por Daniel García Pulido *
El siempre fascinante horizonte de las
leyendas históricas, ese espacio en brumas donde se entremezclan relatos
ancestrales protagonizados por personajes a primera vista fidedignos actuando
sobre enclaves reconocibles y bajo unas circunstancias concretas, suele
mostrarse ante nosotros envuelto bajo un halo de misticismo que difícilmente
puede asombrarnos porque esas pautas son consustanciales a los mismos hechos
que se narran, hechos que, por su grandiosidad, por su excesiva belleza, por su
fantasía inherente, parecen en una primera aproximación haber sido narrados
para deleite de la imaginación de nuestra conciencia del pasado. Dejándonos
hechizar por ese conglomerado de narraciones subyace siempre un importante
núcleo de información verídica al que el lector solo puede llegar haciendo gala
de grandes dosis de paciencia investigadora, del conocimiento veraz del
contexto histórico contemporáneo a los hechos o, incluso, a través de la mediación
de la misma suerte, con el hallazgo de una referencia, un testimonio, de un
dato, que refrende o desmienta un relato literario haciéndolo migrar, en apenas
unos segundos, del ámbito de la mayor fabulación al de la más pura y meridiana realidad.
En ese marco
místico se ha ubicado desde antaño la leyenda, asociada a una imagen etérea,
casi idílica, que colocaba una sencilla barca surcando la antigua laguna que
daba nombre a la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, llevando a su bordo a
los frailes franciscanos en sus breves trayectos entre los conventos de San
Francisco y San Diego. Esta recreación, hasta cierto punto bucólica, traía a
nuestra mente esa imagen universal del religioso embarcado en una frágil
embarcación, al estilo de como lo hicieran San Brandán o San Maclovio en sus famosos
peregrinajes atlánticos, y era lógico que la historiografía, el público, el
estamento científico, concedieran escaso o nulo margen para este tipo de
idealizaciones al referirse a la realidad histórica de aquella laguna
centenaria. Todo parecía asociarse, juntando todos los preceptos hasta entonces
disponibles, para mover hacia la incredulidad y el descrédito lo que, como
veremos, no era otra cosa que la percepción y el eco, desvirtuado por el paso de
los siglos, de una certeza indeleble aunque desdibujada. A falta de rasgos
documentales que afiancen los detalles suplementarios que visten este episodio
singular, estas líneas nacen con el objeto de acercar al lector, a grandes
trazos, a una narración que otorga verosimilitud y carácter fehaciente a la
presencia de una barca en La Laguna de finales del siglo xvii y principios del xviii, vinculando esa realidad, además, a
uno de los hechos de armas más relevantes de la historia de Santa Cruz de
Tenerife y de la isla entera -el ataque del almirante británico Robert Blake en
1657-, en conjunción con el fervor hacia la venerable imagen del Santísimo
Cristo de La Laguna y las inundaciones padecidas por el Santuario donde se
aloja tan devotísima imagen.
La leyenda de la barca
Para
introducirnos en el conocimiento y análisis del relato legendario debemos
acudir inicialmente al imaginario tradicional de La Laguna, donde surgen
narraciones que nos cuentan cómo los frailes franciscanos del cenobio de San
Miguel de las Victorias (mejor conocido como convento de San Francisco o, actualmente,
como Santuario del Cristo) utilizaban una pequeña lancha para atravesar la
antigua laguna en pos del otro convento de su orden, regentado por los
franciscanos menores observantes, titulado San Diego del Monte[i].
Ejemplos sencillos de estos testimonios los encontramos en artículos de prensa contemporáneos
donde puede leerse: «Dicen que, por aquella
época, los frailes de San Diego bajaban a la ciudad atravesando en barca la
primitiva laguna, convertidos en expertos navegantes sobre aguas verdes y
pantanosas, antes que los drenajes fueran secando los humedales [...]» [ii] ;
o donde se afirma que «fray Juan de Jesús, que iba a la ciudad en barca cuando
Aguere fue navegable»[iii].
