltas que existía en la unión de las calles del Remojo, hoy Rodríguez Moure, y la avenida de Silverio Alonso, y que era el lugar donde los religiosos amarraban las barcas en que cruzaban la laguna, cuando venían desde el monasterio a la ciudad».

Noticia de prensa donse se habla del antiguo Muelle de los Frailes.
La revisión de las recopilaciones tradicionales en el ámbito de La Laguna refrendan el testimonio ofrecido por el periódico, con noticias de la existencia de un «pequeño muelle» en las inmediaciones de la Fuente de Cañizares, como puede comprobarse, por ejemplo, en las palabras de Miguel García Báez recogidas en 2012 en el blog del amigo y profesor Melchor Padilla, donde afirma este que la laguna «estaba más hacia la carretera de Bajamar, pues siempre he escuchado que viniendo de Las Canteras, en la esquina del semáforo por la que te desvías hacia el Campo Hespérides, allí, había un embarcadero [...]»[xviii].

Conclusión
            La certeza de la leyenda del posible tránsito de una barca por la superficie de la antigua laguna, con la aparición de esa lancha donada al convento franciscano del Cristo tras la victoria sobre el almirante Robert Blake entroncando con el saber tradicional reflejado incluso en la toponimia local, cobra un significado distinto, tangible, estando circunscrita siempre a esos momentos de inundación y emergencia que por momentos amenazaron la tranquilidad lagunera en siglos pasados. Ojalá en un futuro próximo surjan testimonios que refrenden esta aseveración esbozada en las líneas anteriores, ayudando a La Laguna a recuperar una narración legendaria de ese ámbito de la ensoñación y de la imaginación, convirtiéndola en objeto de referencia histórica, digno de figurar en el discurso de todo guía que se adentre a explicar la génesis y ayer de esta urbe y laguna centenarias.[xix]


Daniel García Pulido (Santa Cruz de Tenerife,  1975). Es Técnico especialista del Fondo de Canarias de la Biblioteca General y de Humanidades de la Universidad de La Laguna. Como investigador histórico es autor, entre otras obras, de San Rafael y San Roque, un camposanto con historia (1810-1916) -2000-; Diario y cuadernos de citas de José de Anchieta y Alarcón (1705-1767) -7 vols., 2011/2016-; o Amaro Pargo. Documentos de una vida -5 vols.- (2017-2019) [junto a Manuel de Paz Sánchez]. 