Infografía de la antigua laguna de Aguere por Guillermo Padilla Marrero. |
La barca británica tomada en el ataque de
Robert Blake [1657]
La población de Santa
Cruz de Tenerife sufrió a lo largo de toda su historia tres grandes asaltos
navales -(Blake (1657), Jennings (1706) y Nelson (1797)-, que se tradujeron en
lenguaje heráldico, al finalizar en tres sonoras victorias, en el trío de
cabezas de león que lucen en su escudo municipal. El primero de estos enfrentamientos
bélicos tuvo lugar el 30 de abril de 1657, con un desigual enfrentamiento entre
la poderosa armada británica comandada por el citado almirante Robert Blake,
dirigiendo 23 navíos artillados, contra 16 embarcaciones españolas -en su inmensa
mayoría mercantes-, fondeadas en la rada santacrucera al amparo de las baterías
de costa y bajo la dirección del almirante Diego de Egues Beaumont. En el
trasunto de esta interesante página de la historia militar de las Islas, bien
estudiada en otros lugares[iv], hubo
un pequeño episodio al aproximarse a tierra tres barcas inglesas con la
intención de capturar uno de los barcos españoles encallados en la orilla de la
entonces Huerta de los Melones -espacio hoy ocupado por el acuartelamiento de Almeyda
y parte de la Avenida Francisco La-Roche Aguilar-. Dejemos que sea el regidor y
memorialista José de Anchieta y Alarcón [1705-1767] quien nos narre con todo
lujo de detalles ese particular altercado:
Recreación pictórica del ataque de Blake a Santa Cruz de Tenerife por Charles Dixon. |
«Estando en esto la noche
del día 29 de abril se avisó de los castillos el rebato y comenzó a bajar la
gente y la misma noche se fueron repartiendo las compañías. [A] la de don
Cristóbal Lordelo, que este era alférez y su capitán don Tomás de Nava, marqués
de Villanueva, que estaba enfermo en La Orotava, le dieron por sitio donde
dicen la Huerta de los Melones y allí puso su gente. [...] Entre los navíos de
la flota era uno llamado «San Juan Colorado». Este se arrimó cuanto pudo a tierra,
junto a la Huerta de los Melones, y los ingleses vinieron en lanchas a sacarlo,
y la compañía de don Cristóbal Lordelo, con mucho valor, lo defendieron aunque
de los navíos ingleses se tiraba mucha bala menuda. En fin, lo defendieron y,
llegando una lancha inglesa a entrar a dicho navío, le mataron de tierra doce ingleses
que le quedaban y se tiraron al agua y jalaron la lancha a tierra,
defendiéndola a nado de otros ingleses que [se] la querían llevar por haber
allí otras lanchas de ingleses y de una de ellas saltaron al dicho navío y,
subiendo un inglés a quitar la bandera española del navío ya nombrado «San Juan
Colorado», le tiró de tierra de puntería un capitán reformado que estaba en
dicha compañía y lo mató, viéndolo caer al agua y fue tanto el empeño de la
gente de tierra que defendieron dicho navío y otros dos de dicha flota que allí
también se arrimaron, nombrados el «Santísimo Sacramento» y el otro «Nuestra
Señora del Rosario», sin atemorizarlos las muchas balas que allí tiraban de los
navíos, de las que juntaron un buen montón los soldados, y la lancha inglesa
que trajeron a tierra la dio dicho don Cristóbal Lordelo y su gente al Señor de
La Laguna y la recibió el padre guardián fray Sebastián de Sanabria; y al
capitán reformado que digo que mató al inglés que iba a quitar la bandera lo
llamaban Sebastián [en blanco]. [...] Esto consta en unas informaciones que
hizo dicho don Cristóbal Lordelo [el] año de 1685, en 21 de mayo, ante Diego
Ramírez, escribano, y don José Tabares, teniente. Su Majestad dio de salario 25
ducados cada mes a dicho don Cristóbal Lordelo por estos servicios, que gozó
toda su vida. [...] Un alférez de esta ciudad, la noche del rebato se fue a San
Francisco y quitó un velo del nicho del Señor de La Laguna y lo llevó al hombro
por bandera [...][v]».
Esta asombrosa revelación del
obsequio de una barca británica al Santísimo Cristo de La Laguna, al estilo de
ofrenda en agradecimiento por la protección recibida en las acciones
defensivas, se refuerza con lo recogido por el propio Anchieta y Alarcón en
otro nuevo apunte, donde nos certifica que:
«Don Cristóbal Lordelo obtuvo el
título de maestre de campo estando en Madrid, que había ido el año de 1689 y
salió de su casa para este viaje <el> martes 2 de agosto y volvió a
entrar en su casa <el> martes 21 de marzo de 1690, con sueldos de 25 ducados
al mes, y alegó que había servido de alférez y capitán 39 años y, siendo
alférez del don Tomás de Nava, un soldado de su compañía mató al que iba
quitando el estandarte real e hizo otras cosas, que fue causa el dicho don
Cristóbal de defender dos navíos y tomar una lancha de ingleses, que cedió
al Santísimo Cristo siendo guardián el padre Sanabria»[vi].
En nuestro afán por comprobar la
certeza de esta relevante información acudimos en primer lugar al
relato-estrella en lo referido al ataque de Blake a Santa Cruz de Tenerife, la biografía
del propio almirante Diego de Egues, donde efectivamente puede leerse: «Tres
lanchas inglesas trataron de abordar á la capitana después de incendiada por la
satisfacción de quitarle el estandarte, y arrojándose los soldados españoles á
impedirlo, tomaron una de las lanchas poniendo en huida á las otras»[vii]. La
magnitud de ese hecho de armas, obviamente de escala
menor dentro de la escala de la batalla en sí, le hizo merecedor además de
figurar en el «Memorial sobre la ascendencia, méritos y servicios de Tomás
de Nava Grimón, marqués de Villanueva del Prado», escrito en 1665 por el
reputado genealogista Alonso Núñez de Castro [1627-1695][viii],
citado a su vez por el mismísimo historiador José de Viera y Clavijo en sus Noticias
de la Historia de las Islas de Canaria[ix].
Otro referente que otorga
credibilidad absoluta al texto se trasluce al comprobarse la identidad del
religioso citado por Anchieta y Alarcón como receptor de la embarcación, el
padre Sebastián de Sanabria (o Sanavia), quien durante el trienio 1661-1664 fue
efectivamente guardián del convento de San Miguel de las Victorias (actual
santuario del Cristo)[x].
Asimismo quisiéramos destacar, siguiendo la última frase del primer extracto
del regidor orotavense, la fe inamovible que despertaba la figura del Santísimo
Cristo de La Laguna a efectos de protección frente a incursiones piráticas,
donde el comportamiento de Cristóbal de Lordelo sería un claro ejemplo. De
hecho pensamos que ese alférez lagunero que se nombra tomando un velo del Cristo
como talismán en la propia defensa no puede ser otro que el mismo Lordelo[xi].
Cristóbal de Lordelo Fonte de las
Cuevas Ponte y Céspedes nació en La Laguna el 10 de agosto de 1632, en el seno
de la familia constituida por don Pedro Fernández de Lordelo y Soler, y doña
Antonia Fonte de las Cuevas y Ponte. Con apenas 25 años, con el rango de alférez
del tercio de milicias de La Laguna, estuvo presente en la precitada defensa de
Santa Cruz de Tenerife ante Blake, llegando a alcanzar, con el paso de los
decenios, el rango de maestre de campo de milicias, el de alguacil mayor de la
Inquisición -en 1682[xii]- y el
relevante cargo de regidor perpetuo de Tenerife por Real Título de 24 de
octubre de 1678 -recibido en Cabildo el 3 de diciembre siguiente-. Aparte debe
consignarse que fue alcaide del castillo de San Cristóbal en 1676 y cofrade de la
Esclavitud de San Juan Evangelista, en La Laguna. En el ámbito personal contrajo
nupcias, en la iglesia lagunera de los Remedios, el 15 de febrero de 1660, con doña
María Magdalena de Molina y Lasso de la Guerra, con quien procreó 7 hijos:
Pedro de Lordelo y Molina, Ana María de Lordelo y Molina, Pedro de Lordelo y
Molina (II de su nombre), Antonia María de Lordelo y Molina, Lorenza de Lordelo
y Molina, José Pedro de Lordelo y Molina Fonte y Lasso de la Guerra, y Luisa
Antonia de Lordelo y Molina. Testó ante Juan Machado-Fiesco el 10 de junio de
1687, falleciendo apenas seis días después, el 16 de junio, fecha en que se
abrió su testamento-[xiii].