[i] Los límites de la antigua laguna eran: «[...] desde la plaza de la Junta Suprema a la de Manuel Verdugo siguiendo Lucas Vega y Marcos Redondo hasta la esquina con el Paseo de San Diego; del Paseo Oramas hasta el monumento de Artigas en el Camino Largo y siguiendo en paralelo por la carretera de Tejina, hasta el parque de la Constitución; desde aquí, cerrando el perímetro, se volvería de nuevo a la plaza de la Junta Suprema por la calle de Silverio Alonso». Criado Hernández, Constantino [2002]: Breve e incompleta historia del antiguo lago de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna. San Cristóbal de La Laguna : Ayuntamiento, Concejalía de Cultura y Patrimonio Histórico Artístico. pág. 11. Físicamente pueden comprobarse esos linderos a través de la fantástica infografía, realizada por Guillermo Padilla Marrero, que acompaña este artículo.
[ii] [Rodríguez] Machado, ">Leocadio: «San Diego del Monte». Diario de Avisos. Santa Cruz de Tenerife, 14 de febrero de 2002, pág. 3.
[iii]">
">[Sin autor]: «La fuga de San Diego». El Día. Santa Cruz de Tenerife, 12 de noviembre de 2001; pág. 50.
[iv] Rumeu de Armas, Antonio [1991]: Canarias y el Atlántico: piratería y ataques navales. Canarias: Viceconsejería de Cultura y Deportes. Tomo III, Parte 1ª; pp. 181-185. Véase García Pulido, Daniel: «Una cabeza de león en controversia. La versión británica del asalto de Roberto Blake a Santa Cruz de Tenerife». Conferencia pronunciada en el salón de plenos del Palacio Municipal de Santa Cruz de Tenerife, 5 de junio de 2007 [texto disponible en la web de la Tertulia de Amigos del 25 de Julio, a través de este enlace http://bit.ly/1RamDO9].
[v] Anchieta y Alarcón, José Antonio de: Cuadernos de citas [letras G-O]. [Edición, transcripción y notas por Daniel García Pulido]. Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea. Vol. III. pág. 283. Nº 588. [Obra en proceso de impresión] Manuscrito original en el Archivo Municipal de La Laguna [en adelante, AMLL]; fondo Ossuna. Signatura 0.9.5. Folios 181v-185r [originales]; 143v-147r [facticios].
[vi] Anchieta y Alarcón, José Antonio de: Cuadernos de citas [letras C-F]. Vol. II. pág. 88. Nº 187. Manuscrito original en AMLL; fondo Ossuna. Signatura 0.9.4; folio 43v [original]; 58v [facticio].
[vii] Fernández Duro, Cesáreo [1892]: Bosquejo biográfico del almirante D. Diego de Egues y Beaumont y relación del combate naval que sostuvo con ingleses en Santa Cruz de Tenerife, año 1657. Sevilla : Imprenta de La Andalucía. pp. 16-17. Este autor no cita expresamente la entrega de la embarcación al Santuario del Cristo pero sí certifica el apresamiento de la lancha británica.
[viii] El apresamiento de la barca inglesa se cita en el apartado titulado «Servicios» dentro del memorial citado, cuyo impreso original puede consultar, entre otros sitios, en el fondo Rodríguez Moure [archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife]. Signatura: RM 261; pág. 14.
[ix] Viera y Clavijo, José de [1776]: Noticias de la historia de la Islas Canarias. Madrid : Imprenta de Blas Román. Tomo III; pág. 265. La cita completa [con ortografía normalizada] dice: «Don Tomás de Nava Grimón, varón esclarecido, que con su compañía de milicianos, y asistido de su cuñado el capitán D. Diego de Alvarado Bracamonte, se fortificó en la Huerta de los Melones, desde donde, después de haber dado fuertes descargas  a tres lanchas que abordaban a la Capitana, ya varada, para quitarle la bandera; se arrojaron sus soldados al mar, se apoderaron de una de ellas, quitaron a los ingleses la vida, la sacaron a tierra y recogieron por despojos sus armas». De este apunte muy posiblemente se nutriera el anteriormente citado Fernández Duro para la biografía de Diego de Egues.
[x] Inchaurbe y Aldape, Diego de [1966]: Op cit. pp. 49 y 57-58. El definidor Sebastián de Sanabria ocuparía el cargo de provincial franciscano en el trienio 1670-1673, falleciendo hacia 1698. Actualmente trabajamos en la certificación documental de la entrega de la embarcación al ámbito eclesiástico, consultando la información obrante en inventarios y registros tanto de los cenobios de San Miguel de las Victorias como de San Diego, queriendo agradecer aquí los desvelos del Dr. Carlos Rodríguez Morales -en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife-, como del personal del Archivo Histórico Diocesano de Tenerife, siempre dispuesto a ayudarnos en nuestras pesquisas.
[xi] La vinculación de Cristóbal Lordelo con esa iglesia conventual de San Francisco es evidente en su testamento, especialmente cuando se refiere en varias ocasiones al sepulcro de sus padres, situado en la capilla del Espíritu Santo de dicho templo.
[xii] Nombramiento original en AMLL, signatura: I-IV,14 [sección 1ª]. Información que debemos a la amabilidad de la Dra. Ana Pérez Álvarez.
[xiii] Referencias biográficas extraídas de la obra Nobiliario de Canarias, de Francisco Fernández de Béthencourt, actualizada por una junta de especialistas dirigida por Juan Régulo Pérez [1952-1967] -La Laguna : Ediciones 7 Islas-, en sus tomos I, p. 637; II, pp. 131-132; y III p. 538; así como en la obra de Diego de Inchaurbe y Aldape [1966]: Noticia sobre los provinciales franciscanos canarios. La Laguna : Instituto de Estudios Canarios; p. 49;. En los anteriormente citados Cuadernos de citas del regidor Anchieta Alarcón figura más referencias sobre su persona [Op. cit. vol. II, p. 58; Nº 120; manuscrito original en AMLL, fondo Ossuna. Signatura 0.9.4; folio 32v [original]; 50v [facticio]], donde se afirma, entre otras cosas, que era dueño de una «famosa» viña con antiguo molino en El Sauzal, «que le daba seis pipas».
[xiv] Incluimos aquí las palabras en su versión original inglesa («one very similar to the curricle of Ireland») al considerar que ese parecido esgrimido por Olivia Stone es muy interesante para entender mejor el parecido encontrado por John H. Edwards al contemplar la lancha original. El «curricle», o coracle, era un tipo de embarcación usual entonces en Gales y en el sur y oeste de Gran Bretaña, de pequeñas dimensiones, muy parecido en su forma a la cáscara de media nuez. Consultando las obras de referencia sobre construcción naval en la Marina británica del siglo xvii dicha descripción sugiere que pudiera tratarse de alguna de las barcas de menor entidad (esquife, pinaza) dentro de la dotación de un navío de guerra de entonces [Véase Lavery, Brian [1984]: The Ship of the Line. Design, construction and fitting. Londres : Conway Maritime Press. Vol. 2, pp. 121-129; y Lavery, Brian [2000]: The arming and fitting of English ships of war, 1600-1815. Londres : Conway Maritime Press. pp. 207-237].
[xv] Stone, Olivia [1887]: Teneriffe and its six satellites. Londres : Marcus Ward & Co.; tomo I, pp. 36-37; y Stone, Olivia [1991]: Tenerife y sus seis satélites. Las Palmas de Gran Canaria : Cabildo Insular de Gran Canaria. Tomo I, pp. 52-53. Este extracto aparece citado en Criado Hernández, Constantino [2002]: Op. cit. pág. 33.
[xvi] Criado Hernández, Constantino [2002]. pp. 33-34.
[xvii] Autos informativos efectuados por el lector jubilado fray Buenaventura Dávila sobre la inundación del convento franciscano de San Miguel de las Victorias de La Laguna el 24 y 25 de enero de 1713. Manuscrito en el legajo «Fundaciones eclesiásticas» del fondo Rodríguez Moure [RSEAPT]; signatura RM 129. f. 22r. La cita textual sobre dicha catástrofe dice: «con la continuación de la tormenta de aguas, viento y truenos se inundó este dicho convento de tal forma que todo él, su iglesia y demás edificios y oficinas por dentro y por de fuera [sic] y alrededor era una laguna en que nadaban los bancos y tarimas de los altares, más de una vara de alto por ser mucha la inundación con grande daño y perjuicios [...]». Agradecemos a la archivera Cristina Ginovés Obón las gestiones para la consulta de este manuscrito, en mal estado de conservación.
[xviii] Blog titulado Lo que las piedras cuentan, en la entrada «La laguna de Tenerife» [consultado el 15 de enero de 2016] [accesible a través del enlace http://loquelaspiedrascuentan.blogspot.com.es/2012/07/la-laguna-de-tenerife.html].