Búsqueda de la comprobación
Dentro del
abanico de posibilidades para continuar con la certificación de la existencia
de esa barca lagunera hemos de confesar que incluso soñábamos (y aún lo
hacemos) con dar con ella dentro de nuestro patrimonio, bien sea institucional
o en colecciones privadas, donde aún en la actualidad existen auténticas
maravillas insospechadas pendientes de contextualización o de un estudio
pormenorizado. La razón de este deseo o ensoñación descansa en la noticia que
tenemos de un protagonista que vio con sus propios ojos esa barca a finales del
siglo xix en la ciudad de La
Laguna, el vicecónsul británico John Howard Edwards [1830-1891], amigo personal
de la viajera Olivia Mary Stone [1856-ca.1898], y que tranzó la adquisición de
ese testimonio histórico al que en aquel entonces (1883) era su dueño. La
autora británica escribiría al respecto lo siguiente:
«Se construyó un monasterio a un
lado [de La Laguna] y el pueblo al otro, y hasta hace cien años más o menos,
cuando los monjes fueron desterrados, solían cruzarlo en barca. La última barca
usada, muy similar al carrocín de Irlanda[xiv], lo
posee ahora un herrero, quien lo usa como receptáculo para enfriar los hierros.
El señor Edwards que ha visto la barca nos dijo que le había ofrecido una pipa
de fumar a cambio y que la oferta había sido aceptada. Lamentablemente, sin
embargo, no habían realizado aún el intercambio. Confiamos que esta reliquia
tan interesante pueda rescatarse todavía de manos bárbaras»[xv].
Detalle de barca británica de mediados del siglo XVII. |
Realidad o ficción literaria
Teniendo todos
los elementos de la narración legendaria debidamente contrastados (barca,
personaje donante, contexto histórico) nos resta dilucidar o enfrentarnos a la
que consideramos como razón principal para la negación de esta leyenda: la escasa
navegabilidad de la antigua laguna. El profesor Constantino Criado Hernández ha
efectuado un razonado y esclarecedor estudio exponiendo las dificultades de la
navegación para cualquier embarcación en aquella superficie lacustre, indicando
que «si tenemos en cuenta que la laguna tenía poco fondo y que, además, su
superficie debía de ser muy cambiante a lo largo del año, llegamos a pensar que
el tránsito de la laguna en bote generaría más problemas que su circunvalación
[terrestre] [...]»[xvi].
La solución que planteamos a este
vericueto histórico estriba, siguiendo en parte los preceptos establecidos que
certifican que resultaría impensable que se usase de forma habitual esa
embarcación para el transporte de frailes, en circunscribir su uso únicamente a
situaciones puntuales, accidentales podríamos decir, para casos de emergencia en
las crecidas y aluviones, en aquel entonces muy frecuentes. De hecho, abogamos
que ese ofrecimiento de una barca al Santuario del Cristo fue hecho, aparte de
como exvoto peculiar de agradecimiento, en aras a brindar un medio de auxilio
en caso de inundaciones, como ocurriría en las acaecidas en dicho convento en los
años 1666, 1710 o especialmente en 1713, donde según testimonios de la época, «como
el desagüe de dicha laguna es [...] estrecho y entullado, y que está muy llana
la cir-[...] y terreno de su situación de manera que cuando se juntan las aguas
y avenidas se hace todo un mar llano [...]»[xvii].
El topónimo
de «Muelle de los frailes»
De manera
complementaria, nuestro discurso probatorio se ciñe a otro elemento de notable
valía para atestiguar la certeza de una leyenda denostada. En portada del
rotativo La Prensa, de Santa Cruz de Tenerife, con fecha 4 de marzo de
1932, la sección «De La Laguna. En la Económica» se habla de una fotocopia «donada
por El Museo Canario» del antiguo plano -entonces una alucinante novedad-
realizado por Leonardo Torriani y que se conserva en la Universidad de Coimbra.
Leemos en la noticia:
«En la fotocopia se detalla la antigua laguna, que dio nombre a esta
población y de la que actualmente no queda ningún vestigio, pues hace años
desapareció el llamado «Muelle de los Frailes», restos de un muro de piedras
sueltas que existía en la unión de las calles del Remojo, hoy Rodríguez Moure,
y la avenida de Silverio Alonso, y que era el lugar donde los religiosos
amarraban las barcas en que cruzaban la laguna, cuando venían desde el
monasterio a la ciudad».
La revisión de
las recopilaciones tradicionales en el ámbito de La Laguna refrendan el
testimonio ofrecido por el periódico, con noticias de la existencia de un
«pequeño muelle» en las inmediaciones de la Fuente de Cañizares, como puede
comprobarse, por ejemplo, en las palabras de Miguel García Báez recogidas en
2012 en el blog del amigo y profesor Melchor Padilla, donde afirma este que la
laguna «estaba más hacia la carretera de Bajamar, pues siempre he escuchado que
viniendo de Las Canteras, en la esquina del semáforo por la que te desvías
hacia el Campo Hespérides, allí, había un embarcadero [...]»[xviii].
Conclusión
La
certeza de la leyenda del posible tránsito de una barca por la superficie de la
antigua laguna, con la aparición de esa lancha donada al convento franciscano
del Cristo tras la victoria sobre el almirante Robert Blake entroncando con el
saber tradicional reflejado incluso en la toponimia local, cobra un significado
distinto, tangible, estando circunscrita siempre a esos momentos de inundación
y emergencia que por momentos amenazaron la tranquilidad lagunera en siglos
pasados. Ojalá en un futuro próximo surjan testimonios que refrenden esta
aseveración esbozada en las líneas anteriores, ayudando a La Laguna a recuperar
una narración legendaria de ese ámbito de la ensoñación y de la imaginación,
convirtiéndola en objeto de referencia histórica, digno de figurar en el
discurso de todo guía que se adentre a explicar la génesis y ayer de esta urbe
y laguna centenarias.[xix]
* Daniel García Pulido (Santa Cruz de Tenerife, 1975). Es Técnico especialista del Fondo de Canarias de la Biblioteca General y de Humanidades de la Universidad de La Laguna. Como investigador histórico es autor, entre otras obras, de San Rafael y San Roque, un camposanto con historia (1810-1916) -2000-; Diario y cuadernos de citas de José de Anchieta y Alarcón (1705-1767) -7 vols., 2011/2016-; o Amaro Pargo. Documentos de una vida -5 vols.- (2017-2019) [junto a Manuel de Paz Sánchez].
[i] Los límites de la
antigua laguna eran: «[...] desde la plaza de la Junta Suprema a la de Manuel
Verdugo siguiendo Lucas Vega y Marcos Redondo hasta la esquina con el Paseo de
San Diego; del Paseo Oramas hasta el monumento de Artigas en el Camino Largo y
siguiendo en paralelo por la carretera de Tejina, hasta el parque de la
Constitución; desde aquí, cerrando el perímetro, se volvería de nuevo a la
plaza de la Junta Suprema por la calle de Silverio Alonso». Criado Hernández, Constantino [2002]: Breve e incompleta historia del antiguo lago de la ciudad
de San Cristóbal de La Laguna. San Cristóbal
de La Laguna : Ayuntamiento, Concejalía de Cultura y Patrimonio Histórico
Artístico. pág. 11. Físicamente pueden comprobarse esos linderos a
través de la fantástica infografía, realizada por Guillermo Padilla Marrero,
que acompaña este artículo.
[ii] [Rodríguez] Machado, ">Leocadio: «San Diego del Monte». Diario de Avisos.
Santa Cruz de Tenerife, 14 de febrero de 2002, pág. 3.
[iii]">
[iv] Rumeu de Armas, Antonio
[1991]: Canarias y el Atlántico: piratería y ataques navales. Canarias:
Viceconsejería de Cultura y Deportes. Tomo III, Parte 1ª; pp. 181-185. Véase García Pulido, Daniel: «Una cabeza de león en controversia.
La versión británica del asalto de Roberto Blake a Santa Cruz de Tenerife».
Conferencia pronunciada en el salón de plenos del Palacio Municipal de Santa
Cruz de Tenerife, 5 de junio de 2007 [texto disponible en la web de la Tertulia
de Amigos del 25 de Julio, a través de este enlace http://bit.ly/1RamDO9].
[v] Anchieta y Alarcón, José Antonio de: Cuadernos de citas [letras G-O]. [Edición,
transcripción y notas por Daniel García Pulido]. Santa Cruz de Tenerife:
Ediciones Idea. Vol. III. pág. 283. Nº 588. [Obra en proceso de impresión]
Manuscrito original en el Archivo Municipal de La Laguna
[en adelante, AMLL]; fondo Ossuna. Signatura
0.9.5. Folios 181v-185r [originales]; 143v-147r [facticios].
[vi] Anchieta y Alarcón, José Antonio de: Cuadernos de citas
[letras C-F]. Vol. II. pág. 88. Nº 187. Manuscrito original en AMLL; fondo
Ossuna. Signatura 0.9.4; folio 43v [original]; 58v [facticio].
[vii] Fernández Duro, Cesáreo [1892]: Bosquejo biográfico del
almirante D. Diego de Egues y Beaumont y relación del combate naval que sostuvo
con ingleses en Santa Cruz de Tenerife, año 1657. Sevilla : Imprenta de La
Andalucía. pp. 16-17. Este autor no cita expresamente la entrega de la
embarcación al Santuario del Cristo pero sí certifica el apresamiento de la
lancha británica.
[viii] El apresamiento de la
barca inglesa se cita en el apartado titulado «Servicios» dentro del memorial
citado, cuyo impreso original puede consultar, entre otros sitios, en el fondo
Rodríguez Moure [archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de
Tenerife]. Signatura: RM 261; pág. 14.
[ix] Viera y Clavijo, José de [1776]: Noticias de la historia de la
Islas Canarias. Madrid : Imprenta de Blas Román. Tomo III; pág. 265. La
cita completa [con ortografía normalizada] dice: «Don Tomás de Nava Grimón,
varón esclarecido, que con su compañía de milicianos, y asistido de su cuñado
el capitán D. Diego de Alvarado Bracamonte, se fortificó en la Huerta de los
Melones, desde donde, después de haber dado fuertes descargas a tres lanchas que abordaban a la Capitana, ya
varada, para quitarle la bandera; se arrojaron sus soldados al mar, se
apoderaron de una de ellas, quitaron a los ingleses la vida, la sacaron a
tierra y recogieron por despojos sus armas». De este apunte muy posiblemente se
nutriera el anteriormente citado Fernández Duro para la biografía de Diego de
Egues.
[x] Inchaurbe y Aldape, Diego de [1966]: Op cit. pp. 49 y
57-58. El definidor Sebastián de Sanabria ocuparía el cargo de provincial
franciscano en el trienio 1670-1673, falleciendo hacia 1698. Actualmente
trabajamos en la certificación documental de la entrega de la embarcación al
ámbito eclesiástico, consultando la información obrante en inventarios y
registros tanto de los cenobios de San Miguel de las Victorias como de San
Diego, queriendo agradecer aquí los desvelos del Dr. Carlos Rodríguez Morales
-en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife-, como del
personal del Archivo Histórico Diocesano de Tenerife, siempre dispuesto a
ayudarnos en nuestras pesquisas.
[xi] La vinculación de
Cristóbal Lordelo con esa iglesia conventual de San Francisco es evidente en su
testamento, especialmente cuando se refiere en varias ocasiones al sepulcro de
sus padres, situado en la capilla del Espíritu Santo de dicho templo.
[xii] Nombramiento original
en AMLL, signatura: I-IV,14 [sección 1ª]. Información que debemos a la
amabilidad de la Dra. Ana Pérez Álvarez.
[xiii] Referencias biográficas
extraídas de la obra Nobiliario de Canarias, de Francisco Fernández de Béthencourt, actualizada
por una junta de especialistas dirigida por Juan Régulo Pérez [1952-1967] -La Laguna : Ediciones 7 Islas-, en
sus tomos I, p. 637; II, pp. 131-132; y III p. 538; así como en la obra de Diego
de Inchaurbe y Aldape [1966]: Noticia
sobre los provinciales franciscanos canarios. La Laguna : Instituto de
Estudios Canarios; p. 49;. En los anteriormente citados Cuadernos de citas
del regidor Anchieta Alarcón figura más referencias sobre su persona [Op.
cit. vol. II, p. 58; Nº 120; manuscrito original en AMLL, fondo Ossuna.
Signatura 0.9.4; folio 32v [original]; 50v [facticio]], donde se afirma, entre
otras cosas, que era dueño de una «famosa» viña con antiguo molino en El
Sauzal, «que le daba seis pipas».
[xiv] Incluimos aquí las
palabras en su versión original inglesa («one very similar to
the curricle of Ireland») al
considerar que ese parecido esgrimido por Olivia Stone es muy interesante para
entender mejor el parecido encontrado por John H. Edwards al contemplar la
lancha original. El «curricle», o coracle, era un tipo de
embarcación usual entonces en Gales y en el sur y oeste de Gran Bretaña, de
pequeñas dimensiones, muy parecido en su forma a la cáscara de media nuez. Consultando
las obras de referencia sobre construcción naval en la Marina británica del
siglo xvii dicha descripción
sugiere que pudiera tratarse de alguna de las barcas de menor entidad (esquife,
pinaza) dentro de la dotación de un navío de guerra de entonces [Véase Lavery, Brian [1984]: The Ship of the
Line. Design, construction and
fitting. Londres : Conway Maritime Press. Vol. 2, pp. 121-129; y Lavery, Brian [2000]: The arming and fitting of English
ships of war, 1600-1815. Londres : Conway
Maritime Press. pp. 207-237].
[xv] Stone, Olivia [1887]: Teneriffe and its six satellites. Londres : Marcus Ward & Co.; tomo I, pp. 36-37; y Stone, Olivia [1991]: Tenerife
y sus seis satélites. Las Palmas de Gran Canaria : Cabildo Insular de Gran
Canaria. Tomo I, pp. 52-53. Este extracto aparece citado en Criado Hernández, Constantino [2002]: Op.
cit. pág. 33.
[xvi] Criado Hernández, Constantino [2002]. pp. 33-34.
[xvii] Autos informativos efectuados por el lector jubilado fray Buenaventura
Dávila sobre la inundación del convento franciscano de San Miguel de las
Victorias de La Laguna el 24 y 25 de enero de 1713. Manuscrito en el legajo
«Fundaciones eclesiásticas» del fondo Rodríguez Moure [RSEAPT]; signatura RM 129. f . 22r. La cita textual
sobre dicha catástrofe dice: «con la continuación de la tormenta de aguas,
viento y truenos se inundó este dicho convento de tal forma que todo él, su
iglesia y demás edificios y oficinas por dentro y por de fuera [sic] y
alrededor era una laguna en que nadaban los bancos y tarimas de los altares,
más de una vara de alto por ser mucha la inundación con grande daño y
perjuicios [...]». Agradecemos a la archivera Cristina Ginovés Obón las
gestiones para la consulta de este manuscrito, en mal estado de conservación.
[xviii] Blog titulado Lo que las piedras cuentan, en la entrada «La laguna de Tenerife» [consultado el 15
de enero de 2016] [accesible a través del enlace http://loquelaspiedrascuentan.blogspot.com.es/2012/07/la-laguna-de-tenerife.html